Caso Pollard: demasiado poco, demasiado tarde

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Poco tiempo atrás, Washington denunció que el Mosad había espiado las conversaciones nucleares de Irán con las potencias mundiales. Eso es inadmisible, sostuvo la opinión ilustrada, los aliados no deberían tratarse de esa forma. Pero ¿cómo se había enterado Estados Unidos de que Israel lo había espiado? Pues porque la CIA había intervenido teléfonos israelíes.

Otra que hizo un papelón fue Dilma Rousseff, cuando puso el grito en el cielo al ser informada -cortesía de Edward Snowden- de que Washington la espiaba y armó una pequeña escena de típica sobreactuación sudamericana, llegando a postergar con solemnidad diplomática un inminente viaje a la Casa Blanca. (Debilitada tras el escándalo del Petrolao, indecorosamente debió tragarse el orgullo y viajar al Norte a hacer las paces). Más allá del berrinche, lo cierto es que Brasil sigue teniendo su propio servicio secreto y un presupuesto anual para pagar salarios a sus propios espías. Snowden también encierra una contradicción: este adalid de la denuncia contra el espionaje universal se refugió en la Rusia de Vladimir Putin, un exjerarca de la KGB de fama legendaria por espiar -antes y ahora- incesantemente a empresarios, periodistas, opositores políticos y activistas de derechos humanos.

Para algunos será una novedad llamativa, pero pronunciémosla igualmente: los países espían. Siempre lo han hecho. El espionaje contra enemigos -y entre aliados- es usual. El lío se arma cuando los topos son apresados. Pero la actividad es cotidiana.


Este preámbulo viene a colación del anuncio de una próxima liberación de un famoso analista naval estadounidense que espió a favor de Israel en los años ochenta del siglo pasado.

Jonathan Pollard pasó información sensible a Jerusalem (fundamentalmente sobre las capacidades militares de los árabes, los rusos y los paquistaníes); fue detectado, arrestado, juzgado y condenado. Violó la ley norteamericana y traicionó a su patria, de manera que fue razonable y justo que Estados Unidos le hiciera pagar por ello. No tan razonable o justa fue la condena a cadena perpetua, sobre todo considerando que sus actividades a) buscaron beneficiar a Israel más que dañar a EEUU, b) fueron a favor de una nación aliada y c) no pusieron en riesgo las vidas de activos norteamericanos, como sí ocurrió con el notorio Aldrich Ames, el espía americano prosoviético de esa misma época condenado a la perpetua. Robert Kim, otro analista naval que espió a favor de Corea del Sur, otro aliado de Washington, fue condenado a sólo siete años.

Pollard siempre ha sido una carta en la manga de los presidentes norteamericanos -que la han usado para tentar a los Gobiernos israelíes a la realización de ciertas concesiones indeseadas-, una causa nacional para muchos israelíes -que han clamado por su liberación y han nombrado una plaza de su capital en su honor- y un foco de tensión en la relación bilateral entre Washington y Jerusalén. Aparentemente, su próxima excarcelación estaría vinculada a una regla norteamericana que concede la libertad condicional al cabo de treinta años de cárcel, salvo situaciones excepcionales. La Casa Blanca aseguró que este desarrollo no está vinculado al acuerdo nuclear de las potencias mundiales con Irán, pero la coincidencia temporal es muy llamativa, máxime teniendo en cuenta el uso y abuso del affaire Pollard a lo largo de los años.

Aun si fuera un hueso arrojado por la Administración Obama, no tendrá el menor efecto en apaciguar los nervios de los israelíes. El nuclear es realmente un muy mal acuerdo que, para cuando expire, dentro de unos quince años, dejará al país persa económicamente próspero (las sanciones se levantarán), militarmente poderoso (los embargos caerán) y con el camino despejado para retomar sus aspiraciones nucleares sin restricciones. Para balancear militarmente a Irán ante las naciones árabes sunitas, Washington ofreció dotar de más armas convencionales a estas últimas. Lo que significa un incremento en la militarización del Medio Oriente. La lógica es intrigante, puesto que, como ha notado Bret Stephens, “con el fin de evitar que el Oriente Medio se convierta en un lugar muy peligroso en el futuro, [parece ser] necesario permitir que se convierta en un lugar muy peligroso ahora”. Mientras tanto, atento a la observación de David Makovsky, Israel está cada vez más rodeada ya no por Estados sino, en gran medida, por actores no estatales como Hezbolá en el Líbano, el Frente Al Nusra en Siria, Hamás en Gaza y Ansar Beit al Maqdis (una filial de ISIS) en el desierto del Sinaí egipcio, cuyo comportamiento es menos predecible y mucho más violento que el de los Estados convencionales. Nada de esto será modificado por la liberación de Jonathan Pollard.

Desde el punto de vista humanitario, bienvenida su puesta en libertad. Desde el punto de vista geoestratégico, sin embargo, Israel necesitará algo más que gestos vacuos de su gran aliado para lidiar con el empoderamiento de una amenaza existencial que Washington acaba de agrandar.

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