Al romper el alba: paseo nostálgico por la herencia judía de Segovia

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Corre el año 1492. Con la toma de Granada se ha puesto fin a la Reconquista tras ocho siglos de luchas y guerras. Isabel y Fernando han unido sus reinos bajo la señal de la Cruz y se alzan como los Reyes Católicos. Al romper el alba, frente al cementerio hebreo, surge como un “navío pétreo” la silueta de la ciudad de Segovia. El rumor del río Clamores rompe el silencio del amanecer. Ya han transcurrido dos jornadas desde que varias familias judías abandonaron sus hogares dirigiéndose a la desesperada a la necrópolis donde descansan sus antepasados. El Consejo de ancianos acordó enviar un emisario ante los Reyes Católicos para suplicar una prórroga a su partida del reino de Castilla.

Con esta excusa histórica podría empezar un recorrido por el barrio judío de Segovia, una zona relativamente desconocida de una ciudad en donde el acueducto, el Alcázar o la catedral gótica se llevan todos los honores. Y es interesante no sólo por lo que aún se puede ver, como la Sinagoga Mayor, las calles de Judería Vieja, Santa Ana, el Rastrillo, Judería Nueva, calle y Plaza del Socorro o la Puerta de San Andrés, sino por la historia que esconde.


No siempre la población judía se concentró en la zona sur de la ciudad. De hecho, en el siglo XIII hay referencias de que estaba desperdigada por la ciudad y vivía como los cristianos. Pero en 1412, con la convivencia más tensa, se ordena la concentración de la población y en 1481 decretan los Reyes Católicos medidas más restrictivas y el cierre de la judería con siete arcos que se cerraban todas las noches.

La aljama segoviana fue una de las prósperas y pobladas de Castilla. La mayoría de las casas,- decoradas con esgrafiado-, eran de unos 40m2 de planta, con dos o tres plantas y un pequeño corral o jardín. Las paredes exteriores eran de mampostería, madera y ladrillo que todavía podemos ver en la Calle Almazara o en la Plaza del Rastrillo.

Se conoce la existencia de servicios comunales: dos talmud Torá o escuelas religiosas, hornos, dos carnicerías y un matadero y cinco sinagogas. De la mayoría no quedan restos, pero aún se puede disfrutar visitando la primera Sinagoga Mayor, la Casa-Palacio Abraham Senneor o la Casa del Sol, actual Museo Provincial, que era el matadero y carnicería.

El recorrido podría terminar en el cementerio, en el paraje llamado el “Pinarillo”, que está en extramuros pero cercano a la aljama. Como en los entierros judíos, podemos salir por Puerta de San Andrés y cruzar el Puente de la Estrella. Todo judío, excepto los excomulgados, era enterrado allí, sin distinción de categoría.

A la espera de «sentencia» en el cementerio

Allí lo mejor es cerrar los ojos y volver a recordar el principio del fin, el momento en el que los judíos, con el acta de expulsión de España ya firmada, se arremolinan en su cementerio a la espera del éxodo.

Una figura enfundada en una larga capa camina vigilante entre las lápidas, pues temen sufrir hurtos o ataques por fanáticos religiosos. Es verdad que, siendo “servis regis”, están aún bajo la protección directa de la Corona.

Los enfermos y los niños duermen en alguna de las cuevas para resguardarse del frío de la noche y de la humedad que asciende del río. Algunos ancianos se han negado a lo que afirman que ha sido la profanación del descanso de los muertos y acampan a escasos metros de la entrada del cementerio.

Pronto empieza la actividad entre las familias: las mujeres asisten a los niños, enfermos y ancianos y reparten la comida cumpliendo las estrictas normas kasher.

Cuentan con carne salada sacrificada en el matadero judío, pan ácimo, algunas verduras. Se cuidan muy mucho de no mezclar lácteos con carne utilizando vajillas y cubiertos diferentes.

Los niños varones se agrupan en torno al maestro y repasan los versículos de Torá. Los varones adultos se retiran a rezar la oración del alba, Shajarit. Se cubren la cabeza con el manto y se colocan las filasterias -pequeñas cajas que contiene pasajes del Tora-, en la frente y el brazo izquierdo. Dirigen su mirada al Este, hacia Jerusalén. Unas mujeres se les unen en el rezo del kadish, el rezo por los difuntos: “(..)Él que establece la armonía en Sus alturas, nos dé con sus piedades paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel, y decid: Amén.”

El vigía mira al horizonte y, mientras escucha el murmullo de la oración Amâda, repasa la aljama que hasta ayer fue su hogar. Al contemplar la muralla y la Puerta de San Andrés, no le cuesta imaginarse yendo a su taller de alfarería, saludando al herrero Juçef Biton, al pasar cerca de la Sinagoga del Campo. Incluso cruzándose con Abraham Seneor, juez mayor de las aljamas judías de Castilla

Tras varios días de tensa espera, obtendrán el permiso de los Reyes para partir sin castigo. Estas familias iniciarán un largo viaje hasta el Imperio Turco donde conservarán su religión, sus costumbres, su lengua y la cultura Sefardí.

Aunque hubo conversiones como la de Abraham Seneor,- apadrinado en su bautizo en el monasterio de Guadalupe por los propios Reyes-, la mayoría de los judíos de la aljama segoviana se decantaron por el exilio. Antes de marchar, desde el cementerio, podían contemplar la esplendida vista de la Aljama, la herencia judía.

Fuente: La Razón

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