Sección de Auschwitz era conocida como “México”

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A los prisioneros de Auschwitz los recibía una leyenda incierta a la entrada del campo de concentración forjada en hierro: “Arbeit macht frei (El trabajo libera)”. La realidad es que muchos de ellos no tuvieron la oportunidad de ser empleados, se les exterminó tan pronto llegaron a las instalaciones. Son los entretelones de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, hubo secciones del complejo, edificado en 1940 durante la invasión nazi de Polonia, que no fueron anunciadas con letreros, sino que obedecían a referencias coloquiales de los internos.

Una de ellas fue el nombre que dieron a la bodega que almacenaba las pertenencias de los “huéspedes”, vista como sinónimo de riqueza. Allí se depositaban ropa, anteojos, anillos, dinero, joyas, relojes, fotografías… lo que suele acompañar a los viajantes que no tienen fecha de regreso. A ese lugar lo llamaron “Canadá”.


Otra sección a medio construir, lúgubre, de acuerdo con el testimonio de sobrevivientes, recordaba el otro extremo y la tragedia permanente en Auschiz. Este lugar fue bautizado como “México” y así lo conocieron por igual los oficiales nazis.

“La ausencia de las condiciones higiénicas más elementales y la falta de agua provocó una tasa de mortalidad especialmente alta, incluso para los estándares de Auschwitz. En la jerga del campo, la nueva sección se llamó ‘México’…”, recuerda Hermann Langbein, uno de los sobrevivientes del Holocausto en su libro “Gente en Auschwitz”.

Aunque hay otra explicación menos sombría, secundada por Langbein.

 

Los rostros de “México”

Se estima que entre un millón y un millón 100 mil personas murieron asesinadas o a consecuencia del debilitamiento progresivo de su estado de salud en el campo de Auschwitz, el más emblemático de los que construyó el régimen Nacionalsocialista (Nazi) en Alemania y en los países ocupados por el Tercer Reich.

A los prisioneros se les proporcionaba el mínimo indispensable de alimentos para sobrevivir. Su ración diaria consistía en 250 gramos de pan y medio litro de “sopa”, agua tibia con col y algunos trozos de cáscara de papa.

Era un campo mixto, lo mismo de trabajo que de extermino, donde llegaban hombres, mujeres y niños de origen judío -en su mayoría-, pero también de otros grupos étnicos considerados “inferiores” como gitanos, homosexuales, testigos de Jehová y prisioneros de guerra, particularmente rusos.

“El Nacionalsocialismo veía, además de una industria de exterminio, un negocio de la muerte. Los prisioneros solían llegar con algunas pocas pertenencias, con engaños se les decía que las dejaran y éstas eran enviadas a unas bodegas donde eran seleccionadas y clasificadas para su posterior reutilización o venta en Alemania”, explica en entrevista Jacobo Dayán, analista en Derechos Humanos y ex director de Contenidos del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México.

Dayán recuerda que las fotografías históricas de zapatos, pacas de ropa y maletas apiladas fueron tomadas precisamente en esta sección de Auschwitz, ya que en el imaginario colectivo Canadá era ejemplo de prosperidad.

En contraparte, existía una barraca a medio construir que recibía a los internos en tránsito, quienes iban a ser transferidos a otros campos dependiendo la logística y las necesidades de mano de obra. Por tal motivo, dice, no precisaban de uniforme, lo cual llamaba la atención de los demás prisioneros, sobre todo en la época de invierno.

“Imaginemos cientos de decenas de miles de personas en un campo de concentración con un uniforme a rayas y de repente en una región del campo vemos a hombres y mujeres con frazadas de un color uno blanco, otro rojo, café, azul, la otra beige… Eran elementos que tomaban prestados mientras eran transferidos a otro campo. Es por eso que los prisioneros decían que esa sección se llamaba ‘México'”, explica Dayán.

En ello coincide con Hermann Langbein, quien escribió en “Gente en Auschwitz” que ver a los prisioneros caminar alrededor del campo envueltos en esas mantas, “evocaba una escena colorida de México”.

Sin embargo, otra serie de testimonios asociaba al país con la miseria de esos nómadas y las condiciones en extremo inhóspitas en las que vivían. Allí en Auschwitiz, donde no había espacio para la dignidad humana, “México” significaba descender todavía otro escalón.

En la literatura sobre el tema hay una tercera lectura que vincula el nombre “México” a un centro de extermino dentro del campo, si bien carece de consenso. “No, no hay manera de probarlo. De lo que yo conozco es la primera vez que lo escucho, las grandes zonas de ejecuciones están claramente identificadas y no están allí”, precisa Dayán, también especialista en asuntos internacionales.

En Auschwitz nadie tenía garantizado el mañana, pero había prisioneros seriamente debilitados que semejaban fantasmas. A punto de desfallecer por hambre, cansancio, enfermedad o las tres cosas juntas, se les conocía como “musulmanes”. Una referencia no exenta de controversia que Dayán explica de la siguiente forma:

“El ‘musulmán’ era aquel que ya estaba en la frontera con la muerte. No es peyorativo a la religión islámica, sino que los prisioneros decían: ya parece como andan, como caminan, como si hiciera oración musulmana, de rodillas”.

Lo que pareciera una dosis de humor negro en medio de la tragedia, no era otra cosa, señala, que el día a día en Aschwitz, donde se estima que sobrevivió sólo el 10 por ciento de los 1.3 millones de prisioneros recluidos entre 1940 y 1945, cuando fue liberado por tropas rusas.

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