La huella de Siqueiros

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El rescate del taller de David Alfaro Siqueiros en Cuernavaca extrae de la memoria cuatro momentos de mi intensa relación con el pintor, ubicados en distintos lugares del mundo.

En su casa de Tres Picos, Polanco, Distrito Federal. Mayo 1966. Al pedirle prologara mi libro “Charlas con pintores” aceptó con un elogio, él que era tan poco dado a ellos, repetido en su escrito del que recojo algunos fragmentos.


“La ética del periodista consiste en la veracidad integral de la información, ya sea ésta sobre moral, sobre estética o sobre política, como debe serlo en todas las demás manifestaciones del hombre. Con la palabra y con la letra, Jacobo Zabludovsky posee esa cualidad, como la técnica correspondiente en alto grado”.

“En el arte público sustituimos escalonadamente los materiales pictóricos tradicionales por materiales de nueva y extraordinaria invención moderna; los viejos conceptos sobre el conocimiento científico del espacio en el arte mural fueron eliminados, nuevos conceptos sobre la esencia psicológica del color en sí, del color autónomo y de sus necesarias policromías, etcétera. Adoptamos nuevas ideas sobre geometrías en relación con el espectador activo, ya que éste significaba un tipo radicalmente diferente al del espectador de la obra pictórica encerrada dentro de la rectangularidad del cuadro de caballete. Al pasar de la obra pictórica transportable a la obra fija en grandes espacios, en suma, a toda nuestra tecnología, debió modificarse en dirección de la física en toda su amplitud, mientras que los caballetistas, los pintores limitados al cuadro de caballete, los pintores ligados al formalismo, pero desprovistos de toda investigación en el orden de lo material, tenían forzosamente que dejar de empujar hacía afuera, para meterse a los caminos inmateriales de lo exclusivamente subjetivo, sustituyendo así la física por la metafísica, pero en los caminos de una metafísica por demás ingenua en su necesaria limitación, ya que en arte lo subjetivo, existente sin duda, no es más que parte integrante y subsecuente de lo objetivo”.

En su taller de Cuernavaca Morelos, 1967, Siqueiros laboraba tres días de la semana en la maqueta del trabajo que don Manuel Suárez le había encargado para el Hotel de México. “Es tres veces más grande que la Capilla Sixtina, físicamente, porque en cuanto a su calidad, está por verse.”

En el Museo del Hermitage, Leningrado, noviembre 1967. Me invitó a acompañarlo, a ver a Rembrandt.

“Rembrandt era un hombre que sabía pintar y al que le costaba mucho trabajo pintar. Pintaba en vez de hacer croquis, notas, y las rodeaba de una publicidad tremenda y una fraseología muy acentuada”.

“Era un hombre que trabajaba estas cosas con un cariño y una voluntad de trabajo extraordinarios. Lo escogí precisamente por su profesionalismo, por el tiempo, por el esfuerzo que ponía para poder producir estas obras y al mismo tiempo por su preocupación por el muralismo. Rembrandt fue el primero en decir “qué desgracia tan grande la mía de haber vivido en una época en la cual la pintura mural ha desaparecido como forma fundamental de producción en el mundo”. No estaba contento con lo que hacía, con las proporciones.

Bueno aquí estamos delante de una pintura flamenca donde hay una naturaleza muerta que es carne, de una res destazada y no solamente tiene eso sino también figuras. Hoy un pintor moderno pinta dos peras, dos manzanas y se desmaya después. ¿Quién es el autor de lo anterior? Bartolomeu Vanderhill.

En su casa de Polanco. Julio 1968, durante una comida.

— “Le voy a preguntar algo muy importante, David: ¿usted intervino en los atentados contra León Trotsky?

Siqueiros— ¡Zacatecas!

Angélica— ¡Ay, Jacobo! Está como aquel que te encontraste, David, un día en el restorán alemán, ¿cómo se llama? Bellinghausen; se apareció el escritor Zendejas y le dijo en pleno restorán: “Oiga, maestro, ¿usted asesinó a Trotsky?”. David se levantó y se fue a tomar una copa con él y se acabó la discusión. Así es, Jacobo, que tómese usted su copa.

Siqueiros— Zabludovsky: te propongo que juntos vayamos a leer los 12 tomos del expediente. Cada uno de ellos tiene como 600 páginas. En ellos se demuestra mi absoluta inocencia en ese atentado.

Angélica— Ya. Se acabó. ¡Ah, qué Jacobo!

Tres distintos aspectos de un Siqueiros no suficientemente conocido ni valorado. La lucha política y la anécdota han desplazado de los recuerdos populares su obra artística, impregnada de originalidad, pintada con el coraje de un desafío.

Espero que estas líneas añadan riqueza a su legado, como una luz en su autorretrato.

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