El Sermón, H. H. R. Moisés Cohen d”Azevedo y el Orden de la Oración, 3ra. parte

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Obsequio de Yerahmiel Barylka.

El marco histórico del Sermón


Jorge III[1] rey de Gran Bretaña e Irlanda y de Hannover, había sucedido en 1760 a su padre, Jorge II como rey de Gran Bretaña e Irlanda y también como elector del estado alemán de Hannover, que daba nombre a la familia. Su forma de actuar en política fue fielmente la misma que la de sus antecesores homónimos, y se puede sintetizar en una frase que circula en los libros de texto: “actuaron más como príncipes alemanes que como reyes británicos”.

Era de conocimiento público que el rey empleaba la corrupción, el patronazgo y el fraude electoral para hacerse con un grupo de partidarios que controlara el Parlamento Británico, en busca del gobierno personal. La prensa criticaba asiduamente sus arbitrariedades e injusticias. Su gobierno “a la alemana” hacía que Jorge III fuera más que impopular en Londres. Sus pugnas con la nobleza y el modo de vida y política tradicionales ingleses, fue en gran parte fruto lógico de su germanofilia declarada, y su furor hacia las Trece Colonias americanas la consumación de dicha tragedia general.

El rey Jorge de Inglaterra pide, exasperado, a todas las confesiones religiosas legalmente establecidas en Inglaterra (también a la congregación judía) que eleven rogativas a su favor, cuando ve derrumbarse su poderío en las Colonias de América del Norte. Parece evidente que no lo hacía creyendo que los “ángeles celestiales” vendrían a exterminar a los revoltosos proto-pobladores norteamericanos, en absoluto. Se trataba de una maniobra de aislamiento socio-religioso de dichos colonos, otra más, y tan inútil como las demás. A las fechas del Sermón (diciembre de 1776) resultaba claro que las grandes potencias de la época, Francia y España, se habían dado cuenta de lo vital que resultaba para su propia supervivencia en el teatro internacional que Inglaterra (el Reino Unido) no creciera hasta límites desmesurados. Ello en efecto hubiera ocurrido si lo que hoy es Estados Unidos de Norteamérica (y Canadá de añadidura) hubieran formado parte de la Corona de su Graciosa Majestad Británica. Así pues, tanto Francia como España (cada país a su propia forma) hacían de todo y más para que Jorge, “monarca invicto” como lo declara el rabino D’Azevedo, perdiera esa condición en las lejanas tierras de América del Norte.

La filiación alemana del rey de Inglaterra apunta hacia otro dato poco publicitado: el hecho real de que en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica murieron (por la parte inglesa) muchos más soldados alemanes mercenarios (las famosas y temidas tropas hessianas) que soldados ingleses.

Una idea de la dureza de esta guerra, de la obcecación del rey Jorge III y de la escasez de medios por parte de los colonos, se obtiene a partir del dato que en 1778, Inglaterra llegó a tener en el norte del continente americano, cerca de cincuenta mil soldados en pie de guerra. A ellos se deben agregar los más de treinta mil mercenarios alemanes que se sumaron a lo largo de toda la contienda. Como dato ilustrativo en el cruce y batalla del río Delaware (momento decisivo de la lucha) la tropa de Jorge Washington, no llegó a los 2.500 hombres… y no todos muy bien pertrechados, precisamente.

En muchas batallas, había más alemanes peleando para Inglaterra que soldados británicos. En la batalla de Trenton, por ejemplo, los alemanes fueron los únicos soldados contra quienes pelearon los norteamericanos. Esto no significaba que los soldados germánicos fueran especialmente leales a los ingleses o aún a sus propios gobernantes alemanes. De hecho, casi una sexta parte de estos mercenarios (un estimado de 5.000) desertaron durante o al final de la contienda y se establecieron en Norteamérica. El uso de mercenarios hessianos creó una gran agitación en ambos bandos. Muchos líderes británicos, incluyendo partidarios declarados del rey Jorge, objetaron la contratación de extranjeros para subyugar a súbditos británicos.

Bajo esa situación, el rabino D’Azevedo pronunció su Sermón, que publicara posteriormente fechando la dedicatoria a 25 de diciembre de 1776, no sabemos si por ser día laboral desde el punto de vista judío (y querer remarcarlo) o bien porque esa fue la fecha de la primera gran derrota inglesa en tierras americanas: la batalla de Bunker Hill.

La sensación de naturalidad que tenía la Graciosa Corona en su triunfo, había comenzado a desvanecerse cuando en junio de 1775, a seis meses del Día de Ayuno llevado a cabo por la congregación de Shaarei Hashamayim, se produjo dicha batalla frente a Boston. En esa confrontación, los colonos sublevados provocaron grandes bajas a las fuerzas británicas, demostrando que su interna desorganización, su toma de decisiones personales y nada jerárquicas[2], y la supremacía del rifle sobre el fusil, eran más eficaces militarmente que la manía teutona por hacer las batallas al son de una banda de música y su obsesión por el orden de filas matemáticamente cerrado. Los angloalemanes, a pie firme, en formación estricta y con sus mandos militares perfectamente visibles con sus vistosos uniformes, disparaban disciplinadamente a la orden jerárquica, con fusiles de alcance efectivo a 25 metros máximo, mientras los americanos, con sus rifles estriados “caza búfalos” (el futuro modelo Pennsylvania), tenían puntería efectiva a doscientos metros… con toda la razón del mundo se hizo célebre en las Trece Colonias la expresión “cacería de patos” para designar cualquier acción militar a partir de la batalla de Bunker Hill.

Continuará: “La sinagoga de la Congregación Shaar Hashamayim”


[1] Londres, 1738 – Windsor, 1820.

[2] Jorge Washington decía con frecuencia que él comandaba un “ejército de generales”, para indicar que allí nadie le hacía caso a nadie en cuanto empezaban las refriegas.

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