Filosofía y realidad judía

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Lo más difícil de entender es la realidad, siempre demasiado cercana y pesada. Sólo el estudio de la filosofía nos permite alejar la realidad, acto necesario para poder observarla. La filosofía es una maquinaria robusta, fortísima, capaz de cargar la realidad y de movilizarla a nuestro gusto. Pero para usar dicha maquinaria antes es menester que estudiemos el instructivo que la acompaña, redactado de manera burda por personas peritas en materias epistemológicas que no se preocupan mucho por ser comprendidas.

Si yo tuviera autoridad para recomendar filósofos recomendaría a Kant y a Aristóteles. ¿Por qué? Porque el de Estagira nos enseña a ordenar el mundo como ingenuos y el de Prusia a dudar de él como desengañados. Las proposiciones de los libros de filosofía, que como hemos dicho son manuales, no se leen como se lee el periódico, la enciclopedia, el libro de texto o el diccionario, obras que nos entregan lo que deseamos con poco esfuerzo; no, con los libros de filosofía hay que familiarizarse: con ellos se dialoga.

Imposible es manipular la máquina de la filosofía y observar la realidad que ésta carga y aleja sin ser duchos en su manejo. ¿Cuál fue el gran descubrimiento de Kant y cómo nos facilita la comprensión de la realidad? Kant descubrió que tiempo, espacio y causalidad no son cualidades de las cosas, sino de nuestro entendimiento. Los objetos no están “en” el espacio, ni “duran” determinado tiempo, ni son “parte” de una cadena infinita de causas: es nuestro entendimiento quien atribuye tales cualidades a las cosas para poder analizarlas o sintetizarlas.


Dichas operaciones mentales producen conceptos, los cuales sirven para responder preguntas fundamentales de nuestra existencia, tanto como las que hizo Kant, que son: ¿qué puedo conocer?, ¿qué cabe esperar?, ¿qué debo hacer?, ¿qué es el hombre? Estas cuatro preguntas, respondidas sinceramente, ponen en tela de juicio las nociones de tiempo, espacio y causalidad, y obligan a hacer más preguntas, tales como las siguientes: ¿debo dedicar mi vida al estudio de algo que parece indescifrable?, ¿puedo confiar en la existencia de un ser superior que me vigila, cuida y ayuda?, ¿recibiré recompensa por mi buena conducta?, etc.

Las preguntas humanas a la metafísica siempre han sido más o menos resueltas por la religión, que prescribe un código moral y mandamientos, que en el judaísmo se llaman halajah y mitzvah, respectivamente. La religión sin filosofía se convierte en mero ritual y con filosofía en teología; el ritual sin filosofía termina siendo beatería y con demasiada filosofía se transforma en vacua actuación.

La historia, que no es ciencia, sino arte, concilia filosofía y religión para que ninguna anule a la otra. “¿Qué debo hacer, yo que soy judío, para mejorar mi país?”, es una pregunta que no debe hacérsele a los libros sagrados, ni al prójimo, sino a la realidad. Cerrarle los ojos a la realidad y encerrarnos en nuestra religiosidad nos hace beatos, pero ir tras ella sin premeditación y sin medir consecuencias nos hace imprudentes.

La filosofía hace que distingamos qué es conocer, meditar, y qué ver o sólo abordar las cosas. En el libro del Génesis (3:7) leemos: “Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron [cognovissent en la Vulgata] que estaban desnudos”. ¿No sentimos vergüenza cuando vemos desnuda a la realidad, sin trabas políticas, o cuando ésta nos mira desnudos, sin palabras? La filosofía sirve para acostumbrarnos a andar desnudos, para desnudar y para ser desnudados, para quitarle a los objetos cualidades que no tienen, como tiempo, espacio y causalidad.

Martin Buber, filósofo de pensamiento histórico capaz de comprender las cosas sin colgarles atributos que las caractericen, escribió en su libro Caminos de utopía: “Tenemos que edificar una auténtica comunidad con los materiales reacios de nuestro momento histórico, libres de romanticismos, viviendo en el presente” [1]. El presente es presente porque se ha librado del pasado y porque obedece a las necesidades del momento sin que el futuro, siempre importante, le reste vitalidad.

El pueblo judío, afirma Hannah Arendt, porque no cree que el Mesías ha llegado fácilmente concentra sus esfuerzos en el presente y en el futuro; dice: “Los místicos cristianos, aunque compartían con los místicos judíos la indagación sobre la realidad, no estaban interesados primordialmente en la acción como tal, puesto que, de conformidad con su fe, el acontecimiento supremo, la salvación del mundo, había ya tenido lugar” [2]. La materia, para quien cree que el mundo es eterno, es una substancia esencial, pero para quien cree que perecerá es un accidente. Quien piensa que hay substancias perennes y confía en la permanencia de las circunstancias regularmente se hace distraído o deja de ver; quien sólo percibe prodigios, por lo contrario, agudiza su sensibilidad.

Para probar lo dicho citaré unas líneas de Scholem: “En el Talmud y en el Midrâs encontramos el concepto de comunidad de Israel (del cual procede el concepto cristiano de ecclesia) solamente como una personificación del Israel histórico, real, y en cuanto tal claramente contrapuesta a Dios” [3]. Si aplicamos la filosofía de Kant al texto del gran historiador de Israel emergerán algunas cuestiones de gran importancia, como por ejemplo: ¿puedo conocer realmente al prójimo si pienso que es un simple accidente de la Creación o simple substancia eterna con una cara plasmada?, ¿cabe confiar en nuestros sentidos, que sólo pueden percibir contingencias?, ¿debemos trabajar por una moral finita que tal vez sea incoherente en el otro mundo?

Vale la pena recordar unas palabras que Maimónides usó para explicar los versículos citados: “lo que el hombre había visto antes, lo veía también después” [4]. Todos los días vemos la realidad, pero cuando se nos presenta desnuda, suplicante, no la reconocemos y hasta nos parece horripilante. La filosofía de Kant, que nos hace entender que las formas de la realidad son las formas que nosotros mismos hemos puesto en ella, es requisito para que sepamos cómo vivir un presente auténtico, no atado a prejuicios históricos ni a utopías que no nos convienen.

[1] BUBER, Martin, Caminos de utopía.

[2] ARENDT, Hannah, Una revisión de la historia judía y otros ensayos.

[3] SCHOLEM, Gershom, La cábala y su simbolismo.

[4] MAIMÓNIDES, Guía de los perplejos.

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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