70 años

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Hitler era vegetariano. Y amaba a los animales. En el año 1933, a instancias suyas, el gobierno alemán prohibió el uso de animales en experimentos médicos. Al Führer, el sufrimiento infligido a un pobre bicho se le hacía insoportable. Fue un problema para la pujante investigación alemana. Pero los médicos eran el gremio con mayor índice de afiliación al partido. La normativa se aplicó. Y Hitler acabó por premiar a sus investigadores, proporcionándoles un sucedáneo ventajoso de las bestias.

1942, Conferencia de Wannsee. Allí es donde se decide pasar a la fase última del higienismo. Depurando el más tenaz virus. Los judíos son una enfermedad degenerativa de lo humano, se sentencia allí. Contagiosa. Proceder a borrarla es prioridad absoluta. Se inicia la “solución final”. En el vértice de la segunda guerra mundial, a Hitler le parece más urgente borrar esa “epidemia” que consolidar el frente. Y, en medio de la mayor logística bélica de la historia, los trenes de ganado que acarrean judíos, desde toda Europa hasta sus centros de eliminación, tienen prioridad de tránsito sobre los convoyes militares. La guerra puede, en el límite, perderse. Lo que Hitler no contempla es que se salga de ella con un judío vivo.

Todos los viajeros de esos trenes iban a morir. Durante el viaje, no pocos. Gaseados nada más llegar, aquellos que no presentaban aspecto de poder ser aún utilizados. Derrengados por el hambre, la enfermedad, el frío, la mugre de los establos en donde fueron apilados. En las cámaras de gas, los más. Al final, no debía quedar ninguno. Aunque, para ello, cámaras y hornos hubieran de funcionar 24 horas al día.


Pero en el ínterin, entre vísperas de muerte y muerte, aquellos ya cadáveres en vida podían ser útiles aún para el esplendor de la ciencia aria. Lo que desde 1933 no había podido hacerse con animales, podía hacerse ahora con sub-animales: con judíos. Antes de que fueran ceniza.

Un libro muy reciente de Michel Cymes, Hipócrates en los infiernos, ha buscado establecer los datos de esa actuación clínica experimental sobre los prisioneros judíos en los campos. Conocíamos ya detalles parciales, desde lo revelado en el proceso de Núremberg. Y sabíamos que la historia escalofriante de Mengele era rutina en la actuación médica nazi. Pero los datos de Cymes sobrepasan lo imaginable. Por su crueldad como por su dimensión masiva: las imágenes de Dachau, en cuyas piscinas heladas se arrojaba a los prisioneros hasta la muerte, para estudiar cuáles eran los tiempos límite de supervivencia a la hipotermia; la inoculación experimental de virus de tifus y cólera en Büchenwald, para elaborar una historia médica completa del desarrollo de la infección; los experimentos sobre el funcionamiento muscular en el campo de mujeres de Ravensbrück, en el curso de los cuales se procedía a la trituración de rodillas y otras articulaciones; Mengele, en Auschwitz, desarrollando su alta investigación sobre la similitud de reacción frente a dolor, tortura o enfermedad en los hermanos gemelos… La Ciencia. Himmler solía decir que los médicos no eran más que “los instrumentos” del Führer, instrumentos bien afinados. Como de ellos se esperaba.

Un 27 de enero, hace 70 años, Auschwitz era liberado. Quedaba apenas nadie. O apenas nada. Residuos humanos. Fueron ceniza allí más de un millón de judíos. Entre 5 y 6 millones perecieron en toda Alemania. Por ser judíos. Eso sí, nunca el trato a los animales fue tan considerado como lo fue en la Alemania de Adolf Hitler.

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