Leonora Carrington: Una vida rebelde

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Transcurrieron ya cinco décadas desde mis primeras impresiones al conocer en México las pinturas de Leonora Carrington. Entonces muy poco sabía de ella. Apenas un retrato huidizo tratado por la escritora Elena Ponitowska que en aquellos días se perfilaba como la pluma femenina en este país. Sin demoras busqué saber algo más. Entonces, su trayecto vital me sorprendió. Si habría nacido judía -no fue el caso si bien contraerá matrimonio al cabo con un judío mexicano- Emérito Weisz -y tendrá con él dos hijos- no tendría lugar para sorprenderme. Nació en Inglaterra, en 1917. Vida agitada la de Leonora.

Su obsesiva dedicación a la pintura la condujo a rebelarse contra el conservadurismo de sus padres. Y bien pronto se trasladó a París en 1937 donde intimó con el pintor Max Ernst. En aquel momento André Breton era el cacique de un grupo que pretendía romper y renovar los cánones de la pintura. Pero la invasión alemana en 1939 trastornó la vida de Leonora y de Max. Como muchos extranjeros -judíos o no- Leonora encontró refugio en Madrid y residió en un lugar que hoy se conoce como el Hotel de las Letras.

Max Ernst se alejó de ella prefiriendo a una norteamericana multimillonaria que lo condujo a Nueva York. Circunstancias que le quitaron el equilibrio mental. Leonora fue repetidamente hospitalizada y estuvo cerca de una demencia irreparable. El traslado a Lisboa y un casamiento ficticio con el torero Renato Leduc le salvaron la vida. Y de aquí pasó a México.


A un México que le reveló nuevas perspectivas. Diego Rivera, Frida Kahlo, Trotzki: un triángulo que remodeló su vida. Leonora se consagró entonces a la pintura sin descuidar la redacción de cuentos surrealistas. Uno de ellos -“Memorias de abajo”- se me antoja inolvidable. Su matrimonio con Weisz en 1946 y la vida con sus dos hijos imprimió estabilidad a su vida. Desde entonces su nombre y sus creaciones trascenderán los límites de México. Y aquí fallecerá al acercarse a los 94 años. Una vida que premia a la vida.

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