Dexter, un sustantivo tan ambivalente como polisémico. Nos reenvía a una marca, un nombre poco común o una serie afamada de televisión. En todos los casos, es una muestra bastante elitista del gusto popular.
La serie con bastantes altibajos en su escaso desarrollo, sólo magros 12 capítulos por año, en 8 inestables temporadas, nos muestra un personaje que mata a aquellos que juzga como asesinos o delincuentes irrecuperables, con una visión de la justicia (que considera una virtud innata del ser humano). Sin embargo, la evolución del personaje se trivializa, de buscar malignos que escapan de la justicia estatal, pasa a prejuzgarlos y hasta incorporar el concepto del crimen preventivo. Para los guionistas de la serie, Dexter es un individuo primitivo, tanto como lo eran para Lovecraft sus antecesores de la humanidad. Un psicópata alfa necesario para la vida de la especie humana, un tipo de sujeto que comparte su membresía junto a genios científicos, empresarios famosos y políticos, al cual la sociedad desplaza de su función protectora de limpieza étnica.
Así, Dexter no era un accidente en la variada fauna humana del estado de La Florida en los EEUU, era una necesidad que cada tanto aparece como un resabio primitivo, como una especie animal que nace y se desarrolla en las grandes ciudades viviendo agazapada mimetizada en las zonas marginales o sus cloacas con los restos que produce la humanidad de la que forma parte como una especie dentro de su género, humanidad que por un lado odia y por el otro protege. Pero él tiene un ansia, ese anhelo secreto con el cual sueña y se compara no es otra que la ambivalente “Argentina”, un lugar Némesis, un opuesto contradictorio. Argentina es un país lejano, al cual no conoce ni vio nunca, pero que le parece amigable, lleno de elementos para liquidar y con una justicia que no tiene efectividad alguna.
Un país lleno de carne y nazis, como lo ven desde allá. Dexter es un emergente, un agente tan necesario como desdeñado. Por su parte, Benjamín Netanyahu, es otra especie parecida a Dexter, quizás no tan popular como lo era el personaje, pero si tan ambivalente y polisémico como puede ser quien juega al peligroso juego de combinar la historia con sus ansias desdeñadas de orden, poder y deseos de permanencia eterna. En eso, Argentina, también es un modelo lejano de comparación, en esa tierra de leche y miel, donde el “mana del cielo” cae en sus peores y muy frecuentes momentos y que utiliza modelos conspirativos para justificar sus brotes sicóticos de buscar enemigos y regenerar sus propias espirales de violencia. En Argentina, país gobernado por un partido único, un perenne ensayo populista con oposición incluida, lleno de mitos, que necesita dotar de nuevos contenidos a su propia historia para consolidar su cambiante presente. Así es Argentina reescribe sus héroes, nunca consolida su historia y recrea sus genocidios, a su vez cada tanto decide tirar sus esculturas a las fosas comunes del olvido permanente.
Ahora en Israel, tanto el movimiento ortodoxo judío, como el gobierno del partido Likud -al que apoya para formar gobierno- pretenden meterse con la “vaca sagrada” del holocausto nazi-austríaco perpetrado en la segunda guerra mundial. Al igual que en Argentina, Benjamín Netanyahu, necesita una historia que justifique sus nuevas necesidades. Ello nos lleva a dos ejes, uno “el judío puro” y la otra, la razón de la matanza de 6 millones de civiles indefensos en campos militarizados en una espiral de violencia, que sólo hoy puede verse en las imágenes del inestable Dexter o, del genial relato del director Michael Haneke. Pero este nuevo enfoque histórico, es una imagen tan irreal como la que en su momento pergeño Bartolomé Mitre en su libro “Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana”, un santo de la espada que no conforma a propios ni detractores. En Argentina, se trata a Colón como un genocida, se asestan golpes de muerte sobre figuras como Sarmiento, Roca, Rivadavia y cuanto modelo se le oponga.
Se puede ver como la propia Presidente de la República, Fernández, relata la historia con Sarmiento convirtiéndolo en un déspota, reescribiendo a la dictadura de Juan Manuel de Rosas como el modelo gauchesco telúrico y originario. A su turno, muchos seguidores del movimiento ortodoxo judío y el primer ministro de Israel, sostienen que no fueron los Europeos (Alemanes, Austriacos, Polacos, Croatras, Húngaros, Lituanos, Eslovacos, Checos, Franceses, Ingleses, etc.) seguidores del inefable y conveniente a sus intereses: Adolfo Hitler, quienes tomaron la decisión de la solución final, para aquel sector de la sociedad que debía ser eliminado para la perfección y proliferación del superhombre ario. Para algunos Ortodoxos, obsesionados con la mixturación como el enemigo perfecto: el Holocausto fue el producto necesarios de “malos judíos” (impuros, sin un vientre certificado o alejados de la Tora).
Para Netanyahu, la necesidad impuesta por Al Husseini, un jeque con el cual los nazis tenían vínculo en su proyecto de quitar al Inglés de medio oriente e ingresarla al Tercer Reich fueron las razones inmediatas del Holocausto, es decir, que no fueron los Europeos en general ni los Alemanes y Austriacos en particular los culpables de esa matanza. En igual sentido, en Argentina, su presidente, Señora Fernández de Kirchner, el advenimiento del partido nacional-socialista al poder (y su consecuente ola de odio antisemita y posterior holocausto), fue culpa del tratado de Versalles (y, por tanto de los fondos Buitres, comandados por empresarios judíos). De este modo en Israel, como en Argentina, sus mandatarios hacen una clara transferencia entre sus necesidades actuales con sus visiones históricas acomodadas y que para justificar sus decisiones personales. Sin embargo, tanto en Argentina, como en la política del Likud (cada vez más ortodoxo), hay siempre algo de verdad. Es verdad la animadversión de Sarmiento por el Gaucho, como de los vínculo nazis en el medio oriente, muy probablemente la razón del sitio de Jerusalén en 1948 y de la posición Palestina de negar al Estado de Israel y la partición del territorio.
En un magnífico libro, llamado “Oh, Jerusalén” de Dominique Lapierre & Larry Collins (ed. Plaza y Janes, Barcelona, 1982) y en otro intitulado: “Guerrilleros en Alta Mar” de Ion y David Kimche (editorial: Candelario, Buenos Aires 1956), el primero más novelado que el segundo, se relata las peripecias de los salvatajes de judíos de zonas ocupadas por el Reich llevados por Hungría, Rumania y la actual Turquía hasta la isla de Chipre y luego hasta la actual Israel. Más allá de la oposición y filiación judeo-fóbica de los jeques árabes, quienes devolvían a los barcos y deportaban judíos a su muerte eran los ingleses con intereses territoriales, nunca ellos, quienes carecían de poder militar y hasta de policía. Por tanto, más allá de las necesidades actuales del inefable Netanyahu, fueron las fuerzas de ocupación aliadas y no los propios presuntos locales de Canaán: a saber los germanófilos jeques árabes, quienes habrían obligado a los nazis a producir una solución final.
Pero, ambos “historia-políticos”: Fernández de Kirchner y Benjamín Netanyahu,
olvidan algunos hechos, que si bien son absolutamente incontrastables empíricamente, por la propia naturaleza del hecho histórico en sí mismo, ningún tipo de sociedad se ve obligada a producir una matanza de civiles y por razones de pura rivalidad étnica, histórica e ideológica como aquella que sucedió en Europa entre 1939 y 1945, que se calcula aproximadamente en los 30 millones de individuos (sin contar las fuerzas del ejército) y de un total de 55/70 millones, entre los cuales la población judía es la primer minoría y Rusia el primer territorio en bajas. Es indudable la comodidad argumental de estos dos mandatarios, pero creer que por un tratado económico desfavorable o la filiación germanófila de algún que otro jeque árabe es razón suficiente para justificar el espiral de violencia en Israel o, la siempre presente bancarrota Argentina.
Fernández de Kirchner pretende justificar sus luchas intestinas, las más de las veces inventadas por su propia dinámica en el ejercicio del poder, con la idea torpe que un país asediado por sus deudas termina en un proceso autodestructivo como el nazismo, tal como si todos aquellos que estuvieron, están y estarán en esas
instancias como consecuencia inmediata y necesaria terminarán en esa vereda de crimen y persecución.
Por su parte, el líder Israelí pretende ahora, justificar a los nacionalsocialistas para por su parte, hacer lo propio con la crisis con los palestinos. El líder Israelí camina por el sendero de la segregación desde que intentó convertir al estado de Israel de laico a uno judío, para evitar los votos de las minorías étnicas y religiosas, ocupando más territorios y estableciendo una batalla fundamentalista, tal y como pretenden los ortodoxos con el resto de los judíos que consideran impuros. Ahora bien, ni esta el la primer vez que existen estados judíos, ni que hay cismas religiosos por cuestiones puramente de poder, en todos los casos, la pérdida fue de los jerarcas divididos y de las naciones que se quedaron sin país, quizás Netanyahu y sus socios ultra-religiosos que lo apoyan deberían pensar en ello.
Israel no fue creado por/con ellos, ni por su iniciativa, es el resultado de los sionistas laicos, judíos conservadores y reformistas, que llevaron adelante una lucha contra el inglés que hacía aquello que mejor sabe hacer: ocupar y, tan luego contra los árabes en el sitio de Jerusalén. Dexter termina en Argentina, su familia de origen fue asesinada, qué será de los pueblos con sus personajes en juego.
Muy buena línea editorial, es notable la asociación de ideas, hay mucha formación histórica y de literatura, mucho que asimilar y aprender. Es igual que el anterior publicado sobre Cristobal Colón excelente. Buenísimo
Realmente entendí ahora el sentido de todo este tema con la dirigencia política Israeli, es raro que un político de un país tan progresista, que nació de la nada y que se mantiene firme, donde sus actos de corrupción son menores, quiera tomar como modelo a la Argentina, otro que lo tiene todo y que sólo posee políticos corruptos. Pero Lipkin lo explica como pocos, es una muestra de un docente argentino olvidado que no tiene mucho para perder diciendo la verdad. Gracias por esta muestra de academisismo en su revista
muy bueno, igual que ahora que el 25 de mayo se lo apropian los del gobierno para sus propios intereses políticos.