Mi abuelo Samuel David Warshavsky nació en un pequeño pueblo cercano a Varsovia de nombre Sokoloff Podliansky. Hijo de un rabino estudioso y escritor de libros de comentarios de las escrituras, decidió dedicarse a los negocios, abriendo una peletería en el pueblo.
Con los años se casó y tuvo cuatro hijos, el único varón fue mi padre Abraham.
A mi abuelo le empezó a ir muy bien, tanto que los recaudadores de impuestos polacos no le quitaban el ojo de encima, hasta que lo obligaron a pagar una suma que no tenía y como no la pagaba, las autoridades le denegaron el permiso para poder sacar un pasaporte para él y su familia, de esta forma se aseguraban de que no dejaría el país.
Así las cosas, una mañana leyendo el diario en Yiddish que se editaba en el pueblo, mi abuelo se encontró con un anuncio sorprendente:
“México, país americano con las mejores oportunidades, abre sus puertas a la emigración europea. Especialmente son bienvenidas las familias judías.
Firma: Plutarco Elías Calles. Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”
Mi abuelo leyó una y otra vez el anuncio.
– ¡ Hay un país en el mundo que quiere a los judíos y no solo a los que ya viven ahí, si no a los de Europa, a los de Polonia, a los de Sokoloff Podliansky, es decir a mi y a mi familia. !
Estaba claro, tenían que emigrar al paraíso terrenal. Pero ¿Cómo?
Les habían quitado el permiso para sacar el pasaporte y no podían salir de Polonia. La cabeza de mi abuelo daba vueltas y vueltas hasta que entro un vecino a la tienda.
– Samuel David, se murió tu tocayo Grinberg, el pobre hombre, quince años enfermo y nadie quién le llore, cierra, cierra, vamos al entierro.
Mi abuelo bajo la cortina de la tienda y salio a acompañar al cortejo. Luego del entierro ofreció su casa para rezar durante los siete días de luto y una vez concluidos, se ofreció también a hacerse cargo de los tramites de defunción.
Una mañana se levantó temprano para viajar a Varsovia y encargarse de todo el papeleo. Mas al bajarse del autobús que lo llevó a la capital, le vino repentinamente una idea a la mente.
Fue a retratarse, espero dos horas de revelado, pidió permiso para entrar al baño del estudio fotográfico, sacó una pequeña navaja, tomo el pasaporte de Grinberg, le quitó la foto y en su lugar puso la suya.
Salió al ajetreo de Varsovia. Se hablaba y se gritaba en Yiddish y Polaco por igual, se ofrecía pan de los pueblos cercanos, los anarquistas discutían con los comunistas, el teatro en Yiddish anunciaba un circo judío, música Kleismer sonaba a cambio de unas monedas y un profesor sentado en una banca ofrecía clases de Esperanto, el idioma de la paz.
Pero la mente de mi abuelo, recién autobautizado con un nuevo apellido, caminaba ya por las calles situadas a espaldas del Palacio Nacional, donde gobernaba el presidente Calles que había escrito aquella nota publicada en el diario local de su pueblo.
Y la familia llego a la capital mexicana en donde fueron muy felices, pero además, en donde se salvaron del asesinato masivo que dejo a aquel pueblo sin un solo judío y que, por si fuera poco, sepulto la tumba donde esta enterrado el Grinberg original, debajo de toneladas de basura.
Muchos años después, el heredero del Presidente Calles ordenaba disparar contra los estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, la Ciudad de México celebraba los Juegos Olímpicos izando una bandera manchada de sangre y en un hospital de la Colonia Roma nacía un niño con los mismos nombres de su abuelo ya fallecido: Samuel David, mejor conocido como David o Dudi, para mi simplemente yo y que escribe estas palabras que ahora lees.
Fuente: www.yosomos.com
Artículos Relacionados: