Es la guerra, y el tiempo se agota

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La semana acabó como empezó. El pasado viernes, un nuevo ataque terrorista regaba de sangre un hotel de Bamako, capital de Mali, dejando 27 muertos, en su mayoría trabajadores europeos allí alojados. El brazo ejecutor, el yihadismo. Esta vez el terror actuó bajo la franquicia de Al Murabitún, uno de los muchos grupos yihadistas que habitan y operan sembrando el horror y la miseria en, y desde, el eje Golfo de Guinea- Oriente Medio. Este hecho no hace sino confirmar la verdadera naturaleza del problema al que nos enfrentamos y que desde Vox no nos cansaremos de exponer. La amenaza yihadista tiene un carácter global que no se limita exclusivamente a Siria e Irak, ni al denominado Estado Islámico. Occidente es su blanco, y su propósito es acabar con nuestro régimen democrático y de libertades, para imponer la ley islámica.

Tras los ataques de Paris, las reacciones en España no se hicieron esperar. A la comprensible conmoción nacional le siguieron las respetuosas ofrendas florales y muestras de solidaridad de todas las instituciones del Estado. La Corona, el Gobierno, así como los principales partidos políticos nos sumamos a los distintos actos organizados, remarcando muy en especial el acto en la embajada francesa en Madrid. Sin embargo, da la sensación de que esa unión, esa fraternidad ante la barbarie y la destrucción, ha quedado estancada como carruaje en el lodo, sin fuerzas que permitan salir adelante y vencer el obstáculo. La estigmatización existente en la sociedad española del término guerra vuelve a aparecer como fantasma cada vez que nuestra nación tiene que afrontar los retos que nos van saliendo al paso. Como ocurrió el 11-M en Madrid, cuando la voluntad del terror, fuese quien fuese el desconocido autor intelectual de aquel terrible atentado, acabó doblegando la voluntad de toda una nación, liderada por unos políticos de débil carisma y cuestionable liderazgo, incapaces de explicar que en ocasiones la guerra no se puede eludir ni evitar.

Ni el PP ni el PSOE –y mucho menos Ciudadanos– tienen el valor de decir la verdad a los españoles. Estamos en una guerra no declarada contra el fundamentalismo islámico, una guerra que nos han declarado sin que nos demos por enterados. Pero no por ello podemos negar su existencia. De nada nos sirve seguir la política del avestruz y negar que viviremos en esa guerra mundial probablemente durante décadas, ofreciendo únicamente una respuesta policial.


Y digo en guerra contra el fundamentalismo islámico y no sólo en guerra contra Daesh porque nuestros verdaderos enemigos no son sólo los terroristas, sino todos los que apoyan la extensión de la versión más radical del islam en suelo europeo. Los terroristas del Estado Islámico reclutan jóvenes musulmanes de los suburbios de las grandes ciudades europeas. Nuestras corruptas élites político-empresariales hacen negocio con saudíes y cataríes que financian las mezquitas del odio en las que se envenena ideológicamente a las juventudes musulmanas europeas que luego siembran el horror en nuestras familias. Mientras los líderes europeos son agasajados por los sátrapas en Marbella, las organizaciones de caridad saudíes hacen llegar el dinero a los terroristas del Estado Islámico. Vergüenza me da, como español, ver cómo cierta señora promueve entre las grandes fortunas españolas el Fondo Hispano-Saudí.

Y es que a los sátrapas del golfo se les consiente todo. Mientras la Sudáfrica racista de los ochenta se convirtió en una apestada y fue justamente excluida de todos los foros internacionales, el régimen fundamentalista de Arabia Saudi no recibe la más mínima presión por parte de la comunidad internacional. Es más, de forma absolutamente insultante, Arabia Saudi, con apoyo de Occidente, ocupa un lugar en la oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. No está mal para un país que no reconoce ni la libertad religiosa ni los derechos de las mujeres y que, en estricta aplicación de la sharia, amputa manos a los ladrones, apedrea a las adúlteras y castiga la homosexualidad con la pena capital.

Por eso, para empezar a ganar esta guerra lo primero que tenemos que hacer es plantar cara al fundamentalismo islámico, que es la causa-origen de la yihad. Al igual que ha hecho un país tan poco sospechoso de autoritarismo como Noruega, tenemos que exigir la reciprocidad a los países que pretendan financiar mezquitas en nuestro país. Debemos replantear nuestras relaciones con las monarquías del Golfo y exigir, como se exige a todos los países, el respeto a los más elementales derechos humanos.

Es necesario que luchemos contra la propagación del fundamentalismo en Europa. Y para eso es imprescindible que las mezquitas del odio sean cerradas y los imanes que hacen apología del terrorismo, encarcelados o expulsados de nuestro país. Sin medias tintas. Es una cuestión de pura supervivencia.

La inmigración islámica debe parar. No podemos asimilar más musulmanes en Europa. Incrementar las bolsas de jóvenes desempleados y frustrados en los suburbios de nuestras grandes ciudades no hace otra cosa que aumentar los caladeros en los que las organizaciones criminales reclutan a nuevos terroristas. Si nuestra economía necesita incorporar inmigrantes, podemos fomentar la inmigración legal de personas procedentes de los países de Hispanoamérica. Personas que pertenecen a pueblos hermanos que comparten con nosotros un idioma, una cultura y una historia común, y que se integran mucho más fácilmente que los inmigrantes procedentes de los países musulmanes.

En Vox nos sentimos solos en esto. Pero no por ello vamos a dejar de defender nuestras ideas. Poco a poco Europa va despertando. Primero han sido los países de Europa del Este. Recientemente ha sido el propio gobierno holandés quien ha declarado que el modelo de integración multicultural ha sido un fracaso y que los musulmanes residentes en los Países Bajos tendrán que adoptar el modelo de convivencia holandés.

Ni el PP, ni el PSOE ni Ciudadanos se atreven a decir una palabra sobre esto. No sé si es por ignorancia, cobardía o puro cálculo electoral. O si, quién sabe, sus dirigentes participan en los ventajosos negocios realizados con esta gentuza.

Ayer se enfrentaron los dos grandes equipos nacionales, Real Madrid y F. C. Barcelona. Hasta última hora se estuvo especulando con la posibilidad de que se suspendiese el partido por motivos de seguridad. No deja de ser chocante que mientras la integridad física de sus aficiones se ve amenazada por los terroristas islámicos, ambos equipos luciesen en sus equipaciones la publicidad de Qatar Airlines y Fly Emirates.

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