El Peronismo y la muerte

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Horas más tarde de aquel día, el fiscal Alberto Nisman hubiera debido exponer ante la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados una denuncia. Contra la presidenta, contra un ministro, contra dirigentes del partido casi único. Cargos por encubrimiento de asesinato en masa: ochenta y cinco muertos, sin más motivación que su origen judío, crimen tipificado como genocidio. Hubiera debido. Pero, a las 3 de la madrugada del 19 de enero, el fiscal Nisman estaba muerto. Un proyectil de pequeño calibre en la cabeza. La presidenta proclamó el suicidio en su Facebook (https://es-es.facebook.com/CFKArgentina): un suicidio que ella atribuye a misteriosas claves conspirativas internacionales. Las armas de fuego dejan trazas de pólvora en la mano que dispara. En las manos de Alberto Nisman no fue hallado ningún residuo. Pero, en el país de Perón y Evita, nada es más común que el milagro.

El caso AMIA. Puede que a los más jóvenes ni les suene. Lo resumo. El 18 de julio de 1994, el edificio de la Asociación Mutual Israelí de Argentina fue volado en Buenos Aires por un atentado brutal: 85 muertos y trescientos heridos. Que yo recuerde, es el asesinato de judíos más grave desde la Alemania nazi. Tras doce años de investigación, la Justicia argentina halló culpable al Gobierno de Irán y a Hezbolá en su nombre. A través de Interpol, fue dictada orden de captura contra ocho altos funcionarios del Gobierno de Teherán –incluidos un jefe de la Guardia Revolucionaria y el embajador iraní en Buenos Aires– como responsables del crimen. El Gobierno argentino (peronista, por supuesto) y el iraní elaboraron, en 2013, un memorándum para esclarecer el caso. Hasta hoy, ni uno solo de esos funcionarios ha sido entregado. Mientras tanto, los negocios de petróleo y armas entre Irán y Argentina prosperaron.

Lo que Alberto Nisman iba a presentar el día en que una bala se cruzó con su cabeza eran las conclusiones de una investigación de años sobre la trama de negocio/ocultación, cuya paternidad (¿habrá que escribir «maternidad», en beneficio del lenguaje correcto?) él atribuía a Cristina Kirchner y al círculo más íntimo del gang peronista. Pensaba que iban a matarlo. Por eso, antes de comparecer, concedió una larga entrevista a la televisión (https://www.youtube.com/watch?v=4nFQ7AsXmf8), en la que daba las claves básicas de lo que él describe como un crimen de Estado.


Matar no es una cosa que espante a un peronista. De la tradición fascista italiana, a la cual tomó prestado Juan Domingo Perón su modelo, importaron los piqueteros y descamisados de Evita que aquel que no es amigo es enemigo, y que al enemigo, bala. La muerte hace uno con la historia del peronismo. Y su culto, y su liturgia: ¡esa necrófila manía del dictador de cargar siempre a cuestas con el cadáver de su difunta esposa en el dormitorio de al lado! Y el culto y la liturgia de la muerte culminaron en la bárbara matanza entre enemigas fraternidades peronistas, que dejó rota para siempre a la República Argentina tras los años de la guerra sucia. Y luego, lo del AMIA: masacre indiferenciada de judíos en la ciudad con la mayor comunidad judía de Hispanoamérica.

Nisman iba a comparecer ante el Congreso. Para inculpar a la Intocable. Murió unas horas antes. Tiro en la sien. Manos sin huella de pólvora. «Los peronistas no son ni buenos ni malos; son incorregibles». Es tan solo un fulgor malévolo de Borges.

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