Con EE.UU e Israel ya desconectados completamente del acuerdo nuclear con Irán, me pregunté a mí mismo cómo me relacionaría a ese asunto si fuera un almacenero israelí, un general de Tzáhal o el primer ministro Binyamín Netanyahu.
Si fuera un almacenero, justo después de que Trump anuló unilateralmente ese pacto, me gustaría que las demás potencias hagan todo lo posible para que Irán, a pesar de las sanciones de la Casa Blanca, no pueda enriquecer uranio, ya que el gobierno de los ayatolas engañó regularmente a todo el mundo en su camino a la expansión de esa capacidad – a pesar de haber firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear. Después de todo, en Irán siguen marchando a los gritos de “Muerte a EE.UU” y “Muerte a Israel” y se siguen llevando a cabo conferencias que promueven la negación de la Shoá.
Por otra parte, durante la Segunda Guerra de Líbano (2006), contra Hezbolá, ésta organización terrorista chiíta lanzó miles de cohetes suministrados por Irán hacia las poblaciones civiles de Israel. No; no me importan las razones. Como almacenero israelí, estaría a favor de que Trump revocara el acuerdo.
Si en cambio fuera un general de Tzáhal, me gustaría compartir el escepticismo del almacenero, pero éste termina en otro lugar (como sucede con muchos miembros del Mossad). Me gustaría empezar por recordar lo que el canciller Abba Eban solía decir cuando la ultraderecha nacionalista israelí argumentaba en contra de tomar riesgos por la paz con los palestinos: “Israel no es una Costa Rica desarmada”.
No sólo que – según fuentes extranjeras – Israel posee alrededor de 200 armas nucleares; también puede lanzarlas a Irán desde aviones invisibles, submarinos de última palabra o misiles sofisticados de largo alcance.
También me gustaría señalar la razón por la cual Hezbolá no lanza un nuevo ataque provocador contra Israel desde 2006. Es que sabe, por experiencia, que la doctrina estratégica central del Estado hebreo es: Ningún enemigo, por más peligroso que sea, nos llevará a abandonar esta región.
Israel acciona, cuando tiene que accionar, con la doctrina de “guerra sin piedad”. Tzáhal intenta evitar chocar contra objetivos civiles, pero demostró, tanto en el pasado en Líbano como recientemente en Gaza, que no va a dejarse disuadir por la “amenaza” mediática de “víctimas civiles árabes inocentes” cuando Hezbolá o Hamás lanzan sus misiles desde zonas pobladas o mandan a mujeres y niños en la franja palestina a remontar barriletes incendiarios cerca de las vallas de seguridad en las fronteras. Se verá muy mal en la tele, pero este rincón del planeta nunca fue Dinamarca.
Israel sobrevive en un mar árabe-musulmán porque sus vecinos saben que, pese a sus costumbres occidentales, no será el loco suicida de la zona. En caso de vida o muerte se guiará por las normas regionales. Irán, Hamás y Hezbolá – para bien o para mal – lo entienden. Por eso, los generales de Tzáhal comprenden que poseen una disuasión significativa contra una bomba iraní.
Y también los ayatolas de Irán demuestran desde hace tiempo que no son suicidas. Cabe destacar que durante sus 39 años de historia, la República Islámica nunca jugó con su supervivencia como sí lo hizo Saddam Hussein en Irak tres veces: con el lanzamiento de una guerra contra Irán en 1980, con la invasión de Kuwait en 1990 y con la apuesta a que George Bush Junior no lo atacaría en 2003.
En síntesis, si fuera un general de Tzáhal – o un jefe del Mossad -, no me dolería demasiado la cancelación norteamericana del acuerdo nuclear, aunque podría llegar ver en él algún que otro atributo, sobre todo si EE.UU mejorara nuestro poder de disuasión así como lo está haciendo ahora mismo con Arabia Saudita sin que, increiblemente y por primera vez en la historia, Israel proteste, aunque en el futuro esos armamentos sofisticados podrían aputar hacia el Estado hebreo.
Ahora bien; si fuera Netanyahu, me gustaría empezar por admitir que mi país se enfrenta a dos amenazas existenciales: una, externa: el poder nuclear iraní; la otra, interna: la falta de separación de los palestinos en dos Estados, dejando sólo una solución posible de un único Estado donde Israel terminará gobernando tantos palestinos que ya no podrá ser un Estado judío y democrático.
Para hacer frente a la amenaza de Irán, si fuera Bibi, no me aferraría con uñas y dientes al apoyo “incondicional” de 40 millones de cristianos evangélicos norteamericanos ni me desprendería del Partido Democrático – ni de la gran mayoría de judíos que lo votan y que en su momento avalaron el acuerdo -; menos aún si no tengo en la manga ninguna otra alternativa en la cual fiarme. Realmente no estoy seguro de que “a la hora señalada” Trump decida atacar unilateralmente a Irán mientras las demás potencias aún mantienen el acuerdo, arriesgándose a que ello desate un nuevo conflicto armado mundial. Me alcanzó con verlo tartamudear en Siria cuando Assad bombardeó a su población con armas químicas que supuestamente ya no tenía.
Y reconocería que cuando mis grupos de presión en Washington lograron que Trump aborte el acuerdo, no me aseguraron para nada que el resultado sería algo mejor. Al contrario, sería un “ningún acuerdo”, por lo que Irán mantendría sus famosos “tres meses” para fabricar una bomba, sin inspectores intrusos, con sanciones que podrían llevarlo al colapso de tener que arriesgarse a actuar de forma extrema, y con Israel aislado diplomáticamente por la Unión Europea, Rusia y China que defienden el pacto.
No me fiaría de los inspectores de la ONU; confiaría en la disuasión; y para mejorarla exigiría a Trump llevarme a una posición privilegiada en Oriente Medio, mediante la cual mi Fuerza Aérea pueda destruir cualquier bomba de precisión guiada que podría ser lanzada desde un reactor iraní escondido en alguna montaña. Los iraníes, que no son Saddam Hussein, entenderían el mensaje.
Y luego pondría todas mis energías como líder de Israel para tratar de desconectarme de forma segura de los palestinos y preservar a Israel como un Estado judío y democrático. Eso haría a Israel más seguro contra sus dos amenazas existenciales.
Pero lamentablemente, Israel tiene un primer ministro cuya estrategia es rechazar el acuerdo con Irán sin ningún plan B fiable y aumentar la amenaza interna palestina sin ningún plan A creíble. Sólo planea ser cada vez más fuerte en las encuestas creyendo, con gran parte de razón, que los israelíes somos idiotas y que embajadas de otros países en Jerusalén o un triunfo en el Festival Eurovisión llevarán a que olvidemos las ya demasiado largas investigaciones por soborno y falta de lealtad a su cargo y las recomendaciones policiales de llevarlo a juicio por ello.
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