El puerto de Persia en México

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No habías entendido, no imaginaste las consecuencias ni la profundidad que tomar esa decisión significó para ellos llegar desamparados, totalmente vulnerables; nunca sopesaste el tamaño de esa hazaña. Te quedaste con la idea de que vivieron miedosos, quejándote: no se integraron, que jamás me llevaron un 15 de septiembre al Zócalo a oír el barullo del Grito, al contrario. Recuerda, Shoshitazan, la que nació en México eres tú. Para tus padres y abuelos oír el Grito resultaba amenazante. Eran extranjeros. Les era extraño todo. Entiende, tuvieron que volver a nacer otra vez en otra parte del mundo.

Inmigrantes europeos y orientales que vivían, a distancia, los comienzos de la Segunda Guerra Mundial, algo oían: se hablaba de persecuciones, campos de concentración. Vivían atemorizados, temiendo siempre que el odio del otro continente se expandiera en este país adorador de los mismos dioses que en Europa, de los mismos santos.

Hoy entiendo de dónde fue llegándoles ese encerramiento, ese meterse en sus casas sin la curiosidad de conocer Cholula y sus iglesias todas distintas; Malinalco, encerrada en sus montañas, en sus calles, su historia; Mérida, sus bordados, pirámides, y sus tardes de gente sentada afuera de sus viviendas; La laguna de Catemaco salpicada de garzas; Pinotepa y sus mujeres con pechos al aire; Huamantla y los kilómetros de calles alfombradas de flores y aserrín en días de fiesta; ni siquiera a Teotihuacan llegaron y eso que tan cerquita; la curiosidad no germinó en ellos ¿por qué en tantos años, nunca! Estaban ocupados engrandeciendo hijos, buscando la manera de que no les faltara nada. Y no faltó nada, aunque nunca supieron de un delicioso despilfarro. Para ellos, gente de buenas costumbres, los domingos eran como los otros días. Eso inventaron para no mover ninguna ficha del tablero, para disculparse de que no se enteraron ni siquiera quién fue Diego Rivera, y que si la revolución Cubana, y que si el Surrealismo, de eso nada, parece que no se enteraron de nada del mundo que los circundaba, se atareaban aprendiendo a vivir en un lugar tan distinto al suyo, aprendiendo el idioma, otras señales, acostumbrarse a otros olores, a otros colores, otros sonidos, otra moneda, otro humor, otra forma de peinarse, otra manera de vestirse. Cuántas veces escuché que a mi papi lo mandaron a la escuela, en la calle de Ecuador, en La Lagunilla, vestido a la usanza oriental: una shilaba hasta el piso. Y cómo se burlaban de él.


Desde los doce años, el pequeño Moís, mi papi, se vio instalado en la Lagunilla y se dedicó afanosamente a congraciarse con la gente que trabajaba alrededor de la tienda, a hacer buenos actos, tratando, con su forma de ser, de suavizar – supongo – esa antipatía generalizada hacia los culpables de la muerte de Cristo, que no acabamos de pagar nunca. Temían que cualquier pretexto desencadenara ese odio irracional o racional tan extendido.

Me parece que alguna vez contaron que cuando el barco atracó en este lejanísimo y exótico país, les dijeron, como a tantos: tengan mucho cuidado, aquí, por cualquier minucia sacan pistola, y los bailes terminan siempre a balazos. Cualquier día nos iban a llevar al Zócalo un 15 de septiembre, a un desfile, ni locos. (Por algo, el primer acto que realicé como símbolo de abrir mi propio camino, apenas me divorcié, fue ir con mis hijos pequeños a ver el desfile al monumento a la Revolución. Fui muy feliz y ellos también, tengo fotos, recuerdo que mi niño pequeño estaba chimuelo, se veía muy bonito) ¡Y viva México, señor.!

Atareados en evitar cualquier roce, es tan delgado el hilo… Rozica, además ellos tampoco confían en mosotros. Formar parte de un grupo minoritario y estigmatizado, es delicado – afirmaban mis tíos – mejor es pasar desapercibidos y no hacer olas, mijita.

El temor los paralizó y se marginaron.

Hace tiempo vi la película Canoa, donde varios jóvenes estudiantes pasean en el pueblo. El sacerdote azuzó a la población en su contra diciéndoles: vienen de parte del gobierno a estudiar sus casas, se las van a quitar. Enfurecidos, los de Canoa acabaron a golpes y machetazos con varios de los estudiantes: sólo algunos lograron regresar con vida a la ciudad de México.

Qué miedo que alguien azuce a la gente en contra de los judíos y nos maten o nos quemen como a esos muñecotes que tan horrible truenan en Semana Santa, cuando siento que debo correr y esconderme para no provocarlos. ¡Judas! ¡Judas!

El pueblo de Canoa dejó salir los instintos más salvajes. Viví una pesadilla viendo en la película a las hordas salvajemente azuzadas. El pueblo escuchó al sacerdote (representante de Dios) en la tierra y brotó un odio muy guardado, como el que surgió en tiempos de quemas de brujas, el odio de los puritanos a las prostitutas. Ese odio racional e irracional, regresó. Xenofobia, esa hostilidad hacia los extranjeros.

Pues sí, ahora entiendo su miedo. Yo soy de aquí. Aquí nací, aquí crecí, estudié, me casé, eché hijos al mundo, me descasé y me seguí educando. No conozco el mundo de donde ellos vinieron, ni entiendo los idiomas con los que ellos crecieron. Yo nací bajo este cielo, en este paisaje nopalero: me gusta la música ranchera; es más, siempre quise cantar como Lola Beltrán, de hecho me salía bastante bien. De chica, cuando mi abuelo ponía en su alta fidelidad esos discos de 33 revoluciones, con canciones persas que me parecían quejidos y ayes mas que cantos: nosotros, mis hermanos y yo, nos queríamos morir del horror –parece que van a vomitar -decía mi hermana haciendo la mueca y nos burlábamos abierta y felizmente. ¿Qué puede tener en común una canción de Lupe Reyes con una de Abdul el Guajib? Ya ni me acuerdo qué cantaba el tal Abdul. ¿Qué eran esos llantos?

Shoshitazan, tus dos familias de origen, la materna y la paterna, algo tenían de aventureros y tú quejándote años y años de que eran rutinarios. ¿No te parece una gran aventura dejar sus tierras, allende el mar, para ir rumbo a lo desconocido? Hacer todo ese recorrido de dos meses hacinados en barcos, comiendo lo que traían en su itacate: huevos duros, roscas, aceituna negras y algún pedazo de queso, sólo por un ideal (imaginado), que los movió de su casa. ¿De quién fue el sueño? ¿Quién entusiasmó a mi abuelo Pinhas por México, para llegar a este continente tan remoto para que haya dejado todo? ¿Para quemar naves en busca de un sueño? En algún momento decidió: voy a decirle a Mazal, mi mujer, que nos vamos. Tomaron a su hijo, a tu papá, de doce años y órale, a cambiar los destinos de ustedes, los que serían sus nietos. ¿La convenció? ¿O más bien una mujer persa tenía que obedecer y seguir a su hombre…? Y la familia por el lado de tu madre también hizo su gran travesía, salió de Estambul, Turquía, a pesar de que Zimbul, tu abuela, no quería venir. Vino sólo a llorar y llorar, a añorar su tierra, sus calles, el Bósforo, ese río que atraviesa sus tierras, las mezquitas, el shuck, hasta que un par de años después, sin haberse enamorado del país, murió en Guadalajara, a donde llegaron a instalarse, y dejó a tu mamá de trece años en la orfandad, hasta que apenas cumplió los quince le presentaron a tu papá, hijo de persas, para que vinieras tú al mundo.

Y yo ahora, ansiosa de entregarme por igual de conocer y respetar a los de otras religiones y razas, camino mi país del brazo de mexicanos/as a los que amo y en los que confío plenamente. He conocido muchos lugares, he recorrido gran parte de este país tan hermoso, he aprendido tanto de los paisajes naturales como de los paisajes humanos, he descubierto tantas maravillas. Mi lema es: más puentes, menos fronteras. Tal vez por eso, porque me da rabia ver de todo lo que se perdieron, no pude entender que se atrincheraran con los que habían cruzado el mar como ellos; pero sí, tal vez sólo entre ellos encontraron la seguridad que tanto necesitaban, y sólo dieron su confianza a los suyos ¡Qué lástima que por sentirse tan amenazados, mis padres adorados no se enamoraron como yo de México, y vivieron sus vidas tratando de pasar desapercibidos, asustados por el dinero ganado, temeroso de que los vieran gastar. Tal vez por eso, hasta que le llegó el cáncer a él, supimos que algo había ahorrado en toda una vida atrapado en el cajón, así, no sé por qué le decían a nuestra tienda de abrigos El puerto de Persia en La Lagunilla sobre la calle de Comonfort.

Qué lástima. Qué lástima. Pero así fue…

Acerca de Rosa Nissán

Nace en la Ciudad de MéxicoEs autora de las novelasNovia que te Vea (Planeta.1992)Hisho que te Nazca (Planeta 1999), ambas traducidas al inglés en un sólo tomo con el nombre de Like a Bride, Like a Mother (Universidad de Nuevo México. E.U., 2000)No sólo para dormir es la noche (Cuentos. Edit. Patria. Nueva Imagen),Los viajes de mi cuerpo (Novela. Planeta, 2003)Horizontes sagrados. Diarios de viaje a Israel y la India (Nueva Imagen, 2003).Sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías; sus novelas son parte de trabajos internacionales sobre literatura y otros temas (Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Canadá).Participó como coguionista de la película Novia que te vea (IMCINE, 1999) basada en la novela del mismo nombre.Durante 20 años formó parte activa en el taller de Elena Poniatowska. En 1997 impartió talleres literarios en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (UNAM). Del 2000 al 2002 ofreció diversos talleres de Autobiografía novelada en: la Casa del Lago, el Claustro de Sor Juana y la Casa del Refugio. Desde el 2005 imparte talleres literarios en la Casa Universitaria del libro (UNAM), en la Librería el Péndulo, y en la Universidad Pedagógica (UPN).Desde 1984 publica artículos y cuentos en periódicos y revistas.

2 comentarios en «El puerto de Persia en México»
  1. Rosita, gracias por tus maravillosos cuentos, como este del puerto de Persia, y la carta a tu abuela.

    Gracias por todo lo que me enseñas.

    Gracias por tu taller y por todo lo que de ahí sale.

    Te mando muchos besos.

    Responder

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