Ponencia del rabino Yerahmiel Barylka en el III Encuentro Judeocristiano

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Ponencia del rabino Yerahmiel Barylka Y el señor .A. hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer (Génesis 2:9)”, presentada en el III Encuentro Judeocristiano dictado por la Cátedra de Ética Económica y la Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la Iglesia (AEDOS) en la La Universidad Pontificia Comillas  el jueves, 19 de noviembre de 2015[1]

Y el señor .A. hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer (Génesis 2:9)”

Escribo pensando no tanto en las personas con alta formación sino en aquellas de buena voluntad que quieran acercarse al punto de vista judío sobre la ecología.


A diferencia de los grandes libros literarios como las novelas policíacas y las de intriga que vale la pena empezar a leer por la última página para saber quién es el asesino, sin andar estrujándose la mente en si es el mayordomo, la niñera, o el cuñado recién llegado, las Escrituras Bíblicas, deben ser leídas desde el principio. Desde su misma Génesis.

Así se descubrirá, por ejemplo, que el Shabat, el Sábado Santo instituido y respetado por el mismo .A.[2] desde el capítulo segundo del Génesis, ya es un fundamento divino de la visión ecológica judía: un día para no hacer nada que cambie o altere el mundo natural, un día de contemplación de la Obra de .A.

Encontramos el precepto sabático en todo el Pentateuco: en Éxodo 23, 12), (Éxodo  35, 2), (Éxodo  31, 13-17 y 35, 1-3),   (Levítico 19, 3; 23, 3 y 26, 2), y las dos relaciones del Decálogo (Éxodo  20,8 y Deuteronomio 5,12). La cualidad fundamental del sábado consistía en el reposo o abstención de toda clase de trabajo. Este ritmo de descanso de la semana se traslada a los años (Éxodo 23, 10-11). El año sabático vale para toda la tierra; ella debía permanecer sin cultivar a lo largo de un año. El shabat valía para los principales sectores de la agricultura, plantación de granos y trabajo en las viñas y olivares. El cuidado del ganado y los rebaños podía continuar, y los frutos y las hierbas podían ser recogidos. Lo que crece en los campos y en los viñedos no puede ser cosechado, pero sí consumido inmediatamente. Y esto con un sentido solidario: lo que crece espontáneamente pertenece a todos sin diferencia. La tierra, como el hombre, necesita su paz y descanso. De esta manera se expresa que todo lo creado depende de .A.. Además, se señala que todo lo creado es limitado y no se lo puede hacer producir de un modo indiscriminado. El shabat bíblico pone fronteras y límites a nuestro trabajo. El trabajo no es un absoluto, esto vale la pena recordarlo en tiempos que se pondera a gente que es adicta al trabajo. El trabajo también puede tener su dimensión de perversión y de alienación del hombre. Es bueno limitar el trabajo frente a la ambición desmedida y a la falta de reflexión. ¿Qué nos dice hoy el shabat? Podemos afirmar que el haber construido un mundo sin shabat ha tenido un precio muy alto. Especialmente durante los siglos modernistas con su mito del progreso. Debemos vivir un shabat como una moratoria con la naturaleza y con los marginados. Esto implica una actitud permanente de moderación para usar la naturaleza.

En el inicio de la Escritura aparece un Jardín para que lo cuidemos y pongamos nombre a cada cosa, y… para que, una vez expulsados, tomemos sobre nuestras ansias “volver al Jardín”, convertir el planeta entero en un lugar maravilloso lleno de vida a nuestro servicio y a la mayor gloria de .A.

Y otra vez la gloriosa institución, regalo de .A. a la humanidad, pero ahora en una forma impactante, el año sabático de la tierra, para dejarla descansar, “para que los pobres coman gratuitamente de ella” (Éxodo 23)… ¡cuánto podría aprender si quisieran los gobiernos terrestres de estas leyes celestiales!

Y la prohibición de talar árboles frutales como método de guerra para asediar ciudades (Deuteronomio 20).

Y aquella que dice: Cuando en el camino encuentres en algún árbol, o sobre el suelo, un nido de pájaros con pollos o huevos, y con la madre echada sobre ellos, no te lleves a la madre con los hijos (Deuteronomio 22:6).

Sería largo de contar tantos cientos de pequeños detalles hay en nuestra Ley relativos al cuidado de los medios naturales.

“Y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1), nosotros, los seres humanos, somos los administradores del planeta, y respondemos ante .A. por cada vida que deja de vivir. Estamos obligados a no dejar que la tierra se llene de violencia, naufragada, “toda carne arruinando su camino sobre la tierra” (Génesis 6, episodio del Diluvio, donde .A. manda sus “aguas de justicia” para lavar la faz de la tierra, y establecer Su Pacto con los que sobreviven dentro del Arca).

Y aún no hemos salido del Génesis y con apenas una cita del Éxodo ya sabemos que lo que hay que hacer es lo que hay que hacer.

El judaísmo se ocupó desde tiempos bíblicos a contestar las preguntas que hoy se han vuelto más acuciantes que nunca. Si recorriéramos los textos fundacionales del Judaísmo, encontraríamos que desde el Pentateuco, pasando por los textos de las Escrituras, la Mishná, el Talmud, los diversos libros de Midrash (exégesis de los textos con historias homiléticas usadas muchas veces en la predicación pública,  que proporcionan un análisis intrínseco a pasajes bíblicos) que pueden llenar vacíos que quedan en la narración bíblica sobre eventos y personalidades que sólo se insinuaban), la Halajá (los códigos normativos), hasta la Responsa (Jurisprudencia recogida de los intercambios epistolares de los rabinos sobre cuestiones normativas) que llega a nuestros días,  encontraríamos el mejor manual para detener la destrucción de la Creación. Usando  los frutos de la investigación científica, para ello tal como leemos en Proverbios 25:2, en la traducción de LBLA: “Es gloria de .A. encubrir una cosa, pero la gloria de los reyes es investigar un asunto”.

La solución para evitar la destrucción de la vida en la naturaleza, tanto desde  la vida privada como consumidor o como parte del proceso de la industrialización y la producción, es cambiar las prioridades del ser humano, para que pueda detener su frenesí de convertir cualquier cosa en un nuevo pequeño diosecito, carrera que crea conflictos y escasez. Detener a ese humano que nos conduce a la degradación ambiental masiva, detener a los tigres de Bengala (de cuatro o de dos piernas) que viven de canibalizar a los demás, que dejan actuar su egoísmo y su egocentrismo, y consideran que más allá de sus propios criterios solo hay un enorme vacío.

Si asumiéramos ser siervos de .A., usaríamos herramientas para vivir y para dar vida, y frenaríamos la expansión ilimitada de los que necesitan el hambre ajena y la inmoralidad para ellos nadar en la abundancia.  Seríamos lo que realmente somos, socios de .A. en la Creación y así podríamos amar, sin tanta alharaca, al prójimo como a nosotros mismos. En un sistema global, todos los integrantes debemos contribuir activamente a la causa común para el bien, “nadie puede quedar impune cuando ante sus ojos se obra con maldad”, activa o pasivamente, sabiéndolo o en forma inconsciente, cerca o lejos.

De nada valen las campañas publicitarias de defender el globo como si valiera lo mismo la vida de un tiburón que la pierna de un surfista. No en Nuestra Ley. Ningún valor tiene las legislaciones que tratan de castigar económicamente a quienes se enriquecen contaminando. La legislación para imponer restricciones al público, tiene una eficacia muy limitada – y en ocasiones incluso hasta resulta contraproducente, debido a los requerimientos de la  burocracia engorrosa.  El santo y seña de los gobiernos de izquierda y derecha, y las expresiones de la mayoría de los movimientos que propician la antiglobalización es una trampa, porque siempre, detrás de la no-intervención, se esconde un mirar para otro lado ante la desgracia ajena. Tal como es una utopía y una contradicción discutir la “sostenibilidad” y la “sustentabilidad” al tiempo que se estimula el bienestar devorador que devasta la naturaleza y las reservas.

La acumulación de la riqueza, es destructiva de la naturaleza y genera desigualdades sociales. La sociedad debe basarse en la calidad más que la cantidad, en la cooperación y no la competencia, para construir una humanidad liberada del economicismo, cuya base y objetivo sea la justicia social.

La respuesta se encuentra  principalmente en nuestra actitud hacia el propósito de nuestra vida de la que derivará nuestra elección de prioridades. En la sociedad competitiva, la principal prioridad es el interés propio, supeditando al egoísmo cualquier sentido de responsabilidad hacia el mundo en general.

El Génesis 1:29 nos trae la palabra: “Y dijo .A.: He aquí os he dado toda hierba que hace simiente, que está sobre la faz de toda la tierra; y todo árbol en que hay fruto de árbol que haga simiente, os serán para comer”. No es una recomendación como algunos desean ver sino un mandamiento, desobedecido por los sobrevivientes del Arca de Noé, preocupados más que por la ofrenda en satisfacer el deseo. Ese hombre, si hubiera seguido el principio, viviría en paz sobre la faz de la tierra, y ni se le ocurriría, podar los tallos o arrancar los frutos que no consumiría.

“Los cielos son los cielos de .A.; Y ha dado la tierra a los hijos de los hombres” de Salmos 115:16, está .condicionada, si el hombre la sabe cuidar y reconoce que no es su dueño. Caso contrario “De .A. es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” leemos en el mismo texto, 24:1.

En Génesis 2:3, encontramos el versículo que en traducción española cercana a la fuente hebrea reza: “A. bendijo el día séptimo y lo consagró por ser el día en que .A. cesó su tarea de creación que había determinado realizarse (por el humano)”. El hombre debe seguir completando la obra del Creador nos enseña la Biblia.  La Torá nos ayuda a cambiar nuestra motivación interior para llegar a la  armonía social, considerando los deseos y necesidades del prójimo.

La Torá da forma a la personalidad humana en el nivel cognitivo, proporcionando una ideología y visión del mundo racional e integrado, propiciador de la armonía social. Allí establece líneas conductistas en un conjunto de regulaciones que prescriben en detalle el curso obligatorio de actuación en situaciones dadas. Mediante el desarrollo de una conciencia del origen divino del código prescrito de conducta de la ley judía. Ello alimenta la motivación interna y por lo tanto reduce al mínimo la necesidad de una aplicación impuesta desde el exterior. En ese contexto aparecen versículos motivadores que motivarán y permitirán el desarrollo de la jurisprudencia y de costumbres educativas.

Cuando .A. creó a la primera pareja, los bendijo, “Y los bendijo .A. y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”… (Génesis 1:28). Conquista que puede ser para fines de explotación cuyas consecuencias son lo que anuncia Isaías 14:21: “¡Mataremos a tus hijos por culpa de tu maldad! ¡Ellos pagarán por los crímenes que cometieron sus antepasados! ¡Ellos no podrán dominar la tierra, ni llenar de ciudades el mundo!” como sucede hoy con la muerte de tanto niño en los países del sub-desarrollo y pobreza. O conquista por el bien del desarrollo.

¿Qué  intención tenía el Creador? Los Sabios del judaísmo, responden a esta pregunta en un midrash: “Cuando .A. creó al primer hombre, le llevó alrededor de todos los árboles en el Jardín del Edén y le dijo: “Mira mi obra, lo hermosa y que es y… Ten cuidado de no arruinar y destruir mi mundo, por si lo provocas su ruina, no hay nadie para repararlo después de ti”. (Midrash Rabá Eclesiastés 7:13)

Vemos aquí que la Torá considera al hombre como un ser en el que se puede confiar la gestión ordenada y correcta del mundo.

En el transcurso de 30 años, la población mundial se duplicó, mientras que el consumo de energía per cápita en este periodo se multiplicó por ocho. Podemos añadir a esto el hecho de que en América del Norte y Europa Occidental, el diez por ciento de la población consume el 50% de la energía mundial.

En este punto, pues, el verdadero peligro para el mundo se encuentra en el consumo excesivo. No sólo se agota  la energía acumulada del mundo sino que también es la principal causa del calentamiento de la atmósfera.

La raíz del problema radica en una visión del mundo egoísta que recarga el consumo personal más allá de lo esencial. Este exceso de consumo también se manifiesta en el uso de materias primas. Incluso se puede encontrar en nuestros hábitos alimenticios.

La huella hídrica producida por un kilo de carne de res genera un gasto de 15.300 litros de agua.  Durante tres años, una vaca en promedio consume 130 kilos de granos y 7.200 kilos de pasto. Si tomamos en cuenta el agua que se requirió para producir los granos y el pasto que consumió el animal, por los tres años, tenemos 3.060.000 litros. Más los 24.000 litros de agua que bebió durante ese período, sin olvidar los 7.000 litros que se gastan en el proceso de sacrificio del animal y corte de las partes. En total se requieren 3.091.000 litros de agua para producir 200 kilos de carne, que es lo que se genera por cada vaca.

Cuando la Torá nos dice: “Y habló .A. a Moisés, diciendo: Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo el .A. vuestro Dios” (Levítico 19:1-2), nos describe en el mismo texto cómo lograr esa santidad: “Cuando segareis la mies de vuestra tierra, no acabarás de segar el rincón de tu campo, ni espigarás tu tierra segada.  Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás los granos caídos de tu viña; para el pobre y para el extranjero los dejarás. Yo soy .A. vuestro Dios”. (Ibíd. versículos 9-10). También nos dice que nos abstengamos de la autocomplacencia y el lujo.

Como en todas las áreas de la vida, en cuanto a la calidad ambiental la Torá no se limita a llamar a alcanzar  metas sublimes y por lo tanto impracticables. Lo hace en dos niveles: primero, a través de leyes que inculcan la conciencia de nuestras obligaciones para con la sociedad y el medio ambiente; segundo, a través de otros preceptos que nos entrenan en el autocontrol, y por lo tanto a la santidad y la aceptación del servicio divino. Estas normas cambian nuestra orientación egoísta, y nos enseñan a ser guiados por ideales y no simplemente por los deseos insaciables de posesión.

Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, los británicos, que gobernaban Palestina bajo un mandato internacional, creyeron que esta tierra, en su mayor parte desértica, podría sustentar como mucho a dos millones y medio de personas. En la década de 1930, a fin de persuadir a una dubitativa monarquía de que aquella debía ser una patria para judíos, David Ben Gurión argumentó que no había que pasar por alto la determinación y el ingenio judíos para transformar lo que los británicos consideraban una zona atrasada.

«No habrá una pulgada cuadrada de tierra que descuidemos; ni un manantial de agua que no aprovechemos; ni un pantano que no drenemos; ni una duna de arena que no hagamos fructificar; ni una colina estéril que no cubramos de árboles; no dejaremos nada intacto», escribía el que sería el primer ministro de Israel. Ben Gurión se refería a la capacidad del suelo y los recursos hídricos de Palestina para sustentar a los seres humanos, tanto judíos como árabes, que en aquellos primeros escritos imaginaba coexistiendo.

El mandamiento la Torá de “amar a tu prójimo como a ti mismo” de Levítico 19:18, nos ha dado un principio que no es una mera utopía. La normatividad posterior, basada en ese versículo, nos educa a estar preocupado por su bienestar y de esa manera de evitar “daños y perjuicios a los vecinos.” Este tema amplio, también tiene una influencia significativa sobre la ecología. La Torá y las normas posteriores se ocupan largamente de la responsabilidad de los propietarios por los daños causados por sus posesiones, a veces, incluso si ocurrieron de manera indirecta y también si fueron causados por un objeto que técnicamente no poseían. Cuatro molestias particulares son especialmente susceptibles de acciones legales de acuerdo a la ley judía: el humo, los olores de aguas residuales, polvo y aerosoles similares y vibraciones.  Aunque inicialmente se había dado el consentimiento, el vecino afectado puede retractarse. Todas estas son formas de contaminación que son una fuente de gran preocupación. En particular, la Halajá limita la proximidad de ciertos procesos industriales de la ciudad, para evitar la contaminación del aire dentro de la ciudad. Se incluyen las eras (a causa de la paja), tratamiento de las canales, las curtidurías (debido al olor), y hornos (a causa del humo). Las normas también dan principios que se llaman estéticos, como prohibir arrojar los desperdicios en   lugares públicos.

El Talmud en el Tratado Baba Batra, decide prohibir curtidurías, talleres de teñidos y basurales dentro de los “50 codos” del área de viviendas para evitar los malos olores en el aire de la ciudad.

Todo lo anterior es sólo una pequeña muestra de más de cien incisos en el Código de la Ley judía que se ocupan de los daños causados a los vecinos, la mayoría de ellos del medio ambiente.

Resumiendo: la Torá como llamamos por extensión no solamente a las Escrituras Bíblicas sino también a la tradición oral recibida desde el Sinaí, sostiene que la única solución al problema de la ecología es una educación para lograr  una remodelación del carácter del hombre.  Cuando los sabios del Talmud establecieron el “Año Nuevo de los Árboles” y los judíos en los países en los que se encontraban dispersos se reunían alrededor de las mesas a degustar de las frutas con las que fue bendecida la Tierra de Israel, no sólo renovaban el juramento de regresar al lar que .A. les dio, sino, a aprender a cuidarlo desde el día primero de su regreso. Hace alrededor  de cien años atrás ese día se convirtió en el día de la plantación nacional en el que desde los niños del parvulario hasta los ancianos van a los bosques a plantar los árboles que luego verán crecer. Ello ha logrado que el moderno estado de Israel sea el único país del mundo en el que a principios del siglo XXI tiene más árboles de los que tenía a principios del siglo XX y éste es un logro fenomenal producto de esa postura de la Torá aun cuando los judíos no podían residir en su propia tierra.

La Torá desarrolla también el aspecto afectivo hacia la naturaleza y los productos de la Tierra, y a través del conductismo normativo, intenta acostumbrar al ser humano a frenar su codicia egoísta, aprendiendo a poner límites a su desenfrenado deseo de apropiarse de todo.

Una última muestra encontramos en este versículo “Cuando salieres a campaña contra tus enemigos, te guardarás de toda cosa mala… además tendrás un lugar fuera del Real donde salgas afuera. Tendrás también una estaca entre tus armas y será cuando te sentares afuera, cavarás con ella, y tornando hacia atrás cubrirás tus excrementos” Deuteronomio 23:10-14

El profeta Ezequiel en el capítulo 47, a quien cito para terminar esta exposición, nos lo dice con gran claridad cuando habla de las aguas salutíferas: “Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar.  Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por el camino exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira al oriente; y vi que las aguas salían del lado derecho. Y salió el varón hacia el oriente, puso  un cordel en su mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos.  Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos.  Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. Y me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre? Después me hizo volver por la ribera del río. Y volviendo yo, vi que en la ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado.  Y me dijo: Estas aguas salen a la región del oriente, y descenderán a la Aravá, y entrarán en el mar; y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas.  Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río. Y junto a él estarán los pescadores, y desde En-guedi hasta En-eglaim será su tendedero de redes; y por sus especies serán los peces tan numerosos como los peces del Mar Grande.  Sus pantanos y sus lagunas no se sanearán; quedarán para salinas.  Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina.”

Entonces un pequeño hilo de agua surgió de debajo del umbral del Templo – “el agua significa la Torá,”   y el templo no es más que el santuario de la Torá.  Poco a poco el agua creció a una gran corriente, en cuyo orilla creció toda clase de árboles frutales, cuyas hojas no se marchitan y cuyos frutos no cesan. Cuando estas aguas llegan al océano, las aguas de los océanos contaminados son sanados, y todos los peces y la vida marina de retorno a la salud.

Aquí contemplamos una visión de un paraíso ecológico venir a la existencia a través de la Torá.

Para leer más sobre el III Encuentro Judeocristiano y conocer las ponencias que aquí se presentaron, oprima aquí.

 

[1] El autor agradece al profesor Francisco Osorio Acevedo su colaboración en la edición del texto.

[2] Usaremos en este artículo .A. para referirnos a Dios, tal como aparece en la Biblia de Ferrara del S. XVI, dedicada a Gracia Nasi.

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