Ing. Emilio Rosenblueth, Figura mundial de la Ingeniería Sísmica

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Judíos destacados en México

Emilio Rosenblueth Deutsch nació el 8 de Abril de 1926, en la Colonia Condesa en la Ciudad de México. Fue el único hijo del matrimonio formado por Charlotte Deutsch Kleinman y Emilio Rosenblueth Stearns.

Su padre nació en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 1896, trasladándose a la ciudad de Monterrey al terminar sus estudios en 1918, donde trabajo por dos años en la tienda de ropa propiedad de su padre y en la industria cervecera hasta el fin de sus días en 1945.

Su madre – Charlotte Deutsch – nació en Sátoraljaújhely, Hungría, el 15 de agosto de 1899 y emigró junto con sus padres y su hermana Gabriella a América en 1902, en donde nacieron su otros dos hermanos, Maria (Presidio, Texas) y Julius (Saltillo, Coahuila). Charlotte murió en la ciudad de México a la edad de 77 años.


Infancia y Estudios
Emilio Rosenblueth Deutsch tuvo una infancia muy cercana a sus padres y su familia paterna. Hizo equitación con ellos y, al igual que su padre, estudió piano desde pequeño. Llegó a tocar muy bien, especialmente obras de Chopin, Ravel y Debussy. Tuvo una gran influencia de su tío Arturo quien, no teniendo hijos propios, prácticamente lo adoptó a la muerte de su padre, cuando Emilio tenía 18 años. Cursó la secundaria y la preparatoria en el Colegio Francés Morelos e ingresó a la Escuela Nacional de Ingenieros donde estudió ingeniería civil.

Al mismo tiempo que estudiaba, desempeñó numerosos trabajos como topógrafo, estructurista, ayudante de laboratorio de mecánica de suelos y supervisor de obras para varias empresas privadas.
En 1949, con la ayuda de dos becas, una de Manuel Suárez y otra de sus tíos Karoli y Maruca, ingresó al posgrado de la Universidad de Illinois, una de las universidades de mayor prestigio en ingeniería civil. Terminó el doctorado en tres años –el segundo otorgado a un mexicano por la Universidad de Illinois– y fue uno de los alumnos más brillantes que ha tenido dicha universidad. En su tesis doctoral hizo una contribución mundial a la teoría de las probabilidades aplicada a la ingeniería sísmica. Publicó años después un libro ya clásico, Fundamentos de Ingeniería Sísmica, con su asesor de tesis, el destacado profesor Nathan M. Newmark, quien había contribuido al diseño de la Torre Latinoamericana.

Regreso a México
A pesar de tentadoras ofertas para trabajar en Estados Unidos, regresó a México en 1951. Inició un noviazgo que duraría dos años con Alicia Laguette González, hermana de uno de sus compañeros del Colegio Francés Morelos. Se casaron en 1954 y tuvieron cuatro hijos: David (1955), Javier y Pablo (1956) y Mónica (1957).
Alicia tenía el grado de Maestra de Literatura e impartió por varios años clases de literatura universal y latinoamericana.

La biblioteca de la casa fue creciendo gracias a Alicia quien, con sus pláticas, contagiaba a todos un gusto por la lectura, además de hacer deliciosas comidas. Emilio y Alicia compartieron, entre otros gustos, el de la música. En el hogar se escuchaba con frecuencia a Stravinsky, Schubert, Beethoven, Shostakovich y Messiaen, entre otros. Los hijos crecieron en un ambiente deliberadamente austero, estudiaron piano, jugaban ajedrez con regularidad y se dedicaron a la ciencia.

Poco antes de casarse, Emilio estableció un despacho de ingeniería estructural, Diseño Racional (DIRAC), que creció rápidamente, y del cual fue presidente y socio principal durante más de treinta años. Ahí participó en los diseños de numerosas obras, muchas con soluciones de avanzada, como las obras para la olimpiada de 1968, el Palacio de los Deportes, colaborando con Félix Candela, A. Peyri y E. Castañeda Tamborell y la Alberca Olímpica.

Vida Profesional.
En 1958, a instancias del director de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México entonces Javier Barros Sierra– fue fundador del Instituto de Ingeniería con los eminentes ingenieros Fernando Hiriart, Raúl Marsal y José Luis Sánchez Bribiesca. En 1959 fue nombrado director del instituto, puesto que desempeñó con imaginación y visión de futuro hasta 1966, cuando fue nombrado Coordinador de Ciencias de la Universidad Nacional durante el rectorado de Javier Barros Sierra.

En 1977 ocupó el cargo de Subsecretario de Planeación Educativa en la Secretaría de Educación Pública (durante la administración de Fernando Solana), puesto que desempeñó hasta finales de 1982. Ahí su paso fue notable. Contribuyó a la creación de instituciones educativas y a la mejoría de muchas otras. Tuvo un papel importante en el establecimiento, entre otros proyectos, del Consejo Nacional de Educación Profesional Técnica (CONALEP) y del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA).

Pero todo el tiempo fue, antes que nada, un investigador, en el más profundo sentido del término. Produjo alrededor de 280 artículos científicos sobre temas de probabilidades, ingeniería sísmica, ética y teoría de decisiones.

Muchas de sus contribuciones y discursos notables tenían siempre un contenido humanístico, escritos en un español austero y vigoroso. Siempre estuvo preocupado por el desarrollo del país.
Fue un gran formador de personas a las que guiaba con atención, cortesía, sagacidad y sentido del humor. Dejó su estampa en decenas de personas, alumnos a quienes dirigió tesis, colegas y funcionarios públicos. Todos recibían de él pequeñas notitas, o textos más largos, opinando y corrigiendo, los cuales estaban escritos con una letra muy pequeña pero perfectamente legible.

Sabía, como pocos, estimular a sus discípulos con problemas nuevos e ideas innovadoras, dejarlos trabajar y hacerlos conocer y emplear todos sus recursos y aptitudes. Quien trabajó con él no olvida los retos que le planteó ni el provecho de haberlos superado. Tampoco olvida su visión completa de los problemas y su capacidad para simplificarlos –conservando lo esencial– así como su preocupación por lograr siempre lo más posible con los recursos disponibles.

En su carrera académica, además de ser profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional y de la División de Estudios de Posgrado de dicha facultad, impartió cátedras en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el de California y el de Milán, y en las universidades de Washington, Stanford, California, Waterloo (Canadá) y Nacional de Ingeniería (Perú). Asimismo, dio innumerables conferencias en el país y en el extranjero –trabajo que tomaba con mucha seriedad– siempre consciente del público al que se las dirigía.

Sería laborioso enumerar las comisiones nacionales e internacionales en las que participó, los cargos que desempeñó en organizaciones científicas y profesionales de México y el mundo, así como los premios de todo género que recibió dentro y fuera del país.

Tan sólo mencionaremos que fue presidente de la Academia de la Investigación Científica (1963-1965), miembro de la Junta de Gobierno de la Universidad Nacional (1972- 1981), presidente de la Fundación Javier Barros Sierra (1975-1977) y miembro honorario de organizaciones como el Instituto Americano del Concreto (desde 1976) y la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles (desde 1981). Fue elegido por unanimidad miembro de El Colegio Nacional (1972) y recibió el grado de doctor honoris causa de la Universidad de Waterloo (1983), de la Universidad Nacional Autónoma de México (1985) y de la Universidad Carnegie Mellon (1989). Entre los premios que le fueron otorgados destacan el Premio Luis Elizondo (1973), Nacional de Ciencias (1974), Príncipe de Asturias (1985), Universidad Nacional en el área de Investigación en Ciencias Exactas (1986), Newmark de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles (1987) y Bernardo A. Houssay (1988).

Vale la pena citar algunas de las palabras que pronunció, a finales de 1992, al recibir el Premio Nacional de Ingeniería:

Quiero pensar, señor Presidente, que con su participación el día de hoy se entenderá el mensaje que dese a usted transmitir: ni la investigación científica ni la tecnológica, ni el desarrollo tecnológico, ni lo que cueste el uso del cerebro para llevar a cabo una buena planeación y un diseño tan innovativo como sensato, son lujos que nos podremos dar cuando seamos ricos. Son hoy necesidades que urge colmar para que no se agrande la distancia entre nuestro país y los más prósperos, para que nuestros compatriotas puedan mejorar la calidad de su vida, para que investigadores e ingenieros civiles cumplamos con la misión
que se nos encomienda, con la misión que ilusionados nos asignamos a nosotros mismos: la de servir significativa y eficazmente al país que amamos.

Emilio Rosenblueth Deutsch murió el 11 de enero de 1994, a los 67 años de edad, víctima de un aneurisma abdominal.

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