Carta a mi abuela

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“He aquí una mujer que vivió para que su marido no se enojara”, pienso cuando voy a verte al panteón.

Lunes 31 de mayo de 2010 5:30 am

Abuela, viniste a México desde el otro lado del mundo, cual Sancho, de escudero, con Pinhas, siguiéndolo en las buenas y en las malas y con Mois, tu hijo. Con él, con él quien era el que deveras te cuidaba. Yo, tu primera nieta, Rosita. Goli, te juzgué mal, con los ojos de mi presente. Tuvieron que pasar todos estos años, setenta, para que yo pudiera entender con qué indefensión vivías en el país ajeno que te narraba mi abuelito, que veías a través de sus ojos. Te encerraste con tu hijo Mois y cuando ese niño cumplió los quince, te llegó una niña. Se encerraron juntas, llegó Virginia, luego Matilde, esas dos indígenas a ayudarte, a protegerte, a buscar protección, y entre todas esas mujeres apenas se dieron abasto para atender las demandas del abuelo.


En tu mundo de entonces no cabía la posibilidad de echarte a correr, no tenías para dónde. Ninguna posibilidad. Indefensión total, completamente a disposición del abuelo, ni la más remota opción de huir. Nadie. Nadie en quién confiar, en quién recargarte. Ni el idioma y la tremenda desconfianza. Abuela, abuela, qué azoro te causaría ver vivir a tu primera nieta, en su casa con México. Confiada. Con un lugar en este mundo, que a esta edad gana el dinero que la alimenta haciendo lo que le gusta, lo que la hace crecer. Ay, abuela, seguro te morirías de miedo pensándote en mi lugar, pero abuela, a mí me da más miedo pensarme en el tuyo, completamente en manos de los humores del abuelo. Entiendo que cuidaras tanto que no se enojara. “se estruye el mundo” –decías con cara de miedo.

Sin embargo, ahora puedo aceptar que yo también he cuidado con tal esmero, como tú, que los hombres no se vayan a enojar. Por eso no he hablado, no digo lo que quiero, lo que siento, lo que no soporto, no se vayan a enojar. Abuela tienes que reconocer que a pesar de tus infinitos cuidados, no lograste que el abuelo no se enojara ¡nunca lo lograste! Nunca, pobre abuelita mía. Pero abuela, ya aprendí a escribir lo que me enoja, lo que ya no estoy dispuesta a hacer, pero no lo digo cara a cara; lo digo mesurada, arregladamente en mis libros bastante peinaditos. Lo digo así porque decirlo de forma salvaje, como suena un trueno, no me gusta. Lo digo apenitas, creo, si lo dijera como me sale sería destructivo y no se trata de eso, eso cualquiera. Podría decir que mustiamente. Mi papi, tu adoradísimo hijo no habló. Se comió el coraje, tal vez le hizo tantro daño que se fue antes que su padre.

Yo lo escribo.

Pero no hablo de frente. No puedo. No pude enojar al hombre durante los miles de kilómetros que viajé de copiloto a su lado rogándole que le bajara a la velocidad; hasta que me llevó al barranco y me cambió la vida, mi cuerpo no volvió a ser el mismo. Es hombre. ¡Cómo iba yo a exigirle! Mi hijo, con el que practico ese arte que es Hablar, decir, porque el arte de escuchar voy haciéndolo mío. Y el de hablar ¿cómo? ¿Cuándo lo haré más mío? ¿Es a esa Rosa que habla lo que de verdad ha querido transmitir, es a la que más he reprimido? La represora tampoco me gusta, pero tampoco tú, abuela. Quiero a la que se defiende sin destruir, pero todavía está en gestación, nueve meses necesita para que salga, no está lista. Se ha retrasado, pero hace un trabajo interno, va naciendo fuerte, pero amorosa. Tiene un buen maestro.

¡Habla Shoshitazan! ¡Habla, habla Goli, habla! ¡Por Dios!, le he contado al hijo esta historia del silencio ancestral de las mujeres nuestras, y ha prometido que le diga lo que le tenga que decir y no enojarse. No sé si en esas le diga algo que le moleste y si así fuera pues se enojará, lo hará sin aprovecharse de su fuerza física y simplemente decidirá que hacer y adelante la vida, puesto que el vivir es cambio permanente, las cosas son mientras son. Un calidoscopio, con el más ligero movimiento cambia su forma. Así son los caleidoscopios, porque un maravilloso juguetito de esos, estacionado en la misma figura, no podría ser llamado calidoscopio.

Abuela, te juzgué con mis ojos de mujer nacida en México, de joven primero, de mujer con secundaria y carrera de periodista después, y cuando me divorcié me burlé de tu miedo incurable a que se enojara mi abuelo. Nunca me puse en tus zapatos, no fui capaz de entender que cuando arribaron a este continente desconocido no tenías a nadie a quien recurrir, que dejaste todo en esa tierra oriental de donde venían. Que no sabías hablar español y sin el idioma no podías hacer vínculos y vivían temerosos, desconfiaban, cerraron sus puertas, era otra cultura. Te quedabas en la casa, con tu hija pequeñita, y escuchabas a tu marido hablar, siempre con nostalgia de Yerushalaim, siempre con nostalgia por lo que dejaron, escuchando sus discos de 33 revoluciones de música (con puros gemidos) para mí extraña en la niñez. Ahora esa música me encanta. La siento. A mí que me volvía loca, el mariachi, yo que quería cantar como Lucha Reyes y que tenía un poderoso falsete.

Mi abuelita: una mujer sin armas, sin dinero personal, sin un lugar a dónde escapar. ¡Cómo diablos iba a decirle alguna vez no a su hombre! Con razón mi papi repetía cual disco rayado: Hija, donde manda capitán no gobierna marinero. Y él, no solo mi abuela, era marinero, otro subordinado.

Mijita no grites, mijita no hables, mijita no vayas a cambiar el canal a la tele porque cuando baje tu agüelo estruye el mundo. Para no enojarlo para que no se estruyera el mundo, mejor me iba a la cocina a platicar con Matilde o al jardín a robarle un higo de la higuera pero resultaba lo mismo, Matilde repetía tu letanía hija, no toques el árbol de tu agüelo, porque nos mata.

Hoy aparecieron en mi memoria las fotos del álbum de mi abuelita. Esas que cuando las vi por primera vez creí que eran personajes de la Biblia y no, son las mujeres de mi familia. Mi linaje de mujeres.

Acerca de Rosa Nissán

Nace en la Ciudad de MéxicoEs autora de las novelasNovia que te Vea (Planeta.1992)Hisho que te Nazca (Planeta 1999), ambas traducidas al inglés en un sólo tomo con el nombre de Like a Bride, Like a Mother (Universidad de Nuevo México. E.U., 2000)No sólo para dormir es la noche (Cuentos. Edit. Patria. Nueva Imagen),Los viajes de mi cuerpo (Novela. Planeta, 2003)Horizontes sagrados. Diarios de viaje a Israel y la India (Nueva Imagen, 2003).Sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías; sus novelas son parte de trabajos internacionales sobre literatura y otros temas (Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Canadá).Participó como coguionista de la película Novia que te vea (IMCINE, 1999) basada en la novela del mismo nombre.Durante 20 años formó parte activa en el taller de Elena Poniatowska. En 1997 impartió talleres literarios en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM). Del 2000 al 2002 ofreció diversos talleres de Autobiografía novelada en: la Casa del Lago, el Claustro de Sor Juana y la Casa del Refugio. Desde el 2005 imparte talleres literarios en la Casa Universitaria del libro (UNAM), en la Librería el Péndulo, y en la Universidad Pedagógica (UPN).Desde 1984 publica artículos y cuentos en periódicos y revistas.

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