Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos, 1ra. parte

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No temas, porque yo estoy contigo,
no te inquietes, porque yo soy tu Dios;
yo te fortalezco y te ayudo,
yo te sostengo con una mano victoriosa.
– Isaías 41,10

El lema de HazteOir.org
“Nunca dudes de que un grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo.” 

Al Padre Evelio Tábara, sabiduría, cortesía y ternura.


 

Dicen los que de estas cosas saben que los judíos no tienen mazzal (que así es como se denomina en hebreo al tener estrella, en el sentido de tener destino o suerte), puesto que para el judío sólo deben contar los vínculos que le unen a esa Torá que, siendo perenne, no puede verse afectada por lo contingente. Pero pese a ello, pese a esa privilegiada trabazón con aquello que no conoce ni puede conocer cambio, nada en el pensamiento judío es estático o yerto.

Todo él es proceso histórico. Y ya el sagrado tetragrama expresa, evocando al unísono todas las posibilidades de existencia, este esencial dinamismo. Es paradoja pura, perennidad en devenir. De ahí la importancia que da el judaísmo a la rememoración creativa. Todo está al servicio de una pauta magistral creada desde el origen que nunca interpretada totalmente a la perfección, tiene además la particularidad de existir solamente en el instante preciso de cada nuevo intento de interpretación. Y por eso ahora, obligados de nuevo a rememorar hechos pasados, gozoso es que lo primero que venga a nuestra memoria sea el particular espíritu con el que, todos y cada uno de nosotros, acudimos a estas Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos celebradas en el hermoso valle del Ambroz.

Por supuesto todos acudíamos cargados del peso de nuestro saber —casi siempre más gravado por las inmensas lagunas de ignorancia que por su propia sustancia pero, algunas veces, o mejor sería decir en algunos casos, fruto de un auténtico, largo y tenaz esfuerzo de investigación— pero, pese a este peso, todos acudíamos ligeros y esperanzados, pues sabíamos que allí, en aquellas Jornadas, mucho era lo que iba a hablarse de aquel que constituía nuestro tema predilecto: la innegable y cierta huella que en nuestra historia y en nuestra propia memoria ha dejado el pueblo judío en su tránsito por los paisajes y lugares de nuestro país. Por supuesto, y cómo podría ser de otra manera, durante estas Jornadas se habló mucho de libros. De ellos habló, por ejemplo, Sánchez Mariana en su ponencia titulada Los manuscritos hebreos de la Universidad Complutense.

Lo curioso es que ya en estos libros de los que nos habló el erudito, y por supuesto en todo el resto, lo gozoso y lo trágico parecían estar indisolublemente trabados en cada yod, en cada minúscula gota de tinta. Así, en una hermosa Biblia miniada se conserva una anotación trazada por la mano de Alonso de Zamora, sin ninguna duda uno de los más importantes protagonistas de esa fundamental tarea que culminó con la edición de la Biblia Políglota, en la que el converso se queja patéticamente de su situación personal.

Para que de esta manera, en este libro rico y precioso que relata acontecimientos relacionados con el principio de los tiempos y cuyos versos han sido inspirados, al menos para algunos, por el mismísimo Creador de todas las cosas, venga a inscribirse, en una perfecta ilustración de lo que antes decíamos, la presencia de un instante y unas emociones que son, qué duda cabe, mucho más cercanas a nosotros. Puente entre lo lejano y lo cercano, lo judío es la principal raíz de nuestra cultura (pues aun negando lo judío, o incluso intentando deliberadamente obviarlo, nuestra cultura es profundamente hebrea) y al mismo tiempo, y paradójicamente, lo judío es símbololo por excelencia de lo extraño, de lo diferente y otro. Como dijo María Fuencisla García Casar, profesora de la Universidad de Salamanca, es la necesidad del saber del cristiano de la Reconquista lo que hace que el judío huido del sur termine convirtiéndose en una especie de tutor de las belicosas e iletradas mesnadas que, lentamente, iban instalándose en los territorios recién conquistados.

La corona de Castilla contó con muchos judíos traductores. Uno de ellos, Gabriel Israel, trujimán mayor de la letra y lengua arábiga y morisca, fue vecino de Llerena y en algún momento ejerció el cargo de recaudador de impuestos de los mudéjares.

Sin negar la existencia de otras vías de transmisión del conocimiento al mundo postvisigodo, que es evidente que existieron, es innegable que lo fundamental de esa transmisión se produjo por y en la Península Ibérica. Por otro lado, la romanización y cristianización de los pueblos del norte estuvo, desde el principio, muy influenciada por el pensamiento y costumbres de los judíos, ya que el cristianismo había nacido en el seno de su cultura. No es éste el lugar para intentar discernir cómo y por qué el judío no cristiano fue transformándose en la imagen invertida y negativa del proceso de identificación con nuevos valores que vivieron las tribus godas. Pero sabemos que esta animadversión contra lo judío comenzó a manifestarse prácticamente desde el momento en que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio.

Tras largos siglos pasados en la España musulmana, los judíos se vieron obligados a emigrar hacia el norte a causa de la presión que sobre ellos ejercía el nuevo fanatismo del Islam. Aceptados en un primer momento sin dificultad en los reinos cristianos, los traductores judíos supieron hacer valer rápidamente sus conocimientos. Teniendo muchos de ellos como lengua primera un aljamiado romance, su actividad intelectual tuvo gran importancia para la consolidación de la joven lengua que comenzaban a hablar los castellanos (archiconocido es que los primeros versos en romance que poseemos son aquellos que escribió Yehudá haLeví con caracteres hebreos). Pero si durante un largo período la necesidad de utilizar sus conocimientos (pues además de traductores frieron médicos, astrólogos, matemáticos y sabedores de otras muchas artes), equilibró, salvo periódicos y brutales estallidos de violencia, ese antisemitismo latente del que antes hablábamos, conocido hasta la saciedad.

“Continuará…”

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