El Teatro Judío de Bucarest, un refugio de la cultura yiddish en Europa

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El Teatro Judío de Bucarest lleva funcionando desde 1940. Ni el antisemitismo durante la dictadura pro nazi en Rumanía durante la Segunda Guerra Mundial, ni el Holocausto, ni el régimen comunista lograron acabar con este escenario.

Algo que casi logró una tormenta de nieve que derribó el tejado del edificio en enero de 2014.

Sólo el tesón de los actores consiguió que este reducto de la cultura yiddish siguiera abierto.


“No comenzaban las obras (de reparación), había intención y promesas. Entonces actuamos frente al teatro en un gesto de coraje, de manera inconsciente”, rememora Maia Morgenstern, directora del Teatrul Evreiesc, sobre una función improvisada al aire libre para pedir que se reparar el teatro.

Durante los meses que duró la obra, la compañía siguió representando en otros teatros y hasta en bibliotecas, hasta que el escenario reabrió el pasado noviembre.

“Se reconstruyó el techo, se pintaron los interiores del recinto y se modernizó la instalación eléctrica, obsoleta desde hace décadas”, cuenta Morgenstern, que interpretó en 2004 el papel de María en la película “La pasión de Cristo”, de Mel Gibson.

Actualmente, la compañía, formada por medio centenar de actores, técnicos y administrativos, presenta dos funciones a la semana en yiddish, una lengua germánica con influencias del hebreo, el arameo e idiomas eslavos y romances, que se desarrolló entre las comunidades asquenazíes de religión judía en Europa del Este desde el siglo X.

Apenas unas decenas de personas hablan hoy día yiddish en Rumanía. En todo el mundo son unas 600.000 (fueron unos 11 millones antes del Holocausto), la mayoría en Estados Unidos e Israel, aunque se estima que el número de hablantes está creciendo.

El resto de los días las funciones son en rumano, aunque la media de afluencia de público es de una cien personas por representación, cuyas entradas cuestan siete euros.

Con esa audiencia, la supervivencia financiera del teatro depende de las subvenciones. El edificio es propiedad del Estado y sus empleados son funcionarios por oposición.

Si antes de la Segunda Guerra Mundial vivían en Rumanía más de medio millón de judíos, la mayoría hablantes de yiddish, esta comunidad la forman ahora apenas 4.000 personas, concentradas sobre todo en la capital.

Entre 280.000 y 380.000 judíos fueron asesinados en las regiones bajo control del mariscal Ion Antonescu, aliado del régimen nazi, en la Segunda Guerra Mundial.

Pese al horror del Holocausto y el antisemitismo, el Teatro Judío siguió funcionando durante la dictadura de Antonescu, aunque a partir del año 1943 se prohibieron las representaciones en yiddish.

Tras la guerra, el dictador comunista Nicolae Ceausescu ordenó demoler gran parte del barrio judío para erigir bloques de viviendas pero, sorprendentemente, dejó en pie el teatro, aunque las condiciones de trabajo eran nefastas.

Morgenstein, que lleva más de tres décadas trabajando aquí, recuerda que no había agua caliente ni apenas electricidad y que el público era escaso.

“Siempre pensé que el teatro moriría en uno o dos años,” relata Morgenstein sonriendo. “Han transcurrido 36 años y sigue en funcionamiento”, prosigue.

“Nuestro desafío pasa por mantener las tradiciones e impulsar una nueva generación de amantes al teatro”, asegura por su parte la actriz Alexandra Fasola.

En el actual programa del teatro hay obras de distinto tipo. Desde la comedia en rumano “La mosca española”, con una seductora bailaora de flamenco como protagonista, a la tragicomedia en yiddish “Varsovia, guía turístico”, sobre las familias judías polacas que regresaron a su país tras la guerra para reclamar sus propiedades.

Además, el pasado noviembre se celebró el primer Festival Internacional de Teatro en Yiddish, cuyo objetivo es captar nuevos espectadores.

“Nos dirigimos más allá del público judío, que vengan a conocernos, ofrecerles motivos para que respeten la cultura; los prejuicios existen, nuestro trabajo consiste en borrarlos”, explica Morgenstein.

No todos los actores de este teatro son judíos, pero casi todos estudian el idioma yiddish para asegurar su continuidad.

“Trabajamos mucho la pronunciación”, confiesa Fasola, que estudió alemán en la Universidad y que confiesa que las carencias lingüísticas potencian el miedo escénico: “Luchamos contra el temor a no defraudar o a que se rían de nosotros”. EFE

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