Cuando aquí en México se analiza el problema del narcotráfico y el crimen organizado, encontramos que las conclusiones pueden ser muy variadas e incluso radicalmente distintas debido a que los observadores parten de percepciones diversas acerca de la magnitud y gravedad del problema, lo mismo que de la eficacia con la que se le está combatiendo.
Algo similar puede decirse acerca del estado de cosas que guarda la situación en Afganistán con relación al combate que libran las fuerzas de la OTAN, encabezadas por Estados Unidos, contra a las huestes del talibán y sus aliados de Al-Qaeda. Las percepciones acerca del avance en los esfuerzos por reconstruir a ese país, asolado por treinta años de guerras continuas y un alto grado de descomposición social, pueden tender hacia el optimismo o hacia su contrario dependiendo de si se elige definir al vaso “como medio lleno o como medio vacío”.
Ciertamente existe una sombría realidad que es innegable: trabajos, escuelas, hospitales y vivienda digna son algunos de los elementos básicos que Afganistán aún no ha logrado ofrecer más que a una pequeñísima fracción de su población. A pesar de las decenas de conferencias internacionales de donantes y de los cerca de 100 mil millones de dólares que supuestamente se han canalizado como ayuda para promoción del desarrollo, no es mucho lo que se ha conseguido, al tiempo que continúan los atentados suicidas contra población civil y enfrentamientos armados en diversas zonas. Este panorama, aunado al cansancio y a la desesperación por lo limitado de los avances, constituye la base sobre la que se está incubando, cada vez con más claridad, una postura de parte de los gobiernos de Kabul, Washington y Londres, de disposición a dialogar con las fuerzas del talibán. El costo de la guerra, en vidas, recursos y prestigio, les está resultando demasiado alto y hay presiones fuertes para poner fin lo antes posible a la intervención militar.
Pero por el otro lado, existen datos que apoyan la visión de que ha habido ganancias importantes y alentadoras, y de que la capacidad militar y operativa de los talibanes es mucho menor de lo que comúnmente se cree.
Algunos datos al respecto: encuestas de opinión realizadas por ICOS (empresa de análisis especializada en asuntos afganos), señalan que una mayoría de los afganos cree que la OTAN está ganando la guerra contra los talibanes, prefiere vivir bajo un gobierno democráticamente electo que bajo la dictadura talibán, teme un regreso de la presencia abierta de Al-Qaeda, y apoya la educación femenina y mayores derechos para las mujeres.
Además, en cuanto al poder real de los talibanes, existen datos objetivos que muestran que la presencia de éstos es proporcionalmente reducida. De las cerca de 300 configuraciones zonales, sólo tres están bajo control talibán, lo cual implica que sólo 0.5% de la población total se halla sometida a este grupo fundamentalista. También existe presencia clandestina del talibán y sus aliados en cuatro de las 30 provincias que conforman al país, pero con excepción de la ciudad de Kunduz —que posee mayoría étnica pashtún, más afín a la postura del talibán— todo el norte de Afganistán, el valle de Badakshan y todas las provincias occidentales están libres de presencia talibán. Kabul, como ciudad capital, muestra muy pocos segmentos de población deseosos de regresar a los rigores de la vida bajo dominio de los islamistas radicales.
Se sabe que el mulah Muhamad Omar, máximo líder de las fuerzas talibanas, reside en Quetta, ciudad ubicada en el Baluchistán paquistaní. Por lo pronto parece haber quedado aislado y sin grandes posibilidades de emprender un movimiento bélico de alcances masivos. Así las cosas, la pregunta esencial tras la evaluación de esta realidad mixta es si la decisión de dialogar con las fuerzas del talibán ofrece la posibilidad de estabilizar la situación sin que ello signifique devolverle a los islamistas su capacidad de control dictatorial, o si por el contrario, el diálogo será contraproducente y mostrará que a fin de cuentas, no existe otro camino más que continuar el combate hasta la reducción de la milicia e ideología talibanes a su mínima expresión.
Fuente:Excélsior
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