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A veces todos cacareaban como gallinas a unísono como en un restaurante cacofónico, y a veces se revelaban infinitas fibras dóciles como huellas digitales lineares como el tallo de un teléfono que podría dar acceso a una tapa u otra dependiendo del marcaje exacto o el giro de las fibras hasta la elección de un número y no otro, una letra y no otra, una palabra y no otra, una idea, un concepto, o un reloj abismal del que hablaban numerosas bocas literarias como manecillas de la consciencia histórica de finales de siglos anteriores y que marchitaban el tiempo como pétalos multicolores de carpa.
Los espíritus nacionales de Lovecraft y Whitman se hacían en instancias y se hacían oír hasta convertir la cacofonía en discusión sin arreglo, sin maquillaje, sin armonía alguna excepto la familiar.
—Pues yo culpo a Heisenberg de todo si de eso se tratara— dijo entretenido por la paz de la noche.
—No, los mitos de Cthulhu aún me causan escalofríos— dijo Charles Dexter.
—Mejor porque no hablamos sobre el socialismo como en los viejos tiempos— dijo Robert E. Howard— Olvidemos las pesadillas.
—Aquello es para alquimistas quienes realizan ritos con propósitos nigrománticos que son espeluznantes— dijo Phillips irrumpiendo en carcajadas.
Henry James parecía cumplir las premisas de lo indeseado como las profecías acerca de las fachas y la mala moda de los escritores y escupía allí mismo en el suelo para ver sus zapatos y de allí hacia una visión vertical y critica.
—Avisa que no llegaremos al New York Edition—.
—Eso me recuerda los fallos de la primera imprenta en Otra vuelta de tuercas, y a la sociedad victoriana de las oficinas de los rascacielos. ¿Lo recuerdas?— dijo Edel con cierta gracia.
—No lloriqueen más por el amor de… Dios les dará sangre para beber— dijo Nathaniel Hawthorne picándose la nariz y haciendo una mueca extraña.
—Preces no ideadas para ser acogidas en el cielo— dijo Henry burlón, comenzando a murmurar un canturreo semiduro con la esperanza de convertirlo en una ópera rock.
Kundera cuestionaba si el peso de las poleas de la nave de la ficción de la gran mariposa electrónica que estaba en el centro del atrio era verdadero, y cuestionaba si históricamente los escritores debieran visitar los escenarios más conflictivos del planeta no para ayudar sino para ponerse en primera plana y cegarse en el coito de la ligereza y la fragmentación.
—En lugar del de la gravitación y la gravedad— dijo Bradbury aumentando el espejismo de sus pensamientos.
Edgar Allan Poe y Bernard Shaw se copiaban en la coyuntura de una casualidad o un genio prolífico, prominente, fecundo, o por el contrario las palabras arruinaban a las palabras, y eran una amenaza para el futuro cercano como lo es la sangre artificial de un robot o usada en películas hollywoodenses por los stunts o en un zoológico en el corazón de un león de peluche, mientras Woodie Allen les decía que muchas de ellas eran tiradas a los gatos que se congestionaban en los callejones y despertaban aspectos sexuales en sus consciencias universales feministas.
—Es el eterno complejo de Edipo de la libido— dijo Woodie sonriendo.
Kundera pensaba en un trauma silenciado porque había tenido que ganarse el pan como pianista de Jazz lo que lo demeritaba frente a los ojos de los demás y para lo cual para ocultar la vergüenza de la parte posterior del siglo veinte y veintiuno usaba unas gafas oscuras Ray Ban.
—Maldito partido comunista— murmuro para sí mismo.
—Yo no me daría por vencido ni me avergonzaría— escupió Teennesee Williams en su rostro que pareció ser la casa de cinco figuras a la saliva: ojos, nariz, boca, lengua y mentón— Yo solo pensaba en mí mismo, como lo haces tú en este momento, mientras que Rose pasaba una lobotomía, y por ello fui expulsado de mi consciencia y me convertí en ella. Nunca te lamentes ni te lamas tus heridas productos de la desnudez del narcisismo de un hombre universal y exitoso—.
—Interesante que venga un cierto confort humano de alguien quien lleva a todas partes su expediente psiquiátrico bajo sus brazos— dijo Milan tratando de sonreír y empeorando las bolsas negras debajo de los ojos.
—Debiste ver a Laurette Taylor, se parecía a Rose entrando en escena—.
Allan Poe tocaba una melodía en su corazón jugando con las yemas en los botones de debajo del cuello donde se enraizaba un micrófono, cuando una voz receptora que ahora era más profesional pues había sido ecualizada les hablaba desde unas bocinas invisibles.
—La ocasión tiene más de un signo doble, y lectores de todo el mundo mediante el Internet podrán espiar cada trozo de este maravilloso encuentro mediante sus webcams mientras que sus rostros van a aparecer en las pantallas de las plazas mayores de todo el mundo en pantallas gigantes y sus conversaciones seguidas por bloggeristas, links en Facebook, YouTube, Twitter, y sus fotografías en Picasa e Instagram.
Siendo que los mejores publicistas producían todo en formato de espectáculo o realidad viral, Whitman no se sorprendió de las exigencias del engalanamiento de las televisoras y los productores, pero pensaba triste que ya nadie realmente pensaba en el alcohol del árbol tras siglos de borrachera.
—Me recuerda The Patriot, así eran las cosas, todo a lo grande, frio e impersonal— dijo con una breve mirada.
—En parte gracias al apoyo de Emerson todo cambio un poco— le contesto Henry David Thoreau.
—No. En esa época difícil solo Oscar Wilde me vino a visitar—.
—¿Cómo te fue en la universidad de Rutgers?—.
—Allí permitían una relación simbiótica entre los poetas y el país, pero es inevitable, toda aquella luz gloriosa siempre terminaran en discursos mortuorios, es inevitable—.
—¿Un guerrero como tú? — dijo Henry.
—Derechos de homosexuales, derechos de los animales, derechos humanos, todo está escrito en De Profundis. La poesía es solo para olvidarse de uno mismo, alcohol para abstemios—.
Se acercó una figura con una sonrisa.
—Todavía guardo el beso de Walt Whitman sobre mis labios— sonrió y le dio un abrazo fraternal.
—Maldita literatura, nos hace más humanos de lo que debiese. Alcánzame un cuerno de la charola—.
—¿Ya no fumas? —.
Por un lado la celebración obvia de todos los lectores e internautas, y por el otro lado el elemento sorpresa, el Internet en casa, lo inevitable, convertirse en ellos mismos frente a las multitudes y las cámaras como en un anticlímax de la metamorfosis kafkiana. En el patrocinio del asunto estaban las tumbas de muchos de ellos, una multitud, y hablaban sobre la experiencia de la desintegración del cuerpo en la caja negra y la conflagración por el milagro de los aviones y los gusanos que chorreaban en charolas hasta las raíces de los árboles que eran como los sótanos prometedores de las etapas breves de la vida y como las cámaras fotográficas de los turistas y los voyeurs. Otros pensaban en las flores que había alrededor y se preguntaban el porqué de tal festejo y festividad en primavera, nostalgia en otoño, tristeza en invierno.
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