La olvidada historia de los mexicanos en un campo de concentración nazi

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Una de las más cruentas historias del género humano se escribió en Alemania durante el final de la primera mitad del siglo XX. El fascismo tomó forma y ascendió al poder en manos del partido Nacionalsocialista, apoyado por una incipiente burguesía que pretendía consolidarse y recuperar el poder perdido con las severas medidas punitivas que aprobó Europa en el Tratado de Versalles al término de la Primera Guerra Mundial. Conquistó Alemania y arrasó con una buena parte de Europa Central, además se llevó en su camino a comunistas, judíos y todos aquellos que no comulgaban con el nazismo por igual.

La documentación histórica muestra que entre todas esas personas que sufrieron el horror de los campos de concentración y exterminio, se encontraban once mexicanos, la mayoría fueron apresados en Francia, país al que huyeron después de que el régimen fascista de Francisco Franco terminara con el sueño español de la República. Muchos de ellos combatieron en columnas republicanas durante la Guerra Civil Española, pero al asestar el franquismo el golpe final en Madrid, fueron perseguidos y entregados a la Gestapo (Policía Secreta del Estado), que aliada tiempo atrás con el gobierno de Franco en el bombardeo de Gernika en 1937, dio la orden de retener a todos aquellos españoles voluntarios de guerra.

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De esos once mexicanos, cuatro eran mujeres y siete hombres. Diez de ellos menores de 35 años, cinco fallecieron en campos de concentración, cuatro perecieron bajo circunstancias no especificadas, o bien, fueron marcados como desaparecidos, mientras que sólo dos lograron sobrevivir a la avanzada fascista.

Existen registros fehacientes de que al menos los mexicanos Felipe López, José Sánchez Moreno Gualda, Feliciano Catalán, Luis Moch Pitiot y Joseph Salazar participaron en la Guerra Civil por el bando republicano, probablemente uniéndose a la red de Voluntarios Españoles de la Guerra (Rotspainer o “rojos españoles”) junto a las milicias antifascistas organizadas por la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y la FAI (Federación Anarquista Ibérica).

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Las causas registradas de muerte de los nueve mexicanos son distintas e incluso contrapuestas. El primer registro es el de José Sánchez Moreno Gualda, quien entonces contaba con 31 años de edad. El nacido en la Ciudad de México fue apresado y enviado en tren al campo de concentración de Mauthasen, donde realizó trabajos forzados durante más de un año y posteriormente fue enviado a la prisión de Gusen, en la misma región austriaca, donde murió el 22 de septiembre de 1941. Es posible que Luis Moch Pitiot, quien también fue enviado a Mauthasen en el mismo año, corriera la misma suerte. La investigación no encontró archivos históricos que sustentaran si Moch Pitiot falleció o logró escapar del genocidio.

Tres años más tarde, en 1944, tres tapatíos partieron en un tren integrado por esclavos hacia el campo de concentración de Buchenwald, Alemania: Felipe López, Feliciano Catalán y Joseph Salazar (el más joven de todos, que entonces tenía 26 años). De las 1,900 personas que integraban el tren, 679 fallecieron durante el trayecto y 57 desaparecieron durante el viaje, o al menos no existe registro documental de ellos. López y Catalán participaron en una sublevación en 1945 en el campo de concentración, que disminuido en efectivos alemanes por la entrada del ejército soviético y estadounidense, les aseguró la libertad ese mismo día junto con otras 20 mil personas. El paradero del menor, Joseph Salazar, no fue confirmado en la lista de fallecidos o liberados, por lo que se ignora si logró escapar, pereció en el tren o durante su estancia en Buchenwald, lo mismo que Juan del Piero, otro mexicano que fue registrado como esclavo en un tren hacia el mismo destino y fue reportado como desaparecido.

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Auschwitz fue el sitio donde perdieron la vida las cuatro mexicanas víctimas de la ofensiva fascista. Las hermanas Susanne y Denise Klotz, Elisia Dreyfus y Anita Germaine, todas de ascendencia judía, fueron capturadas en París donde se encontraban cuando la ciudad luz cayó en manos de los alemanes. Sussane y Denise, de 33 y 34 años respectivamente, fueron enviadas en un primer momento al campo de concentración de Darcy, para después arribar al mayor campo de concentración y exterminio del que se tenga registro y que incluía tres complejos distintos (Auschwitz I, centro administrativo, de prisioneros de guerra e intelectuales; Birkenau, donde enviaban a las mujeres y Monowitz, del que la empresa de químicos IG Farben obtenía fuerza de trabajo esclava).

Anita Germaine y Elisia Dreyfus, oriundas de la Ciudad de México y Chihuahua, fallecieron a la edad de 31 y 44 años en el mismo sitio. El gobierno francés tuvo injerencia en el certificado de defunción de las cuatro, que primero se entregó con la leyenda “Muerte por deportación”, a la que posteriormente se agregaría “Muerta en Auschwitz”.

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Este archivo histórico fue rescatado por el investigador José Raúl Olmos durante un arduo trabajo de investigación y mérito periodístico que llevó a cabo a través de la cuidadosa revisión de informes del Ministerio del Interior Austriaco. La suerte que corrieron estas cuatro mexicanas y los siete hombres debería funcionar como memoria histórica para mantener presente en nuestra sociedad la atrocidad empujada por fines políticos y económicos que significó el turbulento periodo de la historia en el que el fascismo declarado se hizo presente en Italia, España y Alemania, además de generar consciencia y realizar una fundada crítica a la sociedad mexicana actual.

4 comentarios en «La olvidada historia de los mexicanos en un campo de concentración nazi»
  1. Quiero aclarar un detalle sobre el interesante artículo de Alejandro López de oct 12, 2016 “La olvidada historia de los mexicanos en un campo de concentración nazi”. Siendo yo sobrino de Louis Moch Pitiot, efectivamente, todo lo descrito en el artículo es verdad, pero solo para informar que él si pudo escapar del campo de concentración, para regresar posteriormente a la ciudad de México y muriendo después, muy joven todavía, en el puerto de Veracruz.
    Juan A. Moch Lacy

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