La suerte de los fanáticos

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La palabra fanático procede del latín fanum, templo, santuario, de donde el fanaticus era algo así como el guardián del templo, el fiel de su dios. Pero, y por esos azares del destino y las superposiciones lingüísticas, existe una palabra árabe de raíz semejante: fanaa, extinción, eliminación del ego y entrega total a Dios, vocablo que viene a sumarse al de raíz indoeuropea para que tengamos una idea aproximada de lo que es un fanático: alguien que, como un zombie, es un muerto en vida, un irresponsable total de sus actos arrojado a la nada metafísica de su creencia con una fe ciega e indiferente al pensamiento del prójimo.

Un fanático está dispuesto a todo, ni qué decir al suicidio y a la muerte de quienes le sirven como escudos humanos. Por ejemplo, Ismail Haniyeh, recién salido de las catacumbas de su pánico y lustroso como una barracuda, un tipo tan fanático y ciego que festeja su triunfo de cobarde en medio de las ruinas de su pueblo, obligando a todos al aplauso general. Pero no es un fanático cualquiera, como los talibanes y los soldados a sueldo del IS, es un fanático millonario, que piensa antes en sus bolsillos que en el hambre de los suyos.

Ahora bien, reconozcámoslo: los fanáticos son gentes de suerte. Enfrentados a los tibios de conciencia dubitativa, frente a las buenas personas de toda la vida que creen en la justicia, el diálogo y la equidad, los fanáticos tienen ventaja. No creen en nada de eso. Su neurosis obsesiva los galvaniza contra cualquier exterioridad a su cráneo de corcho y cemento de túnel. Carecen de compasión y de empatía, prisioneros como están de la idea fija.


Frente al fanático todo muro es poroso y todo acuerdo puede violarse en cualquier momento porque así lo determina, en este caso, su Alláh. Ni que decir tiene que también hay fanáticos del lado judío, y el cielo nos libre de que superen en poder a los demócratas laicos u observantes no tan fieros, pues en ese caso estaríamos ante una versión mosaica de Irán, en donde sabemos muy bien lo que pasa: todo el mundo a callar y a obedecer, las mujeres sobre todo. Policía para el cuerpo y para el alma, grisura mental, mediocridad entronizada, ni críticas ni risas.

Los fanáticos llevan siempre las de ganar cuando se trata de la guerra, pero sólo por un tiempo, hasta que sus víctimas comienzan a despertar del falso sueño de la bondad humana y emprenden la defensa. Lo estamos viendo suceder ante nuestros propios ojos, bajo las órdenes de un bueno dudoso, hamletiano: Obama, el Sr. Barack, quien confesó lo que jamás debe decir un líder, que no tenía estrategia.

Ocurre que a los fanáticos se los debe combatir con sus mismas armas, entre ellas una determinación inflexible y el sentimiento inequívoco de que la razón está de nuestro lado. Digo nuestro porque no estamos en Irak o en Siria, países ya descuartizados por los fanáticos, sino en la aún lozana y festiva Europa, cuyos esfuerzos por vivir una pluralidad sin complejos no sólo son loables sino imprescindibles dada la variedad y complejidad del mundo.

Fueron fanáticos los musulmanes que destruyeron la Biblioteca de Alejandría y fanáticos los que volaron con dinamita los budas gigantes de Bamiyán, fueron fanáticos los almohades que entraron a España en el siglo XII y son fanáticos los líderes de Hamás como el mencionado barracuda, Ismail Haniyeh y su séquito de pirañas. Ismail Haniyeh, el de los días contados.

Para Israel, una de las más recientes lecciones de la guerra en Gaza es que hay que cortar la cabeza de la serpiente mientras le hacemos creer que nos dedicamos a su cola. Sólo si se va directamente al veneno y se lo suprime lo mortal se vuelve inofensivo.Photo by nic_r

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.

1 comentario en «La suerte de los fanáticos»
  1. En buena medida todos somos fanaticos con respecto a nuestras ideas. Todos estamos convencidos de la justeza de nuestros planteamientos, por cierto una de las acepciones de fanático es convencido. En todos los grupos humanos hay fanáticos. Ahorita el fanatismo ha sentado sus reales en el Islam, pero tambien en el campo judío, yo me he quedado sorprendido de algunas posiciones supremamente intolerantes en ambos lados. Fanáticos son los norteamericanos que creen firmemente que el mundo es de ellos, y no les importa llevar la guerra y destrucciòn a los paises débiles, en función de su geopolitica.

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