Cobija de mar, 2da. parte

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—Con los gringos encima, aquí se vivía en estado de sitio, señora. Fueron siete meses infames. Se apoderaron de todo. Estaba prohibido que más de cinco individuos transitaran juntos por la calle. A las siete de la noche, todos a sus casas. Los desobedientes, al bote y ahí, a comer golpizas. Pero pos como la intervención se alargaba, la tropa gringa empezó a exigir diversión, 6

Para junio, unos oficiales de ellos investigaron. Un mes después, permitieron que cuatro cantinas permanecieran abiertas hasta las once de la noche. Claro, atenderían sólo a marines autorizados. Para entrar y salir de los locales permitidos había que cargar salvoconducto,

El Victoria fue uno de esos sitios. La propietaria le cayó bien al militar gringo encargado y hasta consiguió que el conjunto musical tocara en el local los fines de semana ?Así sus marines aprenderán a danzonear bien, mi capitán —le dijo la muy vendepatrias al traductor colaboracionista que asistía al tipejo,


Al principio las muchachas del Victoria se negaron, pero pos el hambre aprieta y al rato unas transigieron. A la Elpidia no le quedó de otra. El director del conjunto también resistió, pero acabó consintiendo. Hablándoles mucho, consiguió que tres de sus cinco músicos lo siguieran.

—¿Y usted, qué hizo?,

—Pos me costó trabajo, señora, pero accedí, No había de otra. Tenía esposa y tres hijos que alimentar… pero me la guardé, pregúntele a éste si no,

—Venganza, ¿eh?… Oiga, pero sigue sin decirme cómo se conocieron ellos,

—El capitancito llegó al Victoria un sábado por la noche, venía con otros tres oficiales. Bailó con la Elpidia varias veces y lueguito se la quiso llevar a la cama ?ella sólo baila? enérgica le advirtió la tía al militar cuando se dio cuenta. La criaturita entonces ya tenía diecisiete años y era todo un mango,

El güero no insistió, pero hizo trámites con sus superiores para que la danzoneada en el Victoria fuera a diario. Ya se imaginará lo que sigue, el capitancito apareció por aquí frecuentemente. Estaba flechado a muerte,

Con el tiempo esta burra le agarró gusto al individuo. Comenzaron a verse a escondidas y terminaron prendados. Ilusa la Elpidia, creyó que la afrenta que los güeros nos hicieron no tendría por qué afectar su amor ?cuando termine todo esto me voy a ir con él a Tejas, nos queremos de esposos? decía la criaturita. Uta, no, señora. Eso no podía tolerarse.

—Qué difícil. Pobre de ella. 7

—Qué pobre ni que nada, señora, ella debía saberlo. Los gringos venían por más territorio. Agarraron pretextos para justificar la invasión, pero sus intenciones eran claras, querían sacarle raja al lío revolucionario y por poco se les hace. Afortunadamente Don Venustiano Carranza logró que el enemigo se largara antes de que se desencadenara otra guerra generalizada, como la de 1846. A fines de noviembre, los güeros se subieron a sus naves y se retacharon pa su tierra, pero lo que es este capitancito ya no regresó. Se quedó aquí para siempre. Bajo el océano.

—Me deja sin palabras. ¿Cómo lo mató?

—Era quince de septiembre, como hoy. Con la ocupación, pos no iba a haber grito en el palacio de gobierno —El que quiera, puede emborracharse en su casa? pregonaban los traidores que ayudaban al enemigo. Infames. Ah, pero eso sí: el Yon y sus marines, bien que iban a venirse a danzonear al Victoria,

Por Carmen, una muchacha que también bailaba aquí, me enteré que esa mañana el capitancito se había parado por una joyería del centro. “Compró un anillo muy bonito, anunció que era pa su prometida y pidió que se lo envolvieran en una cajita de terciopelo rojo, ya luego se la echó al bolsillo del pantalón, yo lo vide con estos ojos, Maurilio. Verdad de Dios”.

Aunque ya lo suponía, la misma chica me confirmó que el anillo era pa la Elpidia. “Se lo va a dar hoy por la noche, cuando el maestro Arvizu toque el danzón que el Yon, le mandó componer a ella, créelo, Maurilio, la mugrosa tía le organizó todo”.

Después supe que el maestro Arvizu se había resistido a componer la pieza, pero la arenga de la tía y los cincuenta dólares que como pago recibió lo hicieron aceptar. Eso sí: puso una condición, nadie debía saber que el danzón Elpidia había salido de su mente. Pero ya ve, las cosas se conocen por más que uno quiera taparlas. Luego el maestro le cambió el nombre a su creación, la llamó Cobija de Mar. Sólo unos pocos sabíamos que esa pieza en realidad se llamaba Elpidia.

—Qué interesante, pero aún no me dice cómo lo mató.

—No coma ansías, señora. Ahí le va. Busqué a tres maestros de la naval militar que no estaban arrestados y entre los cuatro trazamos el plan. A Carmen le pedí que nos ayudara. Todos sabíamos que esa noche, como siempre, el Yon vendría custodiado y que él y su escolta cargarían buenas armas, 8

“El capitancito y sus dos comparsas salieron del navío a las nueve de la noche. Al doblar por una calle descubrieron que Carmen era golpeada por un hombre. Éste, no era otro sino un cómplice de nosotros. La chica recibía los estacazos y demandaba ayuda y pos como los gringos la conocían del Victoria se tragaron el anzuelo. Persiguieron al supuesto rufián hasta una casa abandonada y allí, bien escondiditos, les dimos la bienvenida los demás. Lo que siguió ya pa qué se lo cuento…

—¡Qué horror!, y luego, ¿qué hizo?

—Me vine pal cabaret. Mis manos no dejaban de temblar y decidí prepararme un coctel especial. A uno que a diario hacía pa los clientes, le agregué tres hojitas de una yerbita mágica que conocía y lo batí muy bien. Necesitaba fuerzas pa lo que seguía,

La tía me vio, preguntó qué andaba mezclando y pos se lo dije. Me empujé dos seguidos y logré calmarme, dormité un buen rato y soñé re bonito, hasta que la mugre vieja me despertó. Luego ella se adueñó de mi creación. Le agarró gusto al coctelito, lo hizo secreto y le puso el mismo nombre del danzón de Arvizu, el falso, Cobija de Mar, pero en justicia, el trago también se debía llamar Elpidia.

—Mire nada más. ¿Y qué es lo que seguía, Maurilio?

—Ahí le va, nomás no se me espante, señora. Esa noche, casi a las once, la Elpidia bien que recibió su cajita de terciopelo rojo, cómo no, si yo se la di personalmente. Cuando en el Victoria resonaba su danzón, la saqué a bailar. Ella, como que no quería, pero acabó aceptando. Ya en la bailada le di la cajita roja ?Ábrela ?le dije?, te la manda el Yon. Ella obedeció y pos en lugar de anillo de compromiso, encontró bien dobladito el tatuaje que llevaba su nombre.

—¡Qué atrocidad! ¿Cómo pudo usted?

—En la guerra se vale todo, señora. Cuando llegué al Victoria con el regalito, aquí nadie sabía que el Yon y sus escoltas ya no circulaban por el mundo. La Elpidia esperaba con ansías a su galán y los marines que llenaban el lugar exigían conocer el nuevo danzón que la tía había anunciado. La vieja prometió que la pieza se tocaría poco antes de la hora del grito, aunque ese año aquí no iba a haber,

—Vaya crueldad la de usted. Me imaginó la cara de la pobre. 9

—Se puso blanca, señora, pero pos yo no me tenté el corazón y le solté el complemento ?el resto de tu Yon, lo puedes encontrar en el fondo del mar. Traidora.

—Qué poco sabe usted de amor ¿Imaginó siquiera cuál sería su reacción?

—Pos… Salió corriendo despavorida, se fue a la playa de aquí afuera. La seguí y como había luna llena, pude ver cómo se sumía en el agua tal como estaba, con su vestidito negro y la cajita de terciopelo en la mano. No se supo más de la Elpidia. Su cuerpo nunca fue hallado.

—Qué fuerte es todo lo que me cuenta. Estoy atónita. Oiga, ¿la yerbita mágica es beleño, verdad?

—¿Cómo lo supo?

—Mi padre era homeópata, el sabor me pareció conocido. Tenga cuidado, si se le pasa la mano lo va a lamentar.

—Pos, ya qué,

Oiga, ¿qué hacen ellos y usted hoy acá?

—Es quince de septiembre, señora, pronto van a tocar el danzón de ésta. Lo harán dos veces seguidas porque cuando esa noche la niña salió huyendo, para impedir que en el Victoria se armara más relajo la tía pidió que se repitiera la primicia,

Dentro de poquito la orquesta anunciará que va a tocar el Cobija de Mar, pero no se vaya con la finta, señora, ese danzón es el Elpidia. Estos dos vienen cada año acá a bailarlo y yo, pos la verdad vengo a verlos, danzonean re bonito. Ya de paso aprovecho pa tomarme dos coctelitos como ese que trae usted en la mano.

—Vaya cosa ¿Y usted, cómo se murió?

El dos de mayo de 1917 un infarto me mandó pal otro barrio. Desde entonces cada quince de septiembre le caigo acá. Intento platicar con ellos, pero estos no hablan, ni conmigo ni con nadie. 10

—Sí, me doy cuenta. Oiga, ¿y cuándo le cambiaron el nombre al local?

—La tía se petateó en 1915. Ese mismo año llegó por acá un poeta de Tlacotalpan, se los sugirió a los herederos y pos ellos aceptaron, ya sabe cómo somos los jarochos, pura imaginación. En México, bailar equivale a morir y pos sí, estos dos aquí bailaron, aunque siendo justos, la verdad es que aún lo hacen.

Las notas de un exquisito danzón empezaron a sonar. La pareja de enamorados se levantó y sus cuerpos pegados siguieron el compás de la música.

Los veía extasiada cuando unas fuertes zarandeadas me exigieron incorporar.

—Charo, Charito, ¿qué te pasa?, ¿estás bien, mana?, jijos, se te subieron las copas, tienes casi una hora dormida sobre la mesa. No has bailado una sola pieza, nosotras no hemos parado, qué buen lugar escogimos para venir, ándale, mujer, anímate, en un rato ya va a ser el grito.

Sonreí. En mi mano permanecían las hojas amarillas y las viejas fotos. Trastabillando logré levantarme y fui hasta un ventanal que daba a la playa.

Había luna llena y no me fue difícil ver a Elpidia. La niña-mujer corría desaforada por la playa. En su diestra llevaba una cajita envuelta en terciopelo rojo y mientras lloraba sangre usaba al mar de cobija.

Unos dedos masculinos no tan jóvenes tocaron mi hombro,

—¿Bailamos, señora?, este danzón es magnífico, ya lo interpretaron una vez, pero lo van a repetir, así pasa en este lugar, cada quince de septiembre, antes del grito.

—Seguro, señor. ¿Sabe usted cómo se llama la pieza?

—Tiene un nombre muy poético, señora, Cobija de Mar, le encantará sin duda. Permítame su mano, entrémosle al danzón a gusto.

 

Fin

Marzo, 2014

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