La vida no está asentada sobre pilares duraderos. Las pérdidas y los exilios son parte de la memoria de la humanidad. Se juega con el olvido, este se borra con un cuadro, un relato, una fotografía. El mundo del pasado surge y nos hace recordar las manos que nos sostuvieron cuando pequeños, la casa en que crecimos, los miedos ancestrales, incluso el país de los antepasados, grabado en el corazón familiar, el cual no conocimos físicamente.
Las personas que aman el arte, son capaces de llorar en un museo, de emocionarse, quedarse aplanado o incluso reír. Se puede amar algo inanimado, muerto, encerrado entre cuatro paredes, en un lienzo o en una tabla; sentir que nuestro cuerpo se desvanece con lo que está viendo. En ese espacio entre la piel y el cuadro, aparece un abismo, nos hacemos uno con ese cuadro que nos ha invadido.
El artista siempre aspira a plasmar el retrato perfecto, buscando que el espectador se percate que lo que está viendo no es un reflejo pasajero de aquellos hombres y mujeres, sino su circunstancia real. Nos refleja el espíritu, la cultura, el estilo de vida y el interior de las personas. Aquello que pinta tiene vida propia. Tiene su propia esencia y significado.
Recientemente visité el Museo Austriaco en Nueva York. La idea era ver el cuadro pintado por Klimt a una mujer judía que vivía en Austria antes de la segunda Guerra Mundial. Ese cuadro está actualmente en el Museo de Austria en Nueva York. La historia es contada en la película “La Dama de Oro”
Estoy impactada con esta pintura hecha por Klimt. Una familia judía de buena posición, que en un abrir y cerrar de ojos pierde todo, incluso la vida. El bienestar económico y social se escapó como agua entre los dedos. Todo desapareció. Los cuadros fueron robados por los nazis y es así como esta pintura llega al museo Belvedere mucho tiempo después de la guerra.
Cada pintura, cada obra de arte tiene vida propia, mueve tristezas y alegrías. Tiene historia y nos habla de una realidad social en un momento determinado. Al llegar al cuadro que tanto me interesaba ver, me siento para verlo con calma; atrapada dentro de un mundo de pensamientos y sensaciones.
El pasado ascendía como algo que se podía degustar. La profunda extrañeza de encontrarme donde me encontraba me colmaba por completo. Qué frágiles son las cosas que creemos permanentes; la facilidad con que lo estable se resquebraja. La realidad puede volatilizarse con un soplo de aire entrando por la ventana. ¡Qué susto!
Una de las hijas de dicha familia, logra salir de Austria a tiempo, se instala en los Estados Unidos. Es ella, la que muchos años después, apoyada por un joven abogado descendiente de judíos alemanes, pelea contra el actual gobierno de Austria la devolución del cuadro a los dueños. Al final gana el juicio después de muchos avatares, sabores y sinsabores.
La mayoría de las cosas suceden en silencio. Vives la vida hacia delante y la recuerdas sólo hacia atrás. Nada se vuelve a repetir, solo se recuerda de forma incompleta. No es tan sencilla como un argumento de película hay demasiadas cosas que recordar. Hay quien trata de desprenderse de las ataduras del pasado, prefiere vivir el presente, no sufrir al recordar. Se presentan sensaciones que no son reales, hasta se puede pensar que uno va a morir y no pasa nada.
Al igual que esos recuerdos de la primera infancia de los que nos hemos apropiado escuchándoselos a los demás hasta que por fin empezamos a pensar que realmente somos nosotros mismos quienes los recordamos obstinándonos en contárselos como tales a cualquiera, lo que opina el resto de la gente sobre todo tipo de cosas que hemos vivido acaba convirtiéndose no solo en lo que pensamos al respecto, sino en un recuerdo más importante aún que la propia experiencia vivida.
Así ese cuadro, trae toda una historia de la cual podemos formar parte y nos lleva a recordar historias pasadas de nuestro pueblo, que viven en el presente y son parte de nuestros pensamientos y sentimientos.
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