La vida tiene un principio y un fin. Nada es para siempre y todo lo que sucede, agradable o desagradable termina. A mí me gusta más el amanecer en que el sol sale, me produce ganas de vivir y llevar a cabo las actividades pertinentes. El anochecer promueve tristeza, el cansancio ha llegado y las ganas de emprender actividades, han disminuido. He aprendido a disfrutar las dos partes, ya que forman un todo. Un comienzo tiene el sabor de un nacimiento, el amanecer a la vida. La vejez se nos presenta al oscurecer y le tememos, ya que se asoma la muerte. ¡Que susto!
Los viejos se configuran como una categoría independiente del resto de la sociedad; separados como grupo con características propias. Resulta obvio que los adultos mayores compartan características comunes pero lo curioso es que esta diferenciación supone mayor separación del resto de la sociedad que la experimentada por otros grupos sociales. La vejez separa más del resto de los conciudadanos que otros atributos cronológicos o sociales, suscita reacciones negativas y no resulta solamente una variable descriptiva de la condición personal del sujeto, como la apariencia física, el estado de salud, el sexo.
Se puede hacer una analogía entre los niños y los viejos. Los pequeños son como un cuaderno en blanco que vamos a llenar. Cuando vemos una fila de niños que llegan a la escuela, nos volteamos para ver que bonitos y graciosos son. Algunos se toman de las manos, platican entre ellos, otros lloran porque no quieren estar allí, hay quien pelea, pero el cuadro es hermoso y sentimos ternura ante el brillo de la vida. ¡No hay niño feo!
Cuando vemos una fila de viejos y viejas esperando algún trámite o visitando un museo, volteamos la cara para no vernos reflejados en ellos. Su cuaderno está lleno y esto puede convertirse en desesperación por lo que no se hizo. Los viejos sabios lo transforman en agradecimiento por haber llegado a esta edad y todo lo vivido hace acto de presencia
El niño lucha por hacer lo que desea, el viejo se espanta y se somete. La sociedad tiene la obligación de devolverle el derecho de hacer lo que necesita para vivir cómodamente.
Los que observamos desde fuera y nos damos cuenta de su cansancio, sentimos temor. Notamos sus canas, arrugas y la piel del cuello flácida; una muestra del envejecimiento; la única escapatoria para no vivirlo es la muerte. Los que están contentos revisan un pasado lleno de recuerdos hermosos, preciosos y tristes que los convierten en personas con muchos significados.
Los más sabios piensan que ha llegado el momento de recuperar el tiempo perdido, sin lamentaciones de lo que pudo haber sido y no fue. Es en él, oscurecer de la vida cuando surge la sabiduría para poder vivir ese momento sin tristezas ni remordimientos absurdos. El pasado se fue, ya no se recupera. Hay que vivir el presente.
A medida que pasan los años, la vida es un proceso de pérdida por un lado, por el otro ha llegado el momento de hacer lo que antes no se pudo hacer. Nada es perfecto pero si perfectible. El niño, apenas empieza su camino y tiene que sujetarse a todas aquellas reglas familiares y sociales que lo convertirán en parte del grupo social y familiar al que pertenece. Admiro a aquellos viejos y viejas que con mucha fuerza interna pasan por encima de sus miedos y toman el riesgo de ir por caminos nuevos. Confirman su valor como personas ante la familia y la sociedad. La vejez y la infancia, son singulares. El contexto tanto como la historia personal, situación económica, etnia, religión, los condicionan.
La sabiduría en esta etapa de la vida nos deja ver que no podemos reconstruir el pasado, pero si podemos darle alegría al presente. Ver todo con calma y tranquilidad porque el destino es inmutable. En una sociedad imbuida por valores de juventud, belleza, poder económico, el anciano que carece de ellos, se ve marginado.
Un gran coro de viejos con voces roncas, pueden reír hasta que les brotan lágrimas de los ojos. También pueden mostrarse con una expresión de desprecio, y amarga ironía. Son como un libro de historia con vida propia, pueden mostrar lindas imágenes a colores o dramas en blanco y negro.
La mayoría de niños y viejos, necesitan más amor y atención del que pueden obtener; hacen cualquier cosa, incluso el ridículo, con tal de obtenerlo. Es más fácil atender esta necesidad con los pequeños, que irradian la frescura del amanecer que en la vejez que muestra la cercanía del final. La sabiduría de los adultos mayores brinda sensibilidad especial para poder acomodarse al mundo que ha surgido a su alrededor. Vivir serenamente el anochecer de la vida implica un trabajo personal.
El niño está ansioso por saber y pregunta sin parar. El porqué y el para qué es su forma de vida. Esta cualidad la van perdiendo algunos adultos mayores, ya no quieren ver ni oír. Permiten que las sombras los invadan y la lluvia y el frío les produzcan nostalgia. Los pequeños anhelan salir y mojarse, jugar con el agua que cae del cielo.
Ambos se sienten desamparados. Los pequeños porque no conocen el mundo, los mayores porque lo han conocido. Unos ven decrecer sus capacidades físicas y sus esperanzas. Los otros las van adquiriendo y alimentan sus sueños e ideales. Hay que aprender en la vejez que estas cualidades humanas que se adquieren desde temprana edad, no se vayan como el agua por una coladera. Algunas sensaciones que producen miedo no son reales, son parte de la imaginación negativa. Hay que pelear contra ella.
Muchas veces, el mal está en los ojos del anciano y no en lo que ve. Los pensamientos positivos y palabras alegres provocan un bienestar que propaga una sensación de placer, agradecimiento y esperanza por todo el cuerpo. Para ellos, ha llegado el momento de pensar en sí mismos y planear esta última etapa. Logran verse como personas con capacidades lúdicas y creativas, no sólo como padres y abuelos. Logran integrar culpas, éxitos, resentimientos, alegrías, tristezas y dolores al aceptar con sabiduría y serenidad que todo esto es parte del vivir. Hay que reconocer el derecho de todo adulto mayor sano a una vida propia e independiente.
Maya asiste a la muerte de su padre y un día después nace su bebé. Se junta la despedida de un ser querido con la bienvenida a un bebé esperado y soñado. Contradicciones que la vida nos trae.
Mi trabajo, oncología; era demasiado implacable. Los pacientes, las familias, las pérdidas. Pensé que sería capaz de sobrellevarlo, pero se acumula con el tiempo.
Que es aquello que se compra caro, se ofrece por nada y con frecuencia se rechaza. La experiencia de los viejos.
Habías envejecido, es cierto, pero había algo más, algo en los ojos, o en la curva de los labios, una clase de dolor, un gesto de abatimiento, como si te sintieras aplastado por el peso del mundo, como si te hubieras dado por vencido. 81
VEJEZ. Intuyo que es justo lo que te trajo hasta aquí. Hay cosas que quieres decirme antes de que muera. Así que adelante, desembucha. Veo lo que te produce mi decadencia, que te doy lástima, El monstruo de tu niñez derrotado por unos cuantos escalones. Bastan unas cuantas palabras bien elegidas para recordarte que, pese a las apariencias, sigo siendo el mismo imbécil arrogante que siempre fui. 210
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