La sefirá tiferet y su lugar en el Arbol de la Vida

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Los sabios judíos han inferido que de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet o Yafet, los griegos descienden de éste último por su culto de la belleza, iofi, iafé. En cuanto a Sem, de él descenderían los pueblos semitas como los mismos judíos y los árabes, mientras que de Cam procederían los camitas o razas negras. Naturalmente que una clasificación tan primitiva no puede sernos satisfactoria, pero dado su antigüedad parece evidente que los hebreos tenían a los griegos por unos notorios estetas, cosa que sin duda fueron de verdad, por lo menos en lo que atañe a su período clásico, de Pericles en Atenas a Plotino en Alejandría. Mientras que la belleza de los griegos resplandece en la plástica, la belleza judía brilla en la palabra y la fuerza de la profecía. El Arbol de la Vida es, para la Kábala, un organigrama no sólo del funcionamiento del mundo sino también una suerte de mapa psíquico en el que todas sus zonas están intercomunicadas pero algunas cumplen una función más trascendente que otras. Así, por ejemplo, tiferet, la sefirá que nombra la belleza, aparece como mediadora por antonomasia. Por encima de su espacio aspira a los arquetipos, por debajo ilumina los actos. Resulta curioso que en la India el dios mediador sea Kama, precisamente porque para la Kábala tiferet es el nivel a partir del cual se ejerce la curación, siendo, sanar, el acto máximo al que aspira la belleza y el amor que nos inspira. Sanar el defecto y la carencia promoviendo la armonía.

Toda curación es un fuego que el amor gradúa. Toda belleza es un amor que nos llama desde sus múltiples nombres.

Situar a la belleza a la altura del corazón y no en el campo visual como hicieron los griegos, nos lleva a pensar que-y poniéndonos una mano en el pecho-oímos un latido que no vemos, percibimos una vida a la que no tenemos acceso directo. De donde la belleza judía y luego cristiana, esa extraordinaria tiferet, es algo que sucede ab intra, hacia adentro, rítmicamente. Por el contrario la belleza griega se nos muestra como lo más obvio y accesible, una realidad anatómica en el momento de su máximo esplendor, es decir la juventud. Mientras la belleza judía es, sobre todas las cosas, acústica y terapéutica, la belleza griega es visual y escultórica. Hija de los gimnasios y las olimpíadas, las largas noches de los marineros y las excursiones ulisíacas. Para un judío lo bello, iafé, no está lejos de la boca, pé , es un hecho ante todo lingüístico, poético y obviamente interior como la boca misma. En ningún caso eso indica que los hebreos fueran insensibles a la belleza física, sobre todo femenina, como nos demuestra el Cantar de los cantares. O que los griegos fueran, por su parte, torpes en el manejo de su idioma. Nos basta con leer a Píndaro o a Hesíodo entre otros para ver que no es así.


El vocablo belleza ,tiferet, incluye y soporta entre la tau de su principio y la de su fin la raíz peer, que quiere decir loar, alabar, de donde nace sin el menor asomo de duda el arte cristiano de la filocalia o rezo del corazón que practicaron los Padres del Desierto. Pero, como, y a su vez, esa raíz puede leerse también como rafá , sanar, curar, entendemos hasta qué punto la belleza puede curar o bien qué relación estrecha tiene, en el Arbol de la Vida, la salud con la belleza. Tampoco a los griegos se les escapó este nexo entre lo bello y lo sano, cuya convergencia en el cuerpo joven se da por entendida. Por otra parte, y como por su valor numérico tiferet equivale a la palabra heatrut, que quiere decir aceptar, la belleza es también aceptación, apertura, recepción.

Por último, existe para la Kábala un vínculo entre la hermosura y la fertilidad, es decir la capacidad de reproducirse, prolongarse, extenderse en el tiempo. Eso mismo quería decir John Keats el poeta inglés cuando aseguraba que ´´una cosa bella es una alegría para siempre.´´
La biología constata esta ley en el pavoneo de las aves del Paraíso y en casi todos los rituales amorosos que presenciamos en la naturaleza, en los que el despliegue de unas plumas, la lozanía de un pétalo o las diferentes acrobacias y cantos, bufidos o relinchos de los machos revelan una belleza que quiere sucederse en la generación de otras vidas. Aquí también lo hermoso es el trampolín hacia la eternidad aunque esa eternidad sea sucesiva.

´´Toda alegría-escribió Nietzsche-quiere eternidad.´´

Si desgajamos la palabra belleza o tiferet en otras dos, porat y ta , tendremos respectivamente fecundidad y célula, el comienzo de la vida y su fertilidad reproductora, lo que constituye otro de los grandes milagros kabalísticos cuyo despliegue se percibe delante mismo de nuestros cinco sentidos. Será bello, entonces, a ojos de los hebreos, lo que continúa y vence el tiempo sumando más vida a la vida, y no sólo una breve apariencia que las estatuas griegas querrían eternizar, detener, fosilizar en un arranque de veneración óptica sin precedentes en la historia del arte. Los griegos estaban fascinados por la anatomía humana, los judíos por su fisiología. En el primer caso el músculo los seducía, en el segundo el corazón los maravillaba. Los griegos creían que el modelo máximo posible de belleza lo representaban los jóvenes varones; los judíos que casi toda la belleza pertenece a las mujeres en todos los estadios de su vida. Vemos, para resumir, otro caso de belleza interior hebrea. La palabra nejmad señala también algo hermoso, bello y a la vez agradable. Pero, dado que en su interior hallamos a jen, la gracia, y a dam, la sangre , ¡la experiencia estética judía será siempre fisiológica, del orden de cuánta y qué clase de gracia puede recibir nuestro torrente sanguíneo!

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.