El camino judío. Antonio Escudero dialoga con José Antonio Fernández

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1. Antonio Escudero Ríos [AER]: Antonio Machado, un poeta singularmente amado por mí, escribe: Caminante, no hay caminos, se hace camino al andar. Ligando esto con el destino errante del pueblo judío, son su constante peregrinación en busca de una tierra donde asentarse, yo te preguntaría si no te parece contradictorio que un pueblo tan “definido” como el judío se haya constituido sobre caminos hechos al andar, sin fin ni meta precisa, salvo su asentamiento en Israel.

Creo que en el judaísmo lo problemático es tanto ámbito como esencia. La problematicidad –cargada en muchas ocasiones de contradicción– es una categoría fascinante que gravita en torno a lo judío, es un rasgo esencial de la identidad judía contemporánea e histórica. Se presenta como una suerte de caracterización fundamental forzada por la confluencia de factores tanto intrínsecos como extrínsecos, un proceso que, acelerado en la historia más reciente, posee unas peculiaridades que lo convierten en un apasionante territorio para la investigación y el análisis, para el rastreo y la hermenéutica que lee con pasión las obras y productos culturales de pensadores, intelectuales y artistas judíos. Esta complejidad es poco permeable a las definiciones y, a mi juicio, no es acertada una aproximación al judaísmo desde su consideración como un objeto definido. Por más que lo judío es cierto que puede vincularse a una difícil “centralidad”, se trata de un ámbito pluriforme, conflictivo y singular, que ya era así antes de la asimilación en la Modernidad, dirimiéndose, me parece a mí, como única posibilidad de comprensión del mismo el análisis abierto y paradójico. Es ésta una dialéctica con pretensiones moderadas de resolución, que bascula siempre, como obligado polo de referencia, en torno a la historia y sus catástrofes, una dialéctica que necesita recurrir al polinomio creación-experiencia-destrucción-memoria-nueva creación, donde lo histórico, sociológico y filosófico encuentran un fundamento aceptable, pero inestable, con el que procesar la esencia de eso que llamamos judaísmo.

2. – AER: Se dice que la Historia comenzó con la Escritura. Teniendo en cuenta que no hay pueblo como el judío que se haya construido sobre las escrituras entendidas como Ley, mandato, ¿serían los profetas hebreos los primeros constructores de la Historia tal como la entendemos: no desde atrás sino hacia adelante, reclamada desde el futuro?


Lo histórico impregna hasta la médula la esencia de la experiencia del pueblo judío, una historicidad, por supuesto, transida de profetismo. Dado que sabemos que ya dos mil años antes de la era común un tipo peculiar de profetismo existió a orillas del Eúfrates, es pertinente extender la categoría “profético” a todo el TaNaK, en la consideración de que la esencia de la religión y de la historia judías es la proyección de la Creación hacia el futuro, convirtiendo esa historia en una experiencia fraguada con los materiales de una ética que Dios y sus profetas ponen al servicio de la construcción de la humanidad. Lo profético como insatisfacción, revisión y aceleración de la historia, es de tal esencialidad en la experiencia judía que impregna hasta ámbitos tan supuestamente ahistóricos y extáticos como la Cábala. Pensemos en la fascinante transformación de la cábala hispana a partir del siglo XIV y, sobre todo, tras la catástrofe de la expulsión. El punto de partida, el origen de todo, y no el fin mesiánico, eran el objetivo del cabalista. Ahora, el tikún, la reparación de las fisuras que pretendían restañar la creación, busca los estadios finales del proceso cosmológico, busca precipitar la catástrofe que ocurriría cuando ese retorno hubiera sido logrado por muchos individuos unidos que desearan el fin del mundo. La catástrofe permite fusionar los elementos apocalípticos y mesiánicos tradicionales del judaísmo con la Cábala. Las Escrituras son reinterpretadas por el cabalista como símbolos de acontecimientos preparatorios, las fatigas de la redención. La raíz profética del judaísmo es tan fuerte y tiene tal virtualidad que puede afirmarse sin ambages que ella es, a su vez, la raíz de las dos utopías más potentes de la historia de Occidente, dos, si queremos, desviaciones heréticas del judaísmo mosaico y profético, el cristianismo y el marxismo, versión transcendentalizadora, la primera, e inmanentista, la segunda.

3. – AER: Parece que el pueblo judío, más que reivindicación del espacio, ha estado siempre buscando el tiempo, en la historia. ¿Es ése también tu parecer?

En términos generales estoy de acuerdo contigo, aunque quizás deberíamos matizar un tanto el asunto. La reivindicación del “espacio” en su versión sionista es una empresa que, como sabemos, surge tras el fracaso de la asimilación en Europa. Ahora bien, ni todos los sionistas “reivindicaban”, ni todos los que marchaban a Eretz Israel lo hacían como consecuencia de tal opción reivindicativa. Deberíamos hablar también de “búsqueda”, de mera supervivencia o de desplazamientos de población tras la “catástrofe”. Pero la historia de los grandes movimientos migratorios judíos desde la diáspora, en Europa, que es la búsqueda de un lugar donde poder morar, a contrapelo de las vicisitudes, trágicas o no, de la historia, posee ese componente que vincula el tiempo personal y el sagrado con la experiencia histórica. Asimismo, es el fundamento, o en parte el motor, de las grandes creaciones espirituales del judaísmo europeo, construidas también como contrapunto a pogromos y expulsiones -pensemos en la cábala luriana y su transformación en el jasidismo, o, por supuesto, en el propio jasidismo-. Ya sea fijando la mirada en Askenaz, Sefarad, Polonia, Estados Unidos o Viena, el judío intenta trascender las sucesivas experiencias de ser un paria, reinventando su propio destino, buscando, como tú dices, su propio lugar en el tiempo y en la historia. Indudablemente, el motor de esa capacidad que le permite levantarse desde la nada en cualesquiera circunstancias es, hasta finales del siglo XIX, una concepción de la existencia transida por la esperanza de que “el año que viene en Jerusalén”. Ahora bien, no tengo tan claro que para la mayoría e los judíos, a partir de los años treinta del siglo pasado, esa sea un explicación convincente. Creo que la Shoá convierte en “historia sedimentada” y, en parte, fracasada, esa historia entendida como “territorio existencial”. Las experiencias de antaño son símbolos de la pérdida, de un “mundo de ayer” transformado en territorio mítico por el imaginario artístico, en poco más que “nada” para las generaciones de israelíes jóvenes y, no obstante, en una ausencia con la virtualidad de un referente ético de primera magnitud.

4. – AER: ¿No crees que la Historia en el caso de los judíos, más que una Historia basada en el progreso, es una Historia Sagrada, acrónica, de la Divinidad en los hombres, de la Palabra de Dios hecha Escritura, contada una y ora vez?

Creo que ya he contestado a esta cuestión en parte en las preguntas anteriores. Con respecto a la visión actual del judaísmo sobre el asunto, me gustaría decir dos palabras. Afirma George Steiner en Gramáticas de la creación que “no nos quedan más comienzos”, entendiendo que creación y, sobre todo, la Creación por antonomasia, son la antítesis de la percepción del ocaso instalada en nuestra contemporaneidad. Supongo que la visión que de este problema tenga un seguidor de reb Schneer de Lubavitch difiere radicalmente de este aserto, como también difiere de la idea que un Philip Roth tenga del asunto. A su vez, éste no podrá entenderse absolutamente sobre esta cuestión con el ministro Avigdor Lieberman, señor cuyos puntos de vista están en las antípodas de los de, por ejemplo, David Grossman o Amos Oz. Es decir, en un judaísmo fragmentado como el actual -¿quizás fragmentado como el de siempre?- conviven desde los que moran en el Tiempo sagrado y no les importa el futuro del actual Estado de Israel, hasta aquellos que creen que el progreso de este Estado es posible y necesario para la supervivencia de Israel, pasando por los que ni tan siquiera necesitan pararse a pensar en este asunto porque no les resulta vinculante o, también, los que releen el tiempo histórico desde la perspectiva del Tiempo sagrado y encuentran en la Torá, en el Talmud y la Guemará las claves para su comprensión, haciéndolo como si estuvieran todavía en una casa de estudio en un shtetl galitziano.

5. – AER: ¿Cómo se combina la fuerte individualidad judía con el sentimiento de colectividad de ser pueblo?

La reflexión identitaria en el judaísmo contemporáneo es una problemática de enormes implicaciones y ramificaciones. Tan sólo en el Estado de Israel, representa una fuente inagotable de discusiones ideológicas y de conflictos socio-políticos y religiosos. Qué es ser judío y qué significa ello, quién es judío y en virtud de qué, son cuestiones que, interpretadas desde algunas de sus respuestas, significan la exclusión de una enorme cantidad de individuos y colectivos de aquello que puede considerar judaísmo, visto de una óptica judía o gentil. ¿Dónde está el núcleo de esta experiencia? Y, sobre todo, ¿Dónde se halla el nexo entre lo individual y lo colectivo? Para mí es evidente que a estas preguntas sólo podemos darle una respuesta paradójica, pero que, a su vez, creo que con connotaciones profundas: en la historia. Historia como progreso, regresión, historia como lectura y memoria. Existe la memoria ancestral, la anámnesis, el re-encuentro. Espiritualizando el concepto de raza, transformándolo en “vivencia común histórica” el judío, individuo bíblico-hombre ético, se pone al servicio de la humanidad y no en su contra. El caso más extremo de esta asociación entre lo individual y lo colectivo lo hallamos en la formulación del concepto judío-no judío de Isaak Deutscher. ¿Qué es ser judío? No consiste en la raza, la tradición formal o legal ni la religión, sino en esa quintaesencia de la vida y el intelecto judíos, propia de un pueblo fronterizo, epocal y socialmente, receptor convulsionado y formulador al tiempo de una conjunción heterogénea de vectores históricos, intelectuales, sociales y espirituales.

6.  – AER: Hay una ambivalencia contradictoria con respecto al judío entre las gentes. Por una parte, es un pueblo respetado y admirado. Por otra, existe a veces una actitud de rechazo que se manifiesta en expresiones populares despreciativas. Por ejemplo: perro judío, hacer una judiada, ser un fariseo, etc… ¿Cómo explicas este fenómeno?

Desgraciadamente creo que estamos ante una dialéctica que parece no tener fin. No tiene sentido aquí redundar en los rasgos de originalidad del pueblo judío, asociados a su literatura sagrada y normativa, a la antropología y a la ética que subyace a éstas, y a su devenir histórico. El antisemitismo histórico es un fenómeno inveterado que no puede entenderse sin entenderse la historia del cristianismo y de Occidente. El antisemitismo moderno, a su vez, bebiendo de estas fuentes, se retroalimentó a partir de la Modernidad, con los frutos de la emancipación y la asimilación. En un mundo goy hostil y con la ortodoxia enfrentada casi como otro enemigo, el judío urbano asimilado hizo de la excelencia un medio de progreso personal y social. En la Europa rural y en el mundo de la yidishkeit, el judío, todavía mayoritariamente religioso, puso todo su ingenio al servicio de un progreso personal y comunitario que debía luchar contra los odios atávicos del rechazo al “diferente”, así como contra la permisividad y la arbitrariedad de las autoridades. Todos los logros en favor de la comunidad, todas las historias de progreso personal, se sumaban como nuevas afrentas en el ideario retorcido del antisemitismo popular. El nazismo y las ideologías totalitarias encontraron bien abonado el terreno antes de la Shoá.

7. – AER: Existe una penetración en lo judío de lo sagrado, incluso en el pensamiento de su representantes más modernos y racionalistas, como temor de Dios, como acatamiento del mandato divino, como Escritura Sagrada. ¿No ves curiosa esa mezcla de racionalismo crítico y acatamiento de la Voluntad Divina?

Santiago Kovaldoff nos recuerda cómo Kierkegaard planteó en De la tragedia que, teniendo en cuenta la cantidad de maldiciones y de castigos que a lo largo de la historia bíblica Yahvé descarga sobre Israel, al pueblo judío le hubiera debido corresponder, del modo más propio, el desarrollo del auténtico género trágico, la auténtica tragedia. Pero, al tratarse de castigos justos, esas contradicciones inherentes a lo auténticamente trágico se pierden en el derecho de Dios a castigar a su pueblo infiel. Me parece bastante claro que, ya sea desde una perspectiva creyente como radicalmente increyente, la historia judía antigua o contemporánea esta demasiado plagada de “arbitrariedades” de Dios o de los hombres como para aceptar tal aserto. La intempestiva presencia de la violencia, el dolor y la angustia en la historia judía, conviviendo al lado de la profunda fe del judaísmo en el ser humano y de su estructuración de la vida desde un universo moral complejo y versátil, permite delimitar la conjunción de elementos que conforman el sentimiento de lo trágico: ética y absurdo. Kafka, Singer, Bernhard o Kertész, no tienen la menor duda sobre cuál es el sentido de ese “único afán” que anima la existencia. Kafka “asegura” al respecto: “Puedes echarte atrás ante los sufrimientos del mundo, eres libre de hacerlo y de hecho es lo que corresponde a tu naturaleza, pero quizás ese echarte atrás es el único sufrimiento que podrías evitar”.

José Antonio Fernández López es Doctor en filosofía. Nació en Águilas (Murcia) en 1968, lugar donde reside en la actualidad. Ejerce como profesor de filosofía. Su tesis doctoral fue una incursión en El problema de la identidad en la literatura judía contemporánea (2003), dirigida por el Dr. Patricio Peñalver. Ha publicado una veintena de artículos en las revistas Raíces, Espinosa, Daimon y A parte rei y es autor de las obras La mirada insatisfecha, Ética y fracaso, La revuelta imposible, Primo Levi: El oficio de vivir y testimoniar, al tiempo que editor de la obra colectiva Judaísmo finito-judaísmo infinito, así como colaborador en diversas obras colectivas.

 

Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

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