Esta se adquiere a un alto precio con el paso de los años, se ofrece gratis y con frecuencia es rechazada. Escuchamos que la experiencia adquirida es un regalo, pero no es muy valorada.
Para ciertas personas, la vejez implica una degradación que se teme; se piensa en las enfermedades que pueden sobrevenir. Se espantan ante el dolor, la pérdida de fuerzas, los cambios familiares y sociales, se siente impotencia ante lo inevitable. Hay que marcar la gran diferencia entre vejez y enfermedad. Lo importante es darnos cuenta que también hay grandes ventajas ya que es el momento para hacer aquello que no se pudo hacer antes, se obtiene más libertad y tiempo. Muchos, muchísimos lo logran y se sienten satisfechos. En la primera opción hay un rechazo ante algo que sucede sin pedir permiso, en la segunda hay aceptación y disfrute del nuevo momento de vida.
Por otro lado, la salud mental implica ser flexible ante los cambios que surgen durante la vida y estar allí, aunque uno crea que el lugar no es el adecuado. Estamos donde tenemos que estar, lo cual no significa siempre estar satisfecho. Los lugares que vamos teniendo dentro y fuera de la familia, en el mundo social y el mundo del trabajo van cambiando.
Cada lugar y cada espacio que nos va tocando, es dinámico, se mueve, no se queda estático. Quisiéramos imprimir un momento, pero las buenas y malas experiencias, van pasando como el agua entre las manos. Dejamos de ser bebés para convertirnos en niños, adolescentes, adultos hasta llegar a ser viejos. Somos hijos, esposos, padres, abuelas y cada etapa implica un cambio que nos hace crecer y movernos. Las reglas del juego cambian constantemente. Dejamos un papel o rol y tomamos otro, cada vez hay una muerte y un renacimiento en nuestra historia de vida.
Algunos jóvenes creen saber todo, se resisten a creer en la sabiduría de los adultos mayores. Por el contrario sus opiniones les parecen fuera de lugar y constantemente dicen: “Es que mi abuelo(a), mi madre, no sabe” Algunos aceptan que los viejos tenían razón.
Así que los mayores se encuentran muchas veces en un doble vínculo: la negación y la adulación de la vejez; se anuncia que se merecen todo el respeto posible, y sin embargo, los valores se decantan hacia la juventud, se preconiza la guerra a las arrugas y a las canas. Incluso hay quienes apartan a los ancianos.
He observado en algunas reuniones, que los jóvenes hacen grupos y aíslan a los mayores, como si la vejez fuera contagiosa. Nuestros adultos mayores, sufren varias formas de jubilación, familiar y social; se les obliga a vivir como si fueran seniles. Son los mismos viejos quienes tienen que marcar su vitalidad, muchos los hacen. No es lo mismo tener sesenta años que noventa. Recordemos que hay jóvenes viejos, y viejos jóvenes.
En algún momento de nuestra vida fuimos mas importantes para ciertas personas, tuvimos un trabajo que ya no existe, estábamos en un grupo social que cambió, la configuración familiar se hizo diferente, transformaciones normales que suceden al paso de los años. Nos mueven del lugar en que tan cómodos estábamos sentados.
Se tiene la fantasía de que nos corresponde un lugar determinado, unos honores determinados, y no es así. Las expectativas tienen que ser adecuadas, cuando son muy altas, irreales, la frustración sentida es fuerte y dolorosa. Es obligación de cualquier adulto mayor valorar el mundo en que se mueven sus hijos y darse cuenta de todas las nuevas obligaciones que estos tienen. Muchas veces no es falta de cariño, sino falta de tiempo.
Los cambios teconológicos también se convierten en un conflicto. Laura, una mujer de 80 años muy activa se tuvo que instalar en casa de uno de sus hijos, y se llenó de pánico al sentirse inútil, no lograba manejar los aparatos eléctricos en esa nueva cocina. Su torpeza la ponía ansiosa y este no le permitía poner atención. Su hijo tenía con ella conductas habituales: era considerado, cortés, pero a menudo su impaciencia hacía que le hablara con brusquedad.
Sentía que pocas tareas le eran confiadas y sus pensamientos equivocados y devaluatorios, empezaron a crearle un terror interno. Quería participar en la vida de sus hijos como lo hacía años atrás. Una sensación común que tiene que ver con no aceptar el paso del tiempo; ya se ocupa un escalón diferente en la escalera de la vida. Los nietos están más pendientes de sus programas de televisión, la computadora y el ipod que de lo demás. No son groseros, pero ella espera amabilidad y cariño.
Al no darse cuenta que el estilo de vida ha cambiado se mete en un infierno. Parece que el tiempo se ha congelado y se sorprende cuando le explican que esas conductas no tienen que ver con ella, sino que así son los jovenes de ahora. La quieren y se preocupan por ella de una manera diferente. Nacieron en dos momentos históricos diferentes.
La sabiduría de los viejos consiste en evitarse sufrimientos inútiles; reflexionar para lograr un equilibrio emocional, anulando sentimientos y pensamientos que lastiman. Aceptar el momento de vida social y familiar que tocó.
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