“Ahí estaba la migaja de pan que no compartí con mi papá” me dijo Wiesel.
“Do hot gueligt dem shtikl broit, ij hob im nit gueguebn un baynajt hot er gueshtorbn…”
En Auschwitz, durante la primera marcha de la vida, Elie me mostró el lugar en el que, según describió en su primera obra, “Najt” (noche) cuando regresaba con su papá de un día mas de arduo trabajo vio un pedacito de pan tirado a un lado del riel y sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre él y de un bocado (un pedacito de pan) se lo comió sin compartirlo con nadie. Esa noche su papá murió de hambre y desde entonces el vivió con el complejo de culpa hasta que años más tarde se convenció de que ese pedacito no hubiera hecho ninguna diferencia en la muerte de su padre y de que este, como en otras ocasiones, no le hubiera permitido compartirlo pero mientras, por muchos años tuvo que luchar contra este dilema ético en el que lo pusieron los alemanes y la triste realidad en la que vivía y, caminando hacia Birkenau. me señaló ese lugar que décadas después del evento, podía identificar sin problema.
Nacido rumano (Oy Rumjenie, rumenie…), nacionalizado americano, el defensor mas articulado de la memoria del Holocausto y de los derechos humanos en todo el mundo (desde Yugoeslavia hasta Darfur) fue enterrado en Nueva York Elie Wiesel, fiscal de Dios, Testigo de los judíos Yiddishista que nunca se apeno de serlo, judío orgullosamente diaspórico, literalmente el representante de todos los hombres de buena voluntad (judíos y no judíos).
Ayer fue enterrado;
Hoy es recordado;
Mañana será nuestra responsabilidad clamar por los derechos humanos en su ausencia, exigir la memoria del holocausto como una memoria viva en la conciencia de la humanidad, como algo que recordar para evitar que se repita otra vez en cualquier parte del mundo.
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