El Pogrom de Noviembre de 1938 nos interpela

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Kristallnacht es el nombre con el que quedó inscripta en la memoria colectiva de la humanidad la ola de violentos ataques anti-judíos que ocurrieron en noviembre de 1938 en los territorios dominados y ocupados hasta entonces por el Tercer Reich.

En alemán el nombre tiene un tinte romántico, “Noche de Cristal”. Pero no… nada más lejos del romanticismo

El Pogrom de Noviembre de 1938, así deberíamos nombrarlo, fue un violento ataque a escala nacional que se desató en la noche entre el 9 y el 10 de noviembre de 1938 y tuvo subsiguientes episodios aislados, de menor intensidad, en todo el territorio del Tercer Reich que en ese momento incluía Austria y la región de los Sudetes de Checoslovaquia. Las autoridades alemanas justificaron públicamente esta brutal y despiadada embestida contra las personas y los bienes de las familias y comunidades judías como una reacción legítima al ataque de un diplomático alemán por parte de un joven.


El 7 de noviembre de 1938, el tercer secretario de la embajada alemana en París, Ernst Von Rath, fue asesinado por Herschel Grynzpan, un refugiado judío-alemán de 17 años. Herschel quería vengar la expulsión de sus padres, junto con otros 15,000 judíos polacos de Alemania a Zbonszym. Los nazis utilizaron el asesinato como una excusa para comenzar las turbas y disturbios que fueron el preludio del “abordaje concreto de la Solución final”, el exterminio de los judíos. Sin embargo, está probado que los ataques comenzaron por incitación directa de algunos altos funcionarios del régimen en Berlín cuando tomaron conocimiento de la muerte del representante alemán en París.

El gobierno alemán intentó disfrazar la violencia de esos dos días como una protesta espontánea por parte de la población “aria”. Pero, en realidad, la Kristallnacht fue organizada por los jefes nazis y sus matones con habilidad técnica y precisión. Ellos fueron quienes ordenaron a la Gestapo y las tropas de asalto que incitaran a los disturbios de la mafia en toda Alemania y Austria.

Es así que instigadas desde las esferas más altas del poder, violentas patotas, pandillas y patrullas de asalto atacaron, saquearon e incendiaron a su paso sinagogas, tiendas y hogares a lo largo y ancho del territorio alemán en medio de un episodio coordinado de violencia incontrolada contra los judíos. Las turbas enardecidas destrozaron hospitales judíos, orfanatos, cementerios y arrastraron a miles de hombres, mujeres y niños judíos a las calles, donde fueron golpeados y humillados. Los bomberos recibieron órdenes de dejar arder las sinagogas pero proteger las construcciones aledañas y las propiedades de los “arios”.

En 24 horas de caos y destrucción, se destruyeron y saquearon unos 7.500 negocios y hogares judíos, 91 judíos fueron asesinados, más de 30.000 hombres judíos fueron detenidos y enviados a Campos de Concentración. Cerca de 1,400 sinagogas fueron incendiadas y arrasadas. Sus objetos sagrados fueron mancillados, sus libros destruidos y quemados, se profanaron cementerios judíos. En una escandalosa ironía la comunidad judía fue obligada a pagar una multa – indemnización – de mil millones de marcos por los daños que se ocasionaron a la propiedad pública en esa noche.

¿Qué sucedió después del fatídico pogrom? Los ciudadanos judíos fueron obligados a reparar todo lo que había sido roto y limpiar las casas, las veredas y las calles. Se les aplicó un decreto gubernamental que les prohibía cobrar seguros por los daños que les fueron ocasionados, aun cuando tenían total derecho a ello y, por su lado, el gobierno se quedó con los créditos de las aseguradoras que les correspondían a los judíos damnificados. Y finalmente, sistemáticamente, la población judía fue excluida de la vida social pública de la República de Alemania.

Y todo esto ocurría, ante el silencio y la ceguera del resto del mundo…

Siete años más tarde, el mundo supo que seis millones de judíos habían sido asesinados en forma planificada y tecnificada por los nazis, por el mero hecho de ser judíos, mientras el mundo calló y dejó que ello ocurriera…

Esa maldita noche fue el punto de inflexión que señaló el preciso momento en que el régimen del Tercer Reich se desvió definitivamente de lo que se supone un comportamiento admisible entre las naciones civilizadas, fue el preludio de la destrucción de todo un pueblo y una señal clara de lo que puede ocurrir cuando una sociedad cae víctima de sus más bajos instintos. Después de esa noche, ningún alemán podía alegar que no sabía que en su país se estaba persiguiendo con violencia a los judíos.

Hoy conmemoramos el preludio de la tragedia, el comienzo de la noche oscura. Hoy, mirando hacia atrás, tenemos el deber de la memoria, de construirla, de recordar, rememorar, relatar y traer nuevamente a nuestro presente lo vivido en la historia de la humanidad y en particular en la historia del Pueblo Judío.

El Pogrom de Noviembre de 1938 nos interpela. No podemos mirar para otro lado. Si hay aún rasgos de humanidad en cada uno de nosotros debemos ser cautelosos, estar atentos y en alerta ante los múltiples indicios que sugieren, que nada hemos aprendido y que el riesgo de que arraigue y germine la semilla del odio, de la discriminación y del antisemitismo, está latente y presente.

La autora es educadora. Fue directora general del Consejo Central de Educación Judía.

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