El hombre que maneja lo fundamental en el cine

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El mexicano Emmanuel Lubezki no estaba particularmente interesado en el mundo de las películas; prefería la imagen fija y el rock. Y acabó siendo el primero en ganar tres veces seguidas el Oscar a la Mejor Fotografía.

Hay una leyenda muy divulgada en los ambientes intelectuales de México: en la década de 1980 Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki fueron expulsados del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), la escuela de cine más antigua de América Latina, del Distrito Federal. Eso fue esgrimido por años como prueba “irrefutable” de que “el sistema” no toleraba a los talentos inquietos. Pero Cuarón, Oscar al Mejor Director por Gravedad en 2014, en realidad solo no cursó el último año. Y a Lubezki, hoy dueño de un increíble récord de tres-en-línea por sus Oscar a la Mejor Fotografía por Gravedad, Birdman (2015) y El renacido (2016), apenas le faltó una materia para recibirse, según una investigación publicada por el diario Excelsior, que puso fin al mito.

Lubezki, nacido en Ciudad de México en 1964 y apodad El Chivo, seudónimo que responde a los rulos, barbita incipiente y mentón afilado que tuvo de adolescente, es muy amigo de Cuarón. En una reciente entrevista a la revista Life and Style, dijo que con el director pasó el último tramo de su adolescencia entre “fiestas, películas, música, mujeres…”. Luego coincidieron en el CUEC, donde los separaban dos generaciones. “Me convertí en su asistente de dirección, de fotografía y de sonido. Fue como mi maestro y crecí junto con él. Hay un marco de referencia muy sólido, que es lo que sucede con amigos”, contó en esa nota. La amistad se convirtió en aparcería profesional en filmes como Solo con tu pareja (1991), Y tu mamá también (2001) y la oscarizada Gravedad (2013).


Con Alejandro González Iñárritu, también mexicano, el inicio del vínculo fue distinto. No solo no eran amigos sino que hasta lo miraba de reojo. Lubezki lo consideraba alguien frívolo, un DJ amigo “de la gente de la derecha” de su país. “Eso lo desacreditaba como artista en nuestra patética forma de juzgar a la gente, lo veíamos como un outsider hasta un día en que me invitó a hacer un comercial”, le dijo a Life and Arts. Fue en esa ocasión que quedó impresionado por su talento y contracción al trabajo. El final del camino es dorado: los últimos dos Oscar de fotografía de Lubezki fueron en películas dirigidas por Iñárritu.

En ambos casos hizo lo mismo que venía haciendo desde que descubrió que lo suyo era la fotografía cinematográfica: lograr que el espectador capte el tono dramático, emocional, que el director busca. Y todo a través de la luz. Sin luz no hay película posible, ha dicho más de una vez. Es posible que no haya música ni actores en un filme, pero —subraya— es impensable que no haya luz.

“Lubezki es excepcional porque suma su fotografía a las historias. Sabe respetar el trabajo de todo el equipo en todos los largometrajes en los que participa. Tras el lente de su cámara, el ojo de Lubezki mira siempre la historia completa, no regatea ningún detalle al espectador. Se nota que nunca pierde la capacidad de asombro para admirar lo que se coloca en el set. Sin titubeos, su lema es: mientras más pueda ver el espectador, mejor. Más de todo, incluyendo los mínimos detalles que logran mayor significado en la narración”, lo describió José Antonio Fernández Fernández, periodista mexicano de espectáculos, en la revista Pantalla.

Orígenes.

Lubezki nació en una familia judía vinculada al espectáculo. Sus abuelos paternos, originarios de Lituania y Polonia, se conocieron en México e integraron un grupo de teatro yiddish. Su padre, Muni, combinó sus estudios de medicina, psicoanálisis y psiquiatría con la actuación en teatro y en cine. El destino quedó señalado para los hijos que él tuvo con Raquel: Emmanuel y Alejandro. Este último es guionista.

“Mi familia fue parte de El Club de las Películas (una organización mexicana), me ha apoyado mucho. De mi familia he recibido apoyo moral y también ayuda muy importante para escribir guiones y contar con vestuario, transporte, casting, comida…”, le dijo en 1995 a Fernández Fernández en una de las escasas entrevistas que ha concedido. En ese entonces se mudaba a Estados Unidos donde desarrolló casi toda su carrera, pero ya había traspasado las fronteras de su país por la notable fotografía de Como agua para el chocolate (1992) y de un programa televisivo llamado La hora marcada (1988-1991), una serie de terror sospechosamente parecida a La dimensión desconocida, pero que resultó un semillero de talentos mexicanos como Cuarón, Guillermo del Toro o él mismo. También ya era conocida su admiración por Gabriel Figueroa, brillante cinefotógrafo cuyo buen hacer en la época de oro del cine mexicano lo llevó a Hollywood (donde todavía se habla de “los cielos de Figueroa”). Y antes de morir en 1997, Figueroa dejó dicho que Lubezki era su sucesor.

Lo curioso es que Emmanuel no estaba interesado en la fotografía cinematográfica sino en la artística. Según un perfil publicado por Vivelohoy, un portal destinado al público latino en Estados Unidos, de niño siempre iba a los paseos con sus familia y amigos, ya sea en el centro del DF o en Chapultepec, portando una Kodak Instamatic 54x. Aún así, la semilla fue plantándose viendo las películas de Fellini y Pasolini, atendiendo las imágenes y no los diálogos. De adolescente, tocó el bajo en una banda de rock, Las Aves de Rapiña. En resumen, el cine no le interesaba más que cualquier otra expresión artística, pintura, fotografía o música.

La politización que había en la escuela de arte lo desestimuló de entrar ahí y apuntar hacia el CUEC donde, según le dijo una amiga, había un excelente departamento de fotografía fija. Pero “a las cinco semanas de estar en la escuela ya estaba filmando en Súper 8 y, como se dice en México, me chupó la bruja: me convertí en cinefotógrafo sin darme cuenta y medio abandoné la foto fija”, le dijo a Life and Style.

Pronto se dio cuenta que el cine le gustaba y decidió elegir entre dirigir y fotografiar. Ganó esto último, casi que por descarte: “Siempre tuve problemas para relacionarme con los actores y sabía que quería estar en el set; no quería ser editor ni trabajar en postproducción, y lo que quedaba era ser fotógrafo”, dijo en una charla celebrada en el CUEC en 2006.

Sea como sea, la jugada le salió bien. El primer tipo en ganar tres veces seguidas el mayor premio del cine a la fotografía es famoso por su contracción al trabajo. BBC Mundo recordó una anécdota en la cual estuvo cinco horas colocando la iluminación para una sola escena de Solo con tu pareja. Todo sea por cumplir su norte, su obsesión: que el tono dramático logrado a través de la luz fortalezca lo que se está narrando.

“Soy un problem solver. Mucho de la cinematografía es eso: cómo resolver los problemas para poder traducir estas ideas del director a la pantalla. Y sí, me gusta ser puntual. No me gusta que la gente esté esperándome, me parece un insulto hacerte esperar”, resumió.

Reflejar la realidad.

De El renacido, tanto el director Alejandro González Iñárritu como el actor Leonardo DiCaprio, dijeron que fue una película difícil de hacer. Su director de fotografía coincide y su trabajo refleja esa dureza.

“Es una película sobre la sobrevivencia y el tema dicta todas las escenas y las locaciones tienen que reflejarlo. No queríamos falsedad sino realidad; lo más naturalista posible, que fuera una película inmersiva, así que nosotros nos encargamos de crear nuestro propio infierno al decidir filmar en locaciones reales, con luz natural, sin las comodidades que te puede ofrecer un estudio”, le dijo Emmanuel Lubezki a Life and Style.

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