Mi alumbramiento en la carrera del periodismo fue repentino y con dolor como, en cierta forma, lo fue en aquellos días para México el despertar zapatista. Los indígenas encapuchados en Chiapas dejaron escuchar su grito desamparado que arrojaba por la borda la creencia de que México ingresaba al primer mundo y, en ese contexto, después de haber trabajado largamente para ello, decidí que mi momento de “ser periodista” había llegado. No conocía a nadie en los medios de comunicación y hubo quien me dijo que “sin padrino” nunca publicaría una sola línea en los periódicos mexicanos.
El periódico Reforma nacía entonces y yo leía sus páginas con un poderoso deseo de ser parte de esta vanguardia informativa. Un día me decidí a llamar a su redacción: “Sé que ustedes han contratado a las mejores plumas del país y yo apenas soy una aprendiz, pero tengo ganas y sé que puedo; de hecho, voy a ser periodista”.
De antemano René Delgado me aseguró que en el periódico no había espacio; pero, tras mi insistencia, se ofreció a leer mis textos editorializados que aludían al despertar de Chiapas. Aunque entonces nada se publicaba, a mí me bastaba que él me dijera que mi trabajo era “bueno” para brincar de piso a techo y seguir adelante.
En esos días preparaba mi tesis de maestría sobre el campo mexicano y las reformas al artículo 27 constitucional y, atenta a las contradicciones que se suscitaban a ese respecto en Chiapas, realicé entrevistas que conformaron un primer reportaje de investigación. Queriendo verlo impreso lo mandé a probar suerte a El Financiero. Unos cuantos días después fue publicado y a partir de ese momento supe que ya no habría marcha atrás.
Dos semanas después pariría, ahora sí de a deveras y con dolor, la carrera del periodismo. En el Ángel de la Independencia se hallaban en huelga de hambre un centenar de pobladores de Ocosingo, Altamirano y Las Margaritas; se decían “víctimas de los zapatistas”. Supuse que ellos podían esclarecer las dudas y constantes elucubraciones en torno al tema. Compartí su asiento de asfalto, su desesperación y su plática, y finalmente, una decena de sus líderes aceptaron revivir el olor de sus muertos y desahumar los mitos.
En efecto, aquello olía mal, Chiapas era zona de injusticias; pero en ese miasma había también oportunismo. No había inocentes, de la caja de Pandora surgieron hechos, intrigas y responsabilidades: los adoctrinamientos de la Iglesia, las escaramuzas previas con los militares, las comunicaciones con la guerrilla, la negligencia del entonces presidente Salinas. Aunque la historia era sustanciosa aún dudaba que pudiera publicarse.
La envié a probar suerte a varios medios y a las pocas horas llamó René Delgado: “Quiero tu reportaje para ‘Enfoque’; te espero el lunes con el diskette”. Emocionada mostré el texto a algunos amigos y uno de ellos me sentenció: “Si publicas esto, te van a mandar matar”.
¿Tendría él razón? ¿Podía ser yo tan inocente?
El lunes, después de un angustioso fin de semana sumida en el terror y la impotencia, me presenté en el periódico. Sin realmente quererlo, opté por dar una excusa. Cuestioné la credibilidad de mis informantes y René respondió: “Voy a parar la portada”. ¡Casi me voy de espaldas! Ingenuamente había creído que me permitiría finalmente publicar una paginita al final de “Enfoque”, y me paralicé al saber que el reportaje sería el artículo principal del suplemento. No lo dudé más. Le conté la verdad: “Tengo miedo”.
Empático, contestó que los periodistas forman su “callo” poco a poco. “Y tú, sin experiencia -agregó- vas a darte un encontronazo contra la pared. Estoy casi seguro que no te va a pasar nada; pero, así como estás, yo no publico tu trabajo. Vete a tu casa, piénsalo bien y te espero una semana. Si te decides, vienes el lunes que entra.”
Atrapada entre el pánico, los “amables” consejos y el ferviente anhelo de “ser periodista”, finalmente tomé la decisión de aventarme. Como afortunadamente no caí al despeñadero, mi primer agradecimiento es justamente para René Delgado, quien me dio las primeras alas y tuvo la paciencia para empujarme a volar.
De entonces a la fecha han pasado cinco años y, como colaboradora, los proyectos se han sucedido encadenándose unos a otros, tanto en el entorno cultural, como en el político y el internacional e inclusive investigando temas de interés científico y médico. Confieso que aún hoy, cuando debería “tener más callo”, paso noches sin dormir y esta vibrante carrera de emociones fuertes me mantiene viva y creciendo en una vertiginosa montaña rusa, colmada de raudas y emocionantes subidas y bajadas. Quizá esa pasión arropada de arrojo, miedo y gozo sea la esencia de “ser periodista”.
Casi la totalidad de los trabajos de Entre la historia y la memoria fue publicada por Reforma entre 1995 y mediados del año 2000. Muchas de las entrevistas de este libro, las he ampliado, corregido y afinado. Decía Alfonso Reyes que los escritores publican para dejar de corregir; tengo que aceptar que mi obsesivo y absurdo deseo de perfección ha sido tal, que por momentos creí que nunca terminaría. Aun pido disculpas por aquellos errores que seguramente seguiré tachoneando una vez publicado este libro.
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