La época que se extiende desde 1914 hasta el fin de la segunda guerra mundial, fue una época de catástrofes. Le siguió un período de 25 a 30 años de crecimiento económico y transformación social que produjo fuertes cambios en la sociedad humana.
Surgió una generación soñadora, que persiguió la felicidad. Al final fue golpeada por la realidad, frustrada por los anhelos y las promesas en que vivió sin obtener resultados.
Al mismo tiempo, en algunos núcleos llama la atención la desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales entre los seres humanos y, así, la ruptura de los vínculos entre generaciones, entre pasado y presente hace su aparición. El resultado es un individualismo absoluto. Sin embargo, he podido darme cuenta de ese anhelo interno de un mayor afecto que produce dolor.
Se ha formado una sociedad constituida por un conjunto de individuos egocéntricos desconectados entre sí y que solo persiguen su propia satisfacción. Igual se han destruido los numerosos lazos feudales que ligaban al hombre con sus mayores, entre familiares, sólo queda la unión por intereses personales. Es una visión general, hay excepciones.
El mundo es más rico de lo que ha sido nunca en su capacidad de producir bienes y servicios y por la infinita variedad de los mismos. Una gran cantidad de personas viven mejor que sus padres y en algunas economías avanzadas, nuestros ancestros se sorprenderían de la cantidad de objetos que existen en muchos hogares.
Otra variable que completa el panorama es el hecho de que la premisa placer y pecado antes estaban unidas, posteriormente sólo quedó vigente una gran veneración y glorificación por el placer. Se asoció este a la felicidad y se cayó en la idea de que el aumento en el placer significaba un aumento de la felicidad.
En forma simultánea, en estas generaciones, surgió la espiritualidad en sus diferentes manifestaciones, excelente alimento para el alma. Sin embargo, el cuerpo necesita algo más que eso. Se sabe que el placer es necesario y una dosis adecuada ayuda a la persona a sentirse contenta.
Es así como surge una búsqueda inacabable de satisfacción placentera, explotada a favor de quienes los vende. Las personas se han convertido en súbditos del placer. En la medida en que más buscan más insatisfechos y frustrados están, surge la insatisfacción que lleva a una sensación de vacío angustioso y doloroso. La angustia social e individual es una ganancia de esa búsqueda interminable. Le preguntaron a una persona: ¿Qué quieres? Por qué tanta angustia, no sé, sólo sé que quiero.
El vacío del sentido, el hundimiento de los ideales, producen más angustia, más absurdo, más pesimismo. Nuestra bulimia de sensaciones, de sexo, de placer, no esconde nada, no compensa nada. Rige la ilusión de que al final se puede conseguir una felicidad que los salvaría de la desesperación.
Validamos la serenidad que produce la espiritualidad para el alma, insisto en que el cuerpo necesita ciertas dosis de placer, y nos convierte en sus súbditos o esclavos. La perpetua carrera detrás de las satisfacciones nos hace sentirnos más vacíos. Nos adaptamos rápidamente a los nuevos logros y las asumimos como naturales. (nos tocan). Podemos tener una buena pareja, buenos hijos, amigos y la satisfacción no llega. Seguimos buscando algo maravilloso que no existe pero como no nos queremos dar cuenta que no existe, sentimos una gran frustración.
Los deseos son un espejismo, cuando pensamos que los hemos alcanzado nos damos cuenta que surgen otros en su lugar. Así, lo único que queda vivo es un deseo angustioso que termina en esa búsqueda incesante de placer. Un gran círculo vicioso. Vivir en el mundo del consumismo nos convierte en seres anhelantes e insatisfechos. Somos proclives a la acumulación de lo que sea y sentir que tenemos mucho nos produce un placer temporal.
No se puede vivir todo el tiempo en un estado de bienestar, ya que la vida conlleva situaciones de tensión y dolor. Cuando surge un problema extra, casi todos nos damos cuenta que somos más fuertes de lo que creíamos y hace su aparición una capacidad que estaba oculta y nos proporciona las armas que ayudan a resistir los golpes; se abre un camino para seguir adelante.
La vida humana tiene momentos de placer y displacer, alegría y tristezas, bondades y maldades. Hay que aprender a manejarlos en forma equilibrada. Nada de lo que sucede es para siempre, ni dura todo el tiempo. Todo lo que nos sucede va pasando rápidamente: lo bueno y lo malo.
Vivir en el mundo del consumismo nos convierte en seres anhelantes e insatisfechos. Somos proclives a la acumulación de lo que sea y sentir que tenemos mucho nos produce un placer temporal. Vivir en el mundo del consumismo nos convierte en seres anhelantes e insatisfechos. Somos proclives a la acumulación de lo que sea y sentir que tenemos mucho nos produce un placer temporal. Hay quien vive con falta de sentido, sin ideales que provocan más angustia, más absurdo, más pesimismo. Se puede concluir que la bulimia de sensaciones, de sexo, de placer no compensa ese vacío.
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