La esperanza judía y la esperanza árabe

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Durante siglos los judíos hemos sido, y en cierto sentido aún lo somos, el pueblo de la esperanza. De ahí que no sea casual que el Hatikva, el himno nacional de Israel, hable de ella con cierta melancolía. Nuestra esperanza está en el volver, en el reunirnos, en el juntar fuerzas y corazones para restañar tantas y tan viejas heridas. Hubo una época en la que nos importaba mucho ser queridos y aceptados, buscábamos la aprobación del otro, cuya hospitalidad cristiana o islámica no era siempre segura. Hoy, habida cuenta la poca memoria que muestra el mundo y el lavado de manos de Occidente, que está más cerca de Pilatos de lo que nunca estuvo de su Cristo, francamente importa poco que nos quieran o no. Desafortunadamente siempre encontrarán mala nuestra buena letra. Nuestros abuelos tenían la esperanza de ser superados por sus hijos insuflándoles la pasión por el estudio y la inquebrantable voluntad de mejorar, y nosotros deseamos lo mismo de nuestros: que estén preparados para sobrevivir del mejor modo posible. Que sean competentes sin dejar de ser solidarios, valientes sin dejar de ser justos, gentes de esperanza y no desconsuelo.

En cuanto a la esperanza árabe, excepto la de los pobres palestinos refugiados que desean volver a sus hogares tras constatar que la hospitalidad árabe es inexistente y la voluntad de asimilarlos al país en el que han hallado asilo nula, los demás, ya sean sirios, iraquíes, egipcios, para no hablar de los países del golfo, es que el otro se vaya, que ni siquiera un copto, ¡en una zona en la que abundan!, pueda ocupar un puesto oficial. Mientras la esperanza judía alude a una incorporación, la árabe es la de un rechazo, una expulsión, un descolgarse de todo lo que huela a occidental y judeocristiano. Son pocos los occidentales que creen que los millones de musulmanes que habitan en Europa constituyen la avanzadilla de una colonización subcutánea, en cambio cualquier empresa europea en Argelia, Túnez o Marruecos, que da de comer a cientos o tal vez a miles de personas, siempre es vista como una fuerza colonial, una punta de lanza dominante. Por eso esperan, los musulmanes, que algún día se vayan los francos de sus tierras. Por irse hasta deben irse los españoles de Granada y de toda Andalucía. En el fondo sueñan con una hegemonía islámica total ya que el otro, cristiano o judío, deber ser sometido o eliminado.

Esas esperanzas no son iguales, no las alimenta el mismo fuego ni las permea la misma determinación. Una, la judía, dígase lo que se diga, no es racista-en Israel hay hebreos de todos los colores que imaginarse puedan-; piensa en su bien y en el de la Humanidad entera, la otra, árabe, no quiere otra cosa que conservar una identidad decimonónica en la que tienen bastante con pertenecer a la Umma, defender velos y burkas donde sea necesario y no aflojar de ningún modo el nudo corredizo que pende del cuello de las mujeres. La esperanza judía quiere su lugar en el mundo, la esperanza árabe, sufragada por el dinero saudí, el mundo entero antes de que se lo coman los chinos. La esperanza judía sabe que un minuto sin ella nos devuelve a la posición de las víctimas, la esperanza árabe cree que si los demás no existieran habría pan para los suyos. De todo lo escrito por ese enorme profeta del siglo XX que fue Franz Kafka, hay una sola cosa con la que no comulgo: dijo que hay ´´mucha, muchísima esperanza, pero no para nosotros.´´ Por el contrario, a mi me basta con saber que Israel vende semillas mejoradas de muchos productos agrícolas para sentir correr por mi sangre el orgullo de haber llegado al día de hoy, ad ha-iom hazé. La frente alta, el corazón rebosante de mañanas.


Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.