La cuestión judía: Entrevista a Fernando Carbonell, 1ra. parte

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AER: Antonio Machado, un poeta singularmente amado por mí, escribe: Caminante, no hay caminos, se hace camino al andar. Ligando esto con el destino errante del pueblo judío, son su constante peregrinación en busca de una tierra donde asentarse, yo te preguntaría si no te parece contradictorio que un pueblo tan “definido” como el judío se haya constituido sobre caminos hechos al andar, sin fin ni meta precisa, salvo su asentamiento en Israel.

FC: Sí, es muy contradictorio. Y ahí está su gran valor, su interés, su misterio. Pero no creo en las contradicciones, creo que todas son aparentes. Pues una contradicción exige (significa) su superación. Es una incitación a superarla. Aunque ello costara toda una vida, o toda la historia humana.

Así le pasa a esa contradicción que señalas en el pueblo judío. Es una contradicción enormemente vital, con vitalidad sin fin, probablemente. Porque nace y se realimenta a lo largo de los siglos en la idea con la que el pueblo judío se ha identificado, la idea de eso que no puede nombrarse y yo aquí no lo intentaré…y le llamo “idea”, como podría llamarle “soplo” o callarme, o cualquier otra cosa.


El pueblo judío ha rodado por el mundo como una hoja en el viento, como cualquier otro pueblo. Pero él ha mantenido esa identificación, eso es un misterio. ¿Qué tiene ese “soplo” que tanto le ha dado, o recibido, o qué, a los que se han puesto en su corriente?

Pero en esa identificación no sólo ha estado el “soplo”, sino también: “la escritura”, en general; y un libro en especial. Y ello ha contribuido a dejar en la historia un rastro que, a través, y a pesar, y gracias, a idolatrías, herejías y ateísmos, llega hasta hoy, vivísimo.

La “definición” del pueblo judío nace en “lo indefinible”.

¿Sin fin definido, dices en tu pregunta, “salvo su asentamiento en Israel”? Entre las inacabables contradicciones a las que esa “indefinición” conduce está un compromiso intenso con la vida, las personas, la vida diaria, las cosillas y, entre ellas, la tierra y el paisaje. El judío ha sido ciudadano del mundo y al mismo tiempo ha vivido una tensión física con la tierra, generalmente hacia Tierra Santa, pero también hacia su stehtl de Ashkenaz, y sobre todo hacia la sibdad de Sefarad.

AER: Se dice que la Historia comenzó con la Escritura. Teniendo en cuenta que no hay pueblo como el judío que se haya construido sobre las escrituras entendidas como Ley, mandato, ¿serían los profetas hebreos los primeros constructores de la Historia tal como la entendemos: no desde atrás sino hacia adelante, reclamada desde el futuro?

FC: En esa identificación, junto al “soplo”, estaba “la escritura”. Sí. El judío quiso ser un pueblo de escritores y lectores. Y hay, ahora, una estremecedora coherencia (no menos misteriosa que la contradicción, que vimos antes) en que sea el pueblo que se identificó en todas sus estructuras sociales a ese medio del pensamiento, la escritura, el que pervive, como el más antiguo, desde el principio de la historia, desde su fundación.

Toda su historia, pensamiento e instituciones son proyección de la naturaleza propia de la escritura. Como ésta, guarda su deuda con el habla, el sonido, aliento, las oscuras fuentes de la palabra y el pensamiento, el inconsciente y el sueño. Se moldea en la vida y cuenta lo pasado. Se proyecta al futuro, y se hace proyecto y ley, vida. Y utopía. Mesianismo.

Esta múltiple dimensión vital no sólo está en los profetas canónicos. Está por toda la literatura y cultura judía, tanto hebrea como yídica o sefardí. O en cualquier otro idioma o medio. Está en Kafka. En Spinoza. En el cine… en el humor…

No tengo entendido que la Historia “tal como la entendemos”, la de las Facultades universitarias de Historia, posea toda esa riqueza. Sino que se limita a lo que considera hechos, del pasado y fuentes del presente, contrastadas, en la línea restrictiva en la que también se mantuvo, en el judaísmo, la Haskalah, hoy muy superada.

AER: Parece que el pueblo judío, más que reivindicación del espacio, ha estado siempre buscando el tiempo, en la historia. ¿Es ése también tu parecer?

FC: Bueno, de ello me hace más consciente tu pregunta.

El compromiso del judío con la vida le lleva a la dimensión temporal, la dinámica. También entre los pueblos de Oriente Medio, por Mesopotamia, se usaba como alabanza suprema la expresión de “Señor del Tiempo”.

Para la cultura católica, y quizá cristiana, es la inmutabilidad una característica esencial de Dios, de un Dios parmenídeo. He sabido que cuando judíos y griegos se encontraron, identificaron más bien a su innombrable, con el devenir, con el fuego heracliteano.

Antes hemos hablado de cómo la escritura ha conformado sus dimensiones en la cultura e historia judías. Y, entre ellas, y quizá sobre todas, la dimensión profética. No entendida como una mera predicción dentro de un tiempo lineal, único, sino, como en alguna Cábala (entre ellas la española), como “inspiración profética”, en el seno de una, llamémosle “dimensión”, diríamos, múltiple, de vivir el tiempo… ya… laberinto de posibilidades. (Esta dimensión plural les lleva a que cuando casi nombran lo innombrable, en hebreo, lo hacen en plural).

¿Por eso ha permanecido, ha sobrevivido, el pueblo judío, en el tiempo?

Y ello, como digo, dentro de un compromiso vital. Es decir, no sólo viviendo dimensiones, en abstracto, sino signos, buscando e interpretando signos, del tiempo y de los tiempos. El mesianismo es una de sus más famosas e influyentes tensiones temporales.

Y, bueno, a lo largo de la historia no siempre dejaron lo mesiánico en un futuro lejano que no nos compromete porque a él nunca se llega. En más de una ocasión tuvieron la valentía de decir: ¡Ahora! Tanto en su pensamiento religioso como político, en tanto haya alguna diferencia.

AER: ¿No crees que la Historia en el caso de los judíos, más que una Historia basada en el progreso, es una Historia Sagrada, acrónica, de la Divinidad en los hombres, de la Palabra de Dios hecha Escritura, contada una y ora vez?

FC: Sí. De esa idea partí, al empezar estos paseos reflexivos a los que me invitas: “Soplo” (o  “inquietud”, podríamos también llamarlo) y “escritura”. En ellos se hace y deshace la historia judía en su riqueza no lineal (¿diré “rizomática”, con el término de Deleuze? ¿mejor “orgánica”, “viva”?), tanto en el espacio como en el tiempo, recorriendo el mundo, los países, los ascensos y las caídas, atravesando otros pueblos, progresos y regresos, diversos, crónicas e historias, oficiales y clandestinas.

Pero “inquietud” y “escritura”.

Quizá, de entre ellas, sea la inquietud, “sagrada”, la que parece darle su carácter misterioso, acrónico, que la conecta con lo que está más allá de lo civil y terrenal. Pero si es así, no olvidemos que está también la “escritura”, el compromiso con las huellas dejadas en el mundo, en lo civil. La Ley. Por eso no sólo es Historia Sagrada. También puede haber en el pueblo judío Historia Civil, crónica.

¡O crónicas! Pues una Historia Civil Judía, atenida a los hechos, para la que la “inquietud” sea sólo un hecho, aunque bien complejo, que ignorara todo más allá, una Historia así nunca sería una mera Historia lineal basada sólo en la idea de progreso, sino en muchas otras ideas que le dan ese carácter “vivo”, plural, al que antes me referí.

Y, por cierto ¿es la “inquietud”, la “insaciabilidad indefinible” siempre más allá, o es la “escritura”, cuál de las dos, es la que, en nuestros días, lleva al pensamiento y cultura judíos (¡oh paradoja de paradojas!) más allá de ser, como ha venido definiéndolo la historiografía oficial, el pueblo inventor, del monoteísmo, ligado en su constitución e historia al monoteísmo (como algunos podrían interpretar muchas de mis consideraciones)? ¿Cuál de las dos es la que lleva a la cultura judía, digo, a alentar y vislumbrar horizontes, y sentir lo sagrado, incluso por los senderos de un ateísmo, o un agnosticismo? No sé. Probablemente, ambas: una indiscriminada “inquietud”, siempre en torno al signo.

AER: ¿Cómo se combina la fuerte individualidad judía con el sentimiento de colectividad de ser pueblo?

FC: Con inteligencia.

Como el judío, yo contestaría, “una y otra vez”, como tú dices, con lo mismo: “inquietud” sin fin y “escritura”.

El que se identifiquen con una “inquietud” sin nombre, favorece, invita poderosamente a la individualidad, a la libertad. El que busquen en el pozo indefinible de la “tradición”, donde el individuo debe revivirla desde lo más propio y exclusivo de sí mismo, también. El judío se ha identificado con una unidad tremendamente plural. Ya antes indiqué que uno de los nombres del innombrable horizonte eterno de “inquietud” al que se dirigen está en plural. Podríamos traducirlo, del hebreo, (corríjanme los entendidos) literalmente por “direcciones”, “orientaciones”, “caminos”.

¡Cuántas autoridades han defendido un judaísmo sin dogmas! (¡Pienso ahora en el gran Abraham ben David de Posquières, con el que me he encontrado, en escritos, hace unos días, polemizando con mi paisano y colega Maimónides!).

Y “escritura”…

Ya sólo su primera letra, su signo soberano, la que expresa precisamente la unidad, esa letra Alef, tan rica y compleja, es casi un aspa, una cruz universal, astronómica, desde los cuatro puntos cardinales. Pero no. Tiene una interrupción, una diferencia, justo en el centro. Y está también su larga tradición de interpretación de la sagrada escritura. Hay que decir que sí, que en la sagrada escritura está la pena de muerte, pero que ya desde el siglo II ¿o fue el III? se abolió en la práctica. ¿Fueron los judíos pioneros en eso? Los legisladores interpretaron el imperativo del “no matarás” como más supremamente categórico.

Cuando Marc Chagall vivió en un colectivo estudio de pintores en el París de principios del XX, decía que los italianos cantaban y que los judíos discutían. Dice el refrán que donde hay dos judíos hay tres, o cuatro, opiniones.

La inteligencia y sentido práctico con que las autoridades judías han administrado su cultura para conciliar individuo y colectividad podría analizarse desde puntos de vista más concretos, psicoanalíticos, políticos. Quizá la discusión une más que el acuerdo, la apertura, más que la cerrazón.

Continuará…

Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

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