Celebración Yom Yerushalaim. Una visión de nuestra historia, a través de la espiritualidad

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La Kábalah enseña que Dios creó y dirige el mundo a través de diez atributos llamados sefirot y cada uno de ellos muestra un aspecto diferente de D-s. Similar a la luz, que al ser proyectada por un prisma revela todos los colores que contiene, D-s le permite al hombre apreciar algunos elementos de Su perfección y de esta forma podemos percibir el amor, la justicia o la misericordia de D-s. Rabí Akiva relacionó cinco de ellos con los eventos más importantes de la historia del pueblo judío. Estos acontecimientos corresponden al periodo de la historia en el que D-s se apareció ante los ojos del hombre alterando el orden de las leyes de la naturaleza y ejecutando enormes MILAGROS Y MARAVILLAS.

Rabí Akiva dijo que la última y decisiva plaga con la que Dios castigó a los egipcios matando a todos sus primogénitos mostró la justicia divina y el poder de D-s representado por la sefirá de Guevurá. Después asignó la sefirá de Jésed, que significa bondad y el amor de D-s, al milagro de la apertura del Mar Rojo en el que D-s salvó al pueblo de Israel de manos de los egipcios. En el Monte Sinaí brilló la sefirá de Tiferet, equivalente a la belleza y el esplendor de D-s, que se reveló ante el pueblo de Israel para darle la Torá.

La cuarta asociación, que corresponde a la sefirá de Nétzaj, o sea, el triunfo y la victoria de D-s, se mostró cuando el Rey David tomó posesión de Yerushaláyim y la asignó como la capital de su reinado. Por último, el pueblo de Israel alcanzó su clímax cuando el Rey Salomón construyó el Primer Templo y de esta forma logró que la presencia de D-s permaneciera revelada con toda Su gloria y esplendor en el seno de Israel, reconocida como la sefirá de Hod. Desgraciadamente y semejante a la luna que no logra brillar con todo su esplendor de forma permanente, sino que poco a poco va disminuyendo, así mismo fue la caída de nuestro pueblo. Comenzó con la división en dos: por un lado las diez tribus y por el otro, el reinado de Yehudá. Continuó siglos después con el exilio de las diez tribus, seguido por la destrucción de los dos Templos y finalmente con el exilio de Yehudá por los cuatro confines de la tierra. A partir de ese momento el pueblo judío (el exilio de Yehudá) fue víctima de terribles persecuciones y matanzas como las cruzadas, la inquisición y pogromos. Pero una vez que llegamos a “tocar fondo”, esta “luna” comenzó a brillar de nuevo emprendiendo un ambicioso retorno a su tierra. En los últimos cien años han ocurrido eventos muy importantes en los que podemos apreciar la intervención de D-s y también adjudicar a ellos los atributos divinos que reconoció Rabí Akiva.


Cada día presenciamos incontables “milagros” con respecto al Estado de Israel, es famoso el comentario de Ben Gurión: “En Israel, el que no cree en milagros no es realista”. ¿Qué otro pueblo logró regresar a su tierra y reconstruir su nación después de casi 2.000 años de exilio? ¿Cómo es posible que esa tierra permaneciera desolada todo este tiempo sin que se estableciera ahí cualquier otro país que hubiera imposibilitado nuestro retorno? La constante protección de Dios sobre Israel de las manos de numerosas naciones que desde su origen se han levantado en armas en su contra. El asombroso desarrollo y florecimiento de un país pequeño y joven, que se ha convertido en una potencia mundial. ¿Acaso no es esta la sefirá de Jésed, mostrando el amor y la bondad de D-s hacia su pueblo? El tema del Holocausto es muy extenso y delicado y tiene que ser analizado con profundidad y por separado, sin embargo a pesar de esta enorme y atroz tragedia, D-s no nos abandonó por completo, sino que a través de su Guevurá, puso un alto a los alemanes y frenó la infernal maquinaria del exterminio nazi. Como ejemplo de los muchos milagros que ocurrieron, en 1942, el famoso mariscal de campo alemán Erwin Rommel, conocido como el zorro del desierto, viajaba a través de África del Norte en dirección a la tierra de Israel, causando pánico a los 500.000 judíos que la habitaban. Sin embargo fue frenado milagrosamente en El Alamein, Egipto. Hace dos años, 90.000 personas se reunieron en el Met Life Stadium de Nueva Jersey, Estados Unidos, para celebrar el término del decimosegundo ciclo del estudio del Talmud de una hoja por día.

Simultáneamente, decenas de miles de personas lo hicieron en casi todos los países del mundo. Este es un pequeño ejemplo del maravilloso resurgimiento de la Torá en nuestros días y de la búsqueda de nuestra espiritualidad. Cada vez son más las personas que se dedican al estudio; en todas partes del mundo y en todos los idiomas. La luz de la sabiduría brilla con gran intensidad y refleja el esplendor de D-s, la sefirá de Tiferet. El presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, comenzó una campaña de amenaza de guerra contra Israel en la primavera de 1967. Dotado con enorme carisma y motivado por un odio irracional, logró inspirar al mundo árabe a unirse en una lucha de exterminio. De forma vertiginosa colocó a Israel en una crisis de supervivencia similar a la de 1948. Sin embargo, al amanecer del 5 de junio, Israel tomó un heroico paso y emprendió un ataque sorpresivo. En tan sólo cuestión de horas, la Fuerza Aérea Israelí logró destruir por completo a las Fuerzas Aéreas de Egipto, Jordania y Siria. La respuesta jordana de atacar Yerushaláyim Occidental cambió el giro de la guerra de forma dramática, colocando el centro de la atención en la Ciudad Vieja de Yerushaláyim, lugar del Templo, que desde 1948 permanecía en manos jordanas. La Guerra de los seis días Si Israel hubiese conseguido lo que quería cuando estalló la Guerra de los Seis Días hace 47 años, los soldados jordanos aún estarían caminando por las murallas de la Ciudad Vieja de Yerushaláyim. Con la mayoría de su ejército desplegado frente a Egipto en las semanas previas a la guerra, Israel buscó evitar un enfrentamiento con Jordania. Horas antes de su designación como Ministro de Defensa, Moshé Dayán viajó a Jerusalem para dejarle esto en claro al general israelí Uzi Narkiss. La guerra que se aproximaba, dijo, debía estar enfocada exclusivamente en Egipto. Narkiss debía evitar iniciar una confrontación que implicara el desvío de fuerzas desde la frontera con Egipto. Mientras tanto, el sector civil estaba haciendo sus propios cálculos. Sólo 19 años antes, en la Guerra de la Independencia, la mitad israelí de la dividida Jerusalem había sido sometida por las fuerzas árabes a un sitio de meses que la separó de la planicie costera. El recuerdo traumático del racionamiento extremo y de los intensos bombardeos obligó a las autoridades civiles de 1967 a prepararse para lo peor.

En la parte jordana de Jerusalem prevalecía la euforia por la expectativa de una victoria fácil. Prácticamente no hubo preparativos para la guerra en el sector civil: no hubo donaciones de sangre, preparación por parte de los hospitales para bajas masivas ni expansión de las reservas de alimentos. Del lado israelí, miles de personas donaron sangre durante el período de espera. Tanta gente fue a los cursos de primeros auxilios brindados por el Maguén David Adom que estos fueron acortados de 16 a 8 horas de duración. Los niños y niñas de las escuelas secundarias cargaban pesadas bolsas postales a lo largo de diferentes rutas y ayudaban a repartir el correo. Virtualmente todos los hombres aptos movilizados, 2.000 voluntarios fueron cada día a cavar trincheras en áreas donde no había refugios. Cientos eran estudiantes de Ieshivá. Los residentes del barrio Musrara se sorprendieron un Shabat al ver cómo unos estudiantes de Ieshivá eran conducidos a un sitio de excavación por dos rabinos barbudos que se quitaron sus sacos y se unieron con palas a los estudiantes en las trincheras.

Las autoridades rabínicas decretaron que la crisis era pikúaj néfesh (una cuestión de vida o muerte), situación en la que se permite hacer en Shabat actividades normalmente prohibidas. La planta láctea de Tnuva recibió permiso del rabinato para permanecer abierta en Shabat para producir queso duro y leche en polvo. Un rabino anciano apareció ese día y, en un gesto simbólico, ayudó a empujar un carrito con leche. En una unidad de mortero líderes religiosos del escuadrón, incluyendo uno con atuendo jasídico, viajaron en Shabat sin dudarlo en el auto del líder de su pelotón para aprender sobre las posiciones de tiro en caso de que una guerra estallara de repente. La bella dama que normalmente aconsejaba sobre etiqueta y protocolo en un programa radial israelí para las amas de casa trató la crisis de seguridad con tanta sensibilidad como había tratado las otras complicaciones sociales. Ella les aconsejó a las madres permitir que sus niños jugaran en donde lo hacían normalmente y explicarles que si la sirena comenzaba a sonar debían correr al refugio más cercano, en donde una tía los cuidaría. Por supuesto, las oyentes serían “las tías” de todo niño que llegara a sus refugios. Aconsejó también que los niños muy pequeños debieran estar siempre cerca de sus padres.

La guerra comenzó un lunes 5 de junio por la mañana, con un devastador ataque aéreo sobre las bases aéreas egipcias a las 7:45 a.m. El Primer Ministro Leví Eshkol le envió un mensaje al Rey Hussein de Jordania por medio de la ONU, diciendo que Israel no atacaría Jordania si Jordania respetaba el alto al fuego. Sin embargo el rey, temiendo que su propio pueblo se levantaría en su contra si él se mantenía fuera de la guerra, había entrado en un pacto militar con El Cairo y le entregó el comando de su frente a un general egipcio. A eso de las 10 a.m., los disparos de rifles y ametralladoras en Jerusalem fueron seguidos por el golpe de artillería. Jordania se había unido a la guerra. Las tropas israelíes apostadas sobre la línea que separaba las dos mitades de la ciudad recibieron la orden de devolver el fuego sólo con los mismos medios (rifles con rifles, ametralladoras con ametralladoras) y de no escalarlo. Se pensaba que el saludo de armas de Jordania había sido suficiente para satisfacer su honor. Sin embargo, el fuego no cesó. Eshkol le dijo a su gabinete que si Israel era forzado a contraatacar por tierra no podría conservar ningún territorio que capturara. Después de la Campaña del Sinaí en 1956 Israel había sido forzado por las superpotencias a retirarse completamente de Sinaí y se asumió que eso ocurriría también después de esta guerra. “Vamos hacia adelante”, dijo Eshkol, “sabiendo que estaremos obligados a retirarnos de la Jerusalem (jordana) y de Cisjordania”. La decisión de contraatacar se produjo sólo después de que las tropas jordanas cruzaron hacia un sector de la Jerusalem israelí y la Radio del Cairo anunció la captura del Monte Scopus, un enclave 1,5 kilómetros más allá de la línea jordana. Producto de una anomalía después de la Guerra de la Independencia, el Monte Scopus seguía siendo protegido por una estación militar israelí con 120 hombres que rotaba regularmente por el territorio jordano en convoyes protegidos de la ONU. En realidad, la colina aún no había sido atacada, pero el anuncio por radio fue visto como una clara declaración de intenciones. Una brigada de paracaidistas comandada por el Coronel Motta Gur fue enviada a Jerusalem con la orden de atravesar la línea de defensa jordana en Ammunition Hill y unirse con las tropas del Monte Scopus. En la azotea del edificio Histadrut, desde donde se tiene una panorámica del noreste de Jerusalem, Dennis Silk, miembro de una unidad que operaba reflectores, se preparó para entrar en acción a medida que caía la noche. Poeta y soñador inglés, Silk trabajaba como corrector de texto en el Jerusalem Post. Los sirios habían encendido un reflector que había sido eliminado por fuego israelí en 20 segundos. Silk vio explosiones en toda la ciudad y sabía que una vez que la luz de su reflector se encendiera sería el objetivo más visible de toda Jerusalem. Un oficial en el techo gritó “¡enciéndelo!” y se escondió rápidamente detrás de un parapeto. Como un hombre activando la silla eléctrica en la que él mismo estaba sentado, Silk se estiró y jaló la manija del reflector.

El rayo de luz se movió lentamente por Ammunition Hill y sus alrededores mientras un oficial de artillería disparaba con gran precisión. El comandante del batallón de paracaidistas de reserva que debía atacar allí, el Teniente Coronel Yossi Yaffe, un granjero del centro del país, les dijo a sus soldados que tenían que cruzar un campo minado antes de llegar a las trincheras enemigas. Cruzarían en una sola fila. Presumiblemente el ataque de artillería ya había detonado las minas, pero si alguno de sus soldados activaba una de ellas, el hombre detrás de él debía pasar por sobre el hombre caído y seguir hacia adelante sin voltear. Nadie se detendría a atender al herido hasta haber conquistado los bunkers del territorio en disputa. Afortunadamente, nadie activó una mina, pero la salvaje batalla en Ammunition Hill duró horas. El General Narkiss, dándole instrucciones al Coronel Gur antes del ataque, le dijo que enviara parte de sus tropas a la Ciudad Vieja para estar en posición de atacarla. El Gobierno no había emitido ninguna directiva respecto a la Ciudad Vieja. De hecho, la mayoría de los ministros se oponía a atacarla, particularmente los religiosos. El mundo entero, decían ellos, y principalmente el Vaticano, no permitirá que exista una custodia judía sobre los sitios sagrados cristianos. Moshé Jaim Shapira, Ministro del Interior y líder del Partido Religioso Nacional, era quien más abiertamente se oponía. Si la ciudad amurallada debía ser capturada por razones tácticas, dijo, la mejor solución era internacionalizarla.

“No se la devolveremos a Jordania”, dijo, “al mundo, sí”. Sin embargo, a medida que las tropas comenzaron a rodear la ciudad amurallada, los ministros comenzaron a ver su reunificación como una oportunidad histórica que un estado judío no podía desaprovechar. Para la segunda noche de la guerra, la Ciudad Vieja era la última posición árabe en Jerusalem que no había sido conquistada. Había 500 soldados dentro de las murallas y muchos civiles armados. El fuego se había detenido a medianoche y altavoces montados en jeeps israelíes les pedían a los enemigos que izaran banderas blancas. A las 3 a.m., el comandante jordano brigadier Ali Ata entró a la oficina del Gobernador de Jerusalem, Anwar al-Khatib, junto al Monte del Templo. No había electricidad y los dos hombres se sentaron en la oscuridad a la luz de los cohetes que caían. El reporte de Ali fue contundente: “La batalla por Jerusalem está perdida”, dijo. Un grupo de socorro que venía desde Jericó había sido atacado por la fuerza aérea israelí. Las brigadas jordanas de Ramala y Hebrón, al norte y al sur de Jerusalem, habían recibido la orden de retroceder. Sólo dos de sus oficiales no habían desertado. Las tropas estaban desmoralizadas y exhaustas y sin sus oficiales no podían seguir. Él había perdido contacto con Amán. En esas circunstancias, dijo el brigadier, la única opción era la retirada. “Jerusalem seguramente será atacada al amanecer y mis tropas no están en condición de resistir”. Poco antes del amanecer sacó a sus hombres por la Puerta de Damasco, la única puerta que los israelíes no controlaban, y atravesó el desierto de Judea hasta Jericó, en donde cruzó el Río Jordán. Si Ali Ata hubiera decidido luchar en los callejones de la Ciudad Vieja, tranquilamente habría podido demorar la conquista israelí hasta que la ONU pidiera un cese del fuego más tarde ese mismo día. A las 9 a.m. el Gabinete Israelí aprobó formalmente la conquista de la Ciudad Vieja.

Una hora después, un vehículo semioruga con el Coronel Gur a bordo derribó la Puerta de los Leones y se dirigió a gran velocidad hacia el Monte del Templo. A la espera de una lucha feroz, la brigada se esparció por los callejones pero sólo encontraron una débil resistencia de unas pocas docenas de soldados jordanos que habían quedado atrás. En este tiroteo final murieron tres soldados israelíes. Pero incluso mientras se escuchaban los últimos disparos, la atención de todo el mundo estaba ahora enfocada en el angosto callejón frente al Muro Occidental en donde cientos de soldados, a los que pronto se les unirían los líderes de la nación, estaban recuperando su legado nacional. Por primera vez desde la destrucción del Segundo Templo, los judíos tomaron posesión de Yerushaláyim. Miles de judíos emocionados se abalanzaron al Kotel para rezar y agradecerle a D-s por el enorme milagro. Soldados y civiles, religiosos y no observantes, hombres, mujeres, personas de edad avanzada y niños, todos juntos, derramando lágrimas y cantando “Yerushalaim shel zaav” que había sido compuesta tan sólo unas cuantas semanas antes de la guerra. “Tuyo es el triunfo en yerushalaim Hashem, la sefirá de nétzaj”, como enseñó Rabí Akiva. Yerushaláyim no es únicamente una ciudad muy importante o un lugar sagrado, es el corazón del pueblo judío.

El Rey David escribió hace tres mil años: “Si te olvido, Yerushaláyim, que se olvide el talento de mi mano derecha de tocar el arpa. Que mi lengua se adhiera a mi paladar impidiéndome hablar y cantar alabanzas a D-s si no te recuerdo, si fallo en elevar a Yerushaláyim por encima de toda alegría” (salmo 137). Que sea la voluntad del D-s nuestro y de nuestros padres de revelar nuevamente Su Gloria, la sefirá de Hod, en el Tercer Templo, pronto en nuestros días, Amén Ve Amén.

Acerca de Jshbell Naymes

Amo el arte de la comunicación; me considero una mujer creativa con demasiada imaginación; mi defecto es entregarme de lleno a una idea para poder llevarla a cabo y que salga excelentemente bien, soy perfeccionista, y eso lleva a que sea organizada y puntual. Puedo viajar dentro y fuera del país, sin ningún problema. Me encanta aprender, para poder superarme como también me gustan los desafíos y retos.

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