Hablan los rehenes del Estado Islámico

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El asesinato del periodista norteamericano James Foley estremeció a todo el mundo por la crueldad con que fue llevado a cabo y la publicidad que dio a los terroristas. Pero ese fue sólo el trágico final de meses de torturas y privaciones, cuyos detalles salen ahora a la luz gracias a un reportaje de Rukmini Callimachi para The New York Times, en el que se han recogen testimonios de compañeros de cautiverio de Foley, de lugareños de la zona donde los criminales mantenían presos a los secuestrados y también de algunos asesores enviados al lugar por distintos gobiernos para lograr su liberación.

Los detalles más relevantes han sido confirmados por un exmilitante del Estado Islámico que estuvo destinado en la prisión donde fue retenido Foley hasta su muerte en compañía de los demás prisioneros, lo que otorga al relato un marchamo definitivo de veracidad.
Según todos estos testigos, lo primero que hacen los terroristas del EI cuando capturan a un occidental es apoderarse de sus dispositivos electrónicos, obligándolo a proporcionarles las contraseñas de todas sus cuentas en servidores de correo o redes sociales. Inmediatamente revisan su actividad en Facebook o Twitter, los archivos de sus chats en plataformas como Skype y todas las imágenes almacenadas en ordenadores, tabletas o cualquier otro dispositivo susceptible de guardar información.

El objetivo es localizar pruebas de contactos con unidades militares o agencias de espionaje occidentales. Marcin Suder, un reportero gráfico polaco de 37 años que pudo escapar tras cuatro meses de cautiverio, relató que lo desnudaron para buscar cualquier chip GPS bajo su piel. “Empezaron a golpearme”, relata Suder, mientras hacían búsquedas en Google del tipo “Marcin Suder y la CIA” o “Marcin Suder y KGB”. Finalmente lo acusaron de ser un espía a sueldo de potencias extranjeras.


La tenencia de fotografías de soldados occidentales destinados en los conflictos de Irak o Afganistán es considerada una glorificación de “los cruzados americanos” y la garantía de recibir una cruel tortura, como le ocurrió a Foley. Un joven belga converso al islam que pasó tres semanas con él en la misma celda contó una vez de vuelta a su país cómo colgaron a Foley atado por los tobillos, lo que le dejó cicatrices en las articulaciones de los pies.

Foley, secuestrado en Siria en noviembre de 2012 junto al fotoperiodista John Cantlie, se habría convertido al islam al poco de su secuestro y adoptado el nombre de Abu Hamsa. Según las declaraciones de tres de sus compañeros de cautiverio, mientras la mayoría de los secuestrados occidentales fingía una conversión a la fe islámica para aliviar las penurias de su reclusión, en el caso de Foley habría sido sincera.

A finales de 2013, las distintas guerrillas del Estado Islámico pusieron en común a sus prisioneros, a los que internaron en los sótanos de un hospital de Alepo. En enero de este año había al menos 19 hombres en una celda de 20 metros cuadrados y cuatro mujeres en una sala contigua. Todos menos uno de ellos eran europeos o de Estados Unidos. A partir de que fueron reagrupados, las condiciones diarias se endurecieron y cada prisionero estaba las 24 horas del día esposado a otro.

Los terroristas dividieron a los presos por nacionalidades en función de la propensión de sus países de origen a pagar rescates para salvar la vida de sus ciudadanos. En primer lugar situaron a los españoles. Un día entraron en la celda y señalaron a los tres periodistas españoles prisioneros (Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova). Les dijeron que sabían que España había pagado 6 millones de euros por el rescate de dos cooperantes secuestrados en Mauritania a finales de 2009. Pocas semanas después, los tres presos españoles del EI fueron liberados.

Según pasaba el tiempo sin que los Gobiernos accedieran al pago de las cantidades exigidas, las torturas aumentaron en frecuencia y crueldad. Finalmente, los 23 secuestrados que estaban en ese momento en manos del EI fueron divididos en dos grupos. En uno de ellos pusieron a los estadounidenses y británicos. Los terroristas se habían dado cuenta de que sus países no iban a pagar. Los seis prisioneros, tres de cada nacionalidad, fueron objeto de los mayores abusos. Foley fue el que llevó la peor parte, según los testigos, pues recibía constantes palizas y fue objeto de numerosos simulacros de ejecución. Todos permanecían en una celda oscura, sin mantas y en ocasiones con el equivalente a una taza de té como alimento para todo un día. Foley, no obstante, compartió con sus compañeros de cautiverio sus raciones y las escasas ropas de las que disponía.

Los presos de distintas nacionalidades fueron saliendo a medida que los terroristas recibían el pago de sus rescates, estimado en unos dos millones de euros por cabeza. En junio de este año, de los 23 prisioneros que habían abarrotado la celda sólo quedaban siete: cuatro estadounidenses y tres británicos.

En agosto, los terroristas del Estado Islámico anunciaron en las redes sociales que los bombardeos de EEUU contra posiciones del EI en Irak habían firmado la sentencia de muerte de los prisioneros estadounidenses. El primero en ser asesinado fue James Foley, luego de que enviara una emotiva carta a sus familiares en la que incluía instrucciones para transferir el rescate solicitado por los terroristas. Más tarde seguirían la misma suerte el norteamericano-israelí Steven Sotloff y los británicos David Haines y Alan Henning.

Todavía permanecen en manos del EI dos rehenes norteamericanos, así como el fotoperiodista británico John Cantlie, secuestrado a finales de 2012 junto a Foley, y del que el Estado Islámico ha difundido cuatro videos hasta la fecha. Los tres aguardan el destino que los terroristas islamistas les tienen preparado, si es que no mueren antes como consecuencia de las condiciones de su cruel cautiverio.

http://elmed.io/hablan-los-rehenes-del-estado-islamico/

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