Bedrich Steiner: Sobreviviente 169101. Presente

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“Creo que la humanidad está mejorando, si no lo creyera, no tendría ningún sentido seguir viviendo”

“Vivir es un privilegio, sobrevivir no es un mérito personal, es suerte”.

                                                                                                                                            Bedrich Steiner


EN LOS CAMPOS, LA VIDA Y LA MUERTE CORREN PARALELAS POR LAS VENAS.

Si se pudieran describir las emociones en claros y oscuros, la impresión que tuve al escuchar a Bedrich Steiner sobre su estancia en los Campos,  diría,  que él iba hacia adelante, con  la luz  que produce el instinto de sobrevivir y por la espalda, desde la nuca hasta el talón,  amenazado por las sombras; una lucha silenciosa, entre la muerte que merodeaba y la vida “cotidiana” que realizaba con la celeridad y eficacia que le permitía su  mal alimentado cuerpo. Decía el: “No pensábamos en la muerte aunque estaba siempre presente. Éramos tan jóvenes o ignorantes y los sucesos  eran  de tal magnitud,  que no nos dejábamos impactar.  Unos se suicidaban, o provocaban  que los mataran,  y otros  se colgaban  de las alambradas para terminar con el suplicio. Pero a los 13 años no lo piensas así. Si lo veo retrospectivamente, la vida transcurría  en un estado de sueño. Fluía entre la comida, el dormir, y tratar de no enfermarse. Los viejos nos decían que hay que cuidarse los pies, que era lo más importante, porque si no puedes caminar,  se acabó todo”

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Muchos conocimos a Bedrich-personaje, pero no al niño que fue: aquel que vivió una infancia sin sobresaltos, rodeado de su familia, jugando en el parque,  de la mano de su mamá. Poco sabemos del joven casi-niño,  que sobrevivió los campos y la guerra, o al hombre joven que llegó a México con su  familia. Su mirada profunda y amable, su semblante reposado y con las  escasas frases que pronunciaba, siempre bien pensadas y bien intencionadas, fueron  suficientes para  convertirlo en una presencia entrañable en los diversos medios comunitarios y en los múltiples foros en los que participaba,  o a los que fue atraído por su historia y experiencia.

El silencio signó las décadas  que se necesitaron para que el mundo estuviera listo para  escuchar y   preguntar;  el mismo lapso,  que muchos de los sobrevivientes requirieron para estar dispuestos a narrar, a ser oídos y a escucharse a sí  mismos al reconstruir esas memorias relegadas,  sofocadas pero no eliminadas, desdibujadas pero presentes.

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En la década de los noventa, las entrevistas realizadas por la Shoá Foundation creada por Steven Spielberg, y las realizadas por el grupo de Memoria y Tolerancia de 1999 a 2001 aquí en México, aunadas a  la iniciativa de la ONU en 2005 de crear el  Día Internacional del Recuerdo de las Víctimas del Holocausto,  atrajeron,  de ahí en adelante,  las miradas hacia este infame capítulo de la historia  que a pesar de estar muy documentado,  hasta ese momento había sido poco estudiado y difundido.  El Holocausto se entronizó,  y la narrativa se empezó a generar.  Hanna,  la compañera  de Bedrich, nos  comenta que ella se enteró de la vida de su esposo en los campos,  a raíz de estas entrevistas. A pesar de haberse conocido en Praga  15 años después de la guerra ese obscuro período,  Bedrich lo mantuvo siempre en un cajón de su desmemoria del cual parecería que nunca iba a salir.

Años después, él mismo, decía que no se explicaba cómo de vivir una vida privada, sencilla, de eventos familiares, concentrado en adaptarse a su nuevo mundo en México,  de repente  la comunidad, y algunos periodistas, o investigadores sociales, que nunca se habían interesado por  sus experiencias, empezaron a interesarse en él, y en  los demás sobrevivientes; sacándolos  de su cotidianeidad, invitándolos a participar en frecuentes eventos públicos.

El Sr. Salomón Schlosser, sobreviviente de Auschwitz,   comenta que en 1962, la Sra. Dunia Wasserstrom, sobreviviente y autora del libro “Nunca Jamás”, organizó la Unión de Miembros de la Resistencia, Deportados y Víctimas de la Segunda Guerra Mundial AC.    (F. credencial)

Dunia, – sigue diciendo el Sr. Schlosser  – merece el reconocimiento de su labor pionera  para difundir lo que sucedió. Luchó  denodadamente  con las Instituciones comunitarias y  con las escuelas judías,  para que la dejaran hablar del Holocausto. Nadie quería oírla. En las escuelas opinaban que  era un  tema muy cruel para los niños y no era educativo. A pesar de los rechazos, ella no desistía y participaba en programas de Radio y Televisión. Su misión era no olvidar.  Las participaciones  de los sobrevivientes en las Troyer Academies, – Ceremonias Luctuosas de la Shoá, y del Levantamiento del Ghetto de Varsovia, se reducían  a ser invitados a encender las velas por los seis millones de mártires.

 DEL RECHAZO DE LOS REFLECTORES, A LA CATARSIS.

Esta demanda de participar, le exigió  a Bedrich, de alguna manera, reconstruir  el camino de regreso; de la suerte de sobrevivir como él decía, al mérito de no haber muerto, desde el enfoque de  sus entrevistadores. De la indiferencia acostumbrada,  a la urgencia por saber cómo sucedió, con qué armas o herramientas contaron para sobrevivir. Y ésta reflexión de alguna manera comprometida, implicó un  proceso: el reto de revalorar en público su vida de antes de la guerra; una infancia tranquila “como la de todos”,  y la catástrofe,  el momento de ser arrojados a una existencia inexplicable, de muertes, cambios  inesperados, y sucesos siempre irracionales, pero obligados a enfrentarlo todo.  Y luego,  el  regreso a la vida, tal  como se fue dando, para convertirse en Protagonista de su Biografía. Se rompió el silencio que Bedrich esquivó mientras pudo, relatando  este período atroz,  como un suceso histórico un tanto fuera de él.

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Imperceptiblemente sus memorias se convirtieron en Sujetos de la Historia.  Por su  sencillez,  discreción, sabiduría y mesura,  Bedrich se vio enfrentado al fuerte desafío de comprometerse y   participar con su testimonio  en las múltiples ceremonias en  memoria de las víctimas. Aceptar las entrevistas, las Marchas de la Vida, para conjurar el daño de las Marchas de la Muerte,  expresar las palabras una y otra vez,  que describieran lo que la gente quería saber y  que a él le costaba tanto formular.

Desde que empezó a involucrarse, sus palabras reproducían con precisión,  eventos históricos, y explicaciones muy claras, bien articuladas,  de lo que le sucedió a la gente en los  ghettos, en los campos, en los trenes, etc., pero raramente sus vivencias personales.  Había una resistencia  más que comprensible. No se pueden abrir las venas cada año para mostrarlas. Sin embargo su ininterrumpida participación en eventos del Holocausto, el contacto con la gente y el agradecimiento que se le mostraba por permitirnos asomarnos a su vida, como reflejo de todos aquellos familiares que perdimos y a quienes él les daba  voz y existencia con sus palabras,  acabaron por convencerlo de aceptar el compromiso de exponer los acontecimientos y pensamientos más íntimos, asi como  la responsabilidad de contar, de recordar, de enseñar, transmitir y sobre todo no olvidar. Creo que también para él fue un alivio compartirlo.

En una entrevista filmada en 1996,  dijo que  se animaba a contar su historia para que “algún día” su hija y la gente, se enteraran de lo que pasó. Los crímenes por inimaginables que parezcan,  sí sucedieron y alguien tenía que contarlos. “Mi testimonio es solo un granito personal, y uno no sabe si ese granito va a caer en un lugar necesario”. (F.Bedrich)

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Los sobrevivientes al aceptar contar su historia  han cumplido con múltiples  objetivos que debemos agradecer. Al contarlo han puesto el cuerpo y han mostrado las heridas, los números,  que sustituyeron por un tiempo su identidad,  que se convirtieron   en el nombre, en la cara, y en la biografía que se quedó entre paréntesis,  mientras  daban la batalla para no desaparecer como un número más,  en el cuerpo colectivo que se desvanecía por las chimeneas,  rozarse  hueso a hueso en las fosas comunes,  o sobrevivir,  para recuperar la cara, el cabello, la realidad,  y el contacto con el mundo,  que ignorando las muertes y las vidas suspendidas, siguió su curso como un río que  nunca se detuvo,  y en él,  había que sumergirse nuevamente  a fluir.

Bedrich Steiner  regresó a Praga y recuperó su fisonomía. Su esencia no fue tatuada ni perdió el cabello, quedó intacta después de pasar por el fuego de un infierno en el que  no se rindió, tuvo la fortaleza y las ganas de sobrevivir, no solamente  la suerte como él decía. Insistía en que  su testimonio no era importante ni profundo  y no estaba bien documentado como muchos otros  que abordaban el pasado, fríos, con distancia y objetividad. El descalificaba su emotividad. Gracias Bedrich por serle fiel a tus sentimientos, eso es precisamente lo que acortó la distancia entre la información y la hondura  de tu experiencia. (F. Bedrich arreglando su cartera)

DE LA BENDICIÓN PATERNA EN LAS LETRINAS DE BIRKENAU,  A LA BAR MITZVAH EN EL CDI.

Recuerdo – contaba Bedrich- sólo dos momentos emotivos con mi papá: uno, en que íbamos caminando a la Sinagoga y yo iba tomado de su mano, algo muy cercano y cálido se dio entre los dos. El otro fue en Birkenau. Me mandó decir que me quería ver a cierta hora en las letrinas. Nos encontramos,  me pidió que inclinara la cabeza y me dio una brajá, yo sabía que nos estábamos despidiendo.

La educación judía en Praga era bastante liberal, yo iba al Macabi y cuando cumplí los trece años estaba en el Campo así que no pude hacer la Bar Mitzvah. Moisés Harari, en un artículo publicado en el CDI,  comenta: “El Sr. Steiner, rompiendo paradigmas a los 81 años de edad, cumplió con el precepto del Bar Mitzvah. Vestido con sus Tefilin y Talit subió a bendecir la lectura del Séfer Torá elevando sus plegarias al cielo. Ahí recordó a su padre y describió los sensibles momentos de su último encuentro con él en las letrinas de Auschwitz. (F. Bedrich haciendo Bar-Mitzva)

Logró la admiración y respeto de líderes comunitarios,  de Pastores, Rabinos y Políticos.” En mi caso,  tuve el privilegio de viajar varias veces, con él y con Hanna su esposa,  representando a Yad Vashem, en eventos del 27 de Enero, Día Internacional del Recuerdo de los Mártires del Holocausto,  invitados por el Pastor Felipe García, y coincidir en muchos otros en el DF. Eran ellos una pareja que emanaba un espíritu de camaradería por el semblante afable de  ambos, y por su conversación siempre ágil y puntual.

Visitar Yad Vashem,  leer, estudiar  y conmovernos con  todo  lo que nos exige el interés por la Shoá,  palidece  al oír las experiencias de boca de un sobreviviente.  Estar  frente a Bedrich, observar  el movimiento de sus ojos, como recordando y reconstruyendo las escenas, escuchar  la información del inframundo y verse a los ojos nuevamente, es una experiencia estremecedora, q vuelve el momento imborrable. Oírlo narrar el episodio de la llegada de los húngaros a Auschwitz, sin entender el idioma, las llegadas eran generalmente de noche, con reflectores, perros y gritos, sin ver ni entender dónde estaban, porqué los golpes, porqué la furia, con los niños en los brazos, repetían las frases que él aprendió a fuerza de oírlas: Hova valoshi   quiere decir “¿de dónde eres?” o Nemtudom : no entiendo,  contestaban a los gritos y órdenes en alemán. Llegaban con el tren al pie de las cámaras de gas. El texto que describe este episodio, incluido en el libro El Rostro de la Verdad, lo dedica como una Lápida por los judíos húngaros.

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Bedrich formaba parte de un grupo de 90 jóvenes en Auschwitz,   seleccionados y asignados a diferentes destacamentos. Realizaban trabajos especiales, y como eran los únicos niños-adolescentes les tenían algunas pequeñas consideraciones. Tenían la oportunidad de moverse  por el campo y ser testigos de escenas aterradoras. Unos estaban asignados a llevar con celeridad mensajes a los funcionarios alemanes de un lado al otro, y los llamaban Loifers, corredores.  Otros hacían la limpieza,” otros jalábamos  carretas, y llegábamos cerca de las cámaras de gas donde se quedaban las maletas y propiedades que se llevaban a un almacén para clasificarlas. Otros tenían el trabajo de sacar los dientes de oro y algunos se guardaban bolsitas con ellos por si se salvaban. Nunca vi tantos dientes de oro. “

Cuando fue liberado Mauthausen, Bedrich de 14 años, y parte del grupo  de estos jóvenes  quedaron entre los sobrevivientes. Siempre se mantuvieron en contacto y escribieron entre todos un libro de recuerdos, con documentos y testimonios: 50 años después  “Los chicos de Birkenau” que editó John Freund.  (F. grupo de sobrevivientes). Michael Kraus, uno de los chicos del grupo, formó parte de la revista Kamarad que se publicaba en Therezin.  (F. en Teotihuacán)

Entre los documentos del libro, se encuentran   unas tarjetas postales que se escribían desde Therezin, o desde Auschwitz hacia el exterior con frases encriptadas,  post fechadas con 15 días,   porque pasaban censura y seguramente llegarían a su destino cuando  el que la escribió, ya  estuviera muerto. Una especie de esquela escrita en vida. Una de ellas es de su madre y la recibió 50 años después por personas que vivían en Praga. “Está escrita por mi madre. Al leerla pienso que me trae un mensaje, sin haber sido dirigida a mí, yo estaba en esos momentos con ella. La gente se despedía entrelíneas.” (F. postales)

LAS LUCES DEL  PASADO

Conversando con Hanna en su departamento, después de le ceremonia de “Shloishim”* en el templo, tuve la oportunidad de conocer  un período feliz y creativo de Bedrich. Después de la guerra, finalizó  sus estudios básicos, y  cursó dos carreras  – Periodismo y Cinematografía – en la Universidad Carlos IV  fundada en 1490, la segunda más antigua de Europa. Tuvo varios trabajos: en una fábrica de automóviles, en una  de bolsas después,  y finalmente fue camarógrafo y reportero para la televisión checoeslovaca. Hanna trabajaba en el Archivo y ahí se conocieron.

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Las maravillosas fotos que Hanna conserva de Bedrich,  dan fe de este período de sus vidas. (F. Bedrich camarógrafo)   Se casaron en 1962, fueron padres en 1963 y en 1968,  el 21 de Agosto,  cuando entraron los tanques rusos a Praga,   ignorando  lo que sucedía, -a pesar de que su pequeña hija de 5 años les observó  que había muchos soldados. Sin prestarle atención  tomaron el avión que los llevaría de vacaciones  a Bulgaria donde se enteraron de la invasión rusa. De ese momento en adelante  a pesar de las dificultades,  tomaron la decisión de emigrar. Tenían una visa para Yugoslavia, y  opciones de tocar la puerta en Australia, y Canadá  con unos amigos,  o dirigirse a  México donde residía un familiar: Hans Penhas.  Un amigo de la Televisión en Belgrado, el Dr Cikl,  les arregló los pasaportes y  ya sabemos el destino que eligió Bedrich.  Llegaron precisamente el día que empezaban las  Olimpiadas en México.

Todo este período  que me narra entusiasmada Hanna, se interrumpe y regresa intempestivamente  a la realidad de la pérdida, del vacío, sorprendida por las reacciones extrañas que una persona puede tener frente a su duelo y me confiesa que pasa muchas horas sentada en una mesa de Krispy Kreme desde donde puede ver el lugar exacto donde se desvaneció Bedrich. Recrea por horas  una y otra vez la escena, y yo pienso: el número de veces que lo vio caer, fueron las necesarias  para que aceptara la estafeta de reproducir  una vez más,  su voz y el  mensaje de su misión “para que no se olvide”, pues me informa que aceptó la invitación del Pastor Felipe García el próximo 27 de Enero Día Internacional del Holocausto, en Chiapas, para decir unas palabras en su nombre.

Como epílogo transcribo el siguiente párrafo,  que  es el prólogo del texto con el que participó Bedrich en  el libro El Rostro de la Verdad: “Este pequeño escrito sirve como piedrita que se pone sobre la tumba de los muertos. Piedrita por piedrita para que el cúmulo de estas crezca y se eleve más y más, hasta las alturas y nunca desaparezca de nuestra memoria”.

Querido Bedrich, muchos te extrañaremos muchísimo.

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YAD VASHEM MÉXICO

Paloma Cung Sulkin

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