“Es bueno salir de la zona de confort”

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Emma Thompson aún puede recordar un pedido de su madre –y alguna vez coprotagonista–, la actriz Phyllida Law: “¡Por favor, no interpretes a otra buena mujer en vestido de fiesta!”. Para ser justos, Thompson ha hecho una carrera respetable a partir de ese arquetipo del drama de época. Sirven de prueba películas de James Ivory como Lo que queda del día y La mansión Howard –por la cual ganó un Oscar y un Bafta por su papel como Margaret Schlegel–, y Sensatez y Sentimientos (Ang Lee), que le proporcionó su segundo premio de la Academia pero como escritora, por su adaptación de la novela de Jane Austen. Pero hay mucho más que trajes de fiesta en la carrera de Thompson, como sus apariciones en Harry Potter, Nanny McPhee y varias películas de Richard Curtis. En el recuerdo aparece Colores primarios, donde interpretó a la esposa del gobernador demócrata que encarnaba John Travolta, un film inspirado en la primera campaña presidencial de Bill Clinton. También asumió riesgos en Imaginando Argentina (Christopher Hapmton), la historia de una pareja viviendo bajo la dictadura: “¡Sí, nos masacraron!”, dice ella, recordando las demoledoras críticas que sufrió en su momento.

Ahora llega Alone in Berlin (“Solos en Berlín”), la adaptación realizada por Vincent Pérez, actor convertido en director que adaptó una novela escrita en 1947 por Hans Fallada, basada en las vidas de Otto y Elise Hampel: una pareja alemana de clase trabajadora que escribió y distribuyó de manera clandestina por Berlín postales antinazis durante la Segunda Guerra Mundial. Junto a Brendan Gleeson, Thompson se encarga de la contraparte ficcionalizada de Elise, Anna Quangel. “A veces aparece algo que realmente tiene una gran profundidad y un amplio propósito”, dice la actriz. “Esos son los trabajos para los cuales una vive como artista… y este fue uno de ellos”.

En la primera escena de Otto y Anna, el matrimonio se entera de la muerte de su hijo en la guerra, un descubrimiento horroroso que los lleva a este viaje de resistencia. De eso comienza hablando Thompson: “Nunca había hecho algo así antes, tener que hacer una gran declaración emocional en el mismo comienzo de la película. Cuando recibí el guión pensé ‘demonios, es la primera vez que vemos a esta mujer, no sabemos nada de ella. ¿Cómo voy a hacer esto?’. No tenía idea de cómo lograrlo, hasta que lo intenté. Fue todo un desafío”.


Thompson ya estaba bien versada en la era: leyó Ascenso y caída del Tercer Reich y los Diarios de Berlín de William Shirer cuando se estaba preparando para Lo que queda del día. Pero el abordaje del libro de Fallada, dice, fue diferente: “Tiene que ver con la revulsión de la gente común… fue algo que me abrió los ojos. Es como The Ragged Trousered Philanthropists, el libro sobre la pobreza de Robert Tresell: gente pobre, gente trabajadora que se politiza por la injusticia”. Como cualquiera que se haya criado en la Inglaterra de posguerra –nació en 1959–, la infancia de Thompson fue profundamente afectada por la Segunda Guerra Mundial. “Londres vivía la posguerra, de modo muy austero”, recuerda. “Mi abuelo había peleado en las dos guerras. Mis padres se vieron profundamente afectados por la experiencia de la evacuación. Escuchaba esas historias todo el tiempo, con lo que la guerra está muy ligada a mi infancia. Todas las películas que veía eran de propaganda, y por supuesto tenía el cerebro completamente lavado”.

Fue solo cuando leyó Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, que Thompson emepzó a tener una perspectiva más amplia. “Me cambió la vida”, dice. De manera nada sorprendente, las discusiones en la mesa familiar eran de naturaleza teatral: su padre, Eric Thompson, era actor y creador del querido show infantil The Magic Roundabout. Su verdadero interés en la política comenzó recién cuando fue a Cambridge, estudió y se unió a Footlights, grupo en el que conoció a colegas brillantes como Stephen Fry y Hugh Laurie. Fue en ese período que la actriz empezó a escribir su propio material, mucho antes de que evolucionara como guionista en múltiples proyectos como Nanny McPhee y la reciente Effie Gray, una biopic sobre la esposa del crítico victoriano John Ruskin. Por entonces, antes de hacer su aparición en el programa televisivo Fortunes of War (donde conoció a su marido, Kenneth Branagh), Thompson trajinó el circuito de stand up e hizo shows en apoyo a quienes vivían bajo los regímenes totalitarios de Argentina y Chile. “Siempre estuve interesada en las dictaduras, en lo que hacen y en lo que no hacen”, señala.

Por estos días, su atención está dirigida al medio ambiente. En los últimos dos años ha estado dos veces en el Ártico con Greenpeace –una de ellas con Gaia, su hija con su actual esposo, el actor Greg Wise– para ver el impacto del cambio climático. “Es realmente necesario descubrir cuántos billones se gastan en las mentiras que la gente dice sobre el medio ambiente”, dice. “Es aterrador. Realmente aterrador. Con lo que fui a ver por mí misma y fue asombroso… conseguís un entendimiento mucho más visceral de lo que el calentamiento global realmente quiere decir”.

Con opiniones coincidentes con las de Al Gore –que en agosto estrenará la secuela de su ecodocumental Una verdad incómoda–, Thompson está actualmente desarollando una película sobre Arctic 30, los activistas de Greenpeace encarcelados en Rusia por sus protestas contra las perforaciones en el Ártico. Más allá de eso y a pesar de la actual convulsión política, dice que mantiene un sano optimismo sobre el mundo. “Creo que realmente está al servicio de vivir más. Está científicamente probado que los optimistas viven más tiempo, con lo que decidí elegir el optimismo como parte de mi régimen de salud”.

A los 58 años, Thompson no se ha detenido en sus tareas de ayuda, sea realizar una campaña por los Derechos Humanos o para oponerse a una nueva pista en el aeropuerto de Heathrow. Pero más allá de haber elegido el optimismo, ¿no tiene sus días cínicos? “¿Sabe qué? Soy cínica con respecto a ciertas cosas”, admite. “Lo soy. Soy cínica con respecto a la política, soy cínica con respecto a la ley. Y me resisto a echarme atrás en eso porque pienso que… estoy convencida de que hay una ley para el rico y una para el pobre. Soy cínica con respecto a los sistemas del dinero, y con respecto a los impuestos. Soy cínica frente a muchas cosas”.

Al menos su carrera goza de excelente salud. Acaba de recibir cálidas reseñas por interpretar a la esposa del artista judío que encarna Dustin Hoffman en The Meyerowitz Stories, comedia ambientada en New York que se presentó en Cannes. Parece algo ideal para limpiarse el paladar: “¿Sabe qué es lo bueno para uno? Salir de la zona de confort”, dice. Como la algo alcohólica Maureen, es un largo camino desde la buena mujer en un vestido de fiesta.

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