Los cadáveres que pueden develar el misterio de los Manuscritos del Mar Muerto

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Era uno de los primeros días del verano de 1947 cuando el pastor Mohammed ed-Dhib arrojó una piedra a una cueva de Qumrán, mientras buscaba a una de sus cabras extraviadas. Pertenecía, como su primo Jum’a, a la tribu beduina de los Ta’amireh. El sonido que la oquedad le devolvió no era lo que esperaba: en lugar del habitual retumbar de paredes, de la gruta manó un crujido, como si algo se hubiese roto. Era una vasija que contenía lo que ha sido considerado por algunos historiadores como el más importante de la arqueología del siglo XX. Gracias a aquella piedra y a la cabra fugada, encontramos lo que hoy se conoce como los Manuscritos del Mar Muerto.

Se trata de una colección de 972 documentos datados entre el siglo III a.C. y el I d.C., escritos sobre todo en hebreo y en arameo, aunque algunos textos estén también escritos en griego. Si tan importantes resultan es porque entre ellos se encuentra el testimonio más antiguo de textos bíblicos encontrados hasta hoy, lo que mostraría que estos se trasmitieron a lo largo de los siglos sin grandes cambios ¿Quiénes eran los que lo escribieron y por qué se encontraban precisamente ahí? Qumrán se halla en la orilla noroeste del mar Muerto, en lo que hoy es Cisjordania, relativamente cerca de Jericó.

Esta misma semana, un grupo de historiadores de la Autoridad de Antigüedades de Israel liderados por el antropólogo Yossi Nagar han presentado los resultados de sus excavaciones, que pueden ayudar a aclarar el misterio. Según los análisis realizados a los 33 esqueletos encontrados en las cuevas de Qumrán, estos tienen la misma antigüedad que los textos, ya que habían sido enterrados entre el 150 a.C. y el 70 d.C., por lo que es razonable pensar que los manuscritos les pertenecían.


La pregunta del millón: ¿eran esenios, como han defendido la mayoría de expertos, o pertenecían a alguna de las otras tribus israelitas del momento, a romanos, artesanos nómadas o incluso a beduinos, como se ha llegado a plantear? Durante la presentación de sus hallazgos, el profesor Nagar ha recordado que, aunque no puede asegurar que los cuerpos hallados sean los de los auténticos autores de los manuscritos, “la alta concentración de varones adultos de distintas edades enterrados en Qumrán es similar a lo que ha sido encontrado en los monasterios bizantinos”. Esta tesis es reforzada por el nuevo análisis de los restos de otros 53 esqueletos, que han mostrado que seis que eran considerados de mujeres eran realmente hombres.

¿Quién fue y por qué importa?

El imperio bizantino fue la parte oriental del imperio romano que se ubicaba en el Mediterráneo oriental, y que se constituyó como tal en 395, por Teodosio I. El arqueólogo probablemente se referiría más bien a los romanos que ocuparon la zona durante la época. Más que una pista adicional de uno de los episodios más confusos de la Antigüedad en un territorio particularmente complejo, donde colisionaban culturas, tribus, lenguas e identidades, parece tratarse de una mera comparación o un antecedente. Investigaciones previas ya habían mostrado que la ciudad se había fundado en el siglo VII a.C., que se despobló en algún momento y que fue refundada en el 68 d.C., en los albores de la era cristiana.

“Parece que Juan el Bautista y tal vez también Jesús y su familia fueron cercanos a la comunidad de esenios”, defendió Benedicto XVI en una homilía.

Los esqueletos encontrados no muestran heridas de guerra ni otros traumas físicos, y la mayoría no son de jóvenes, por lo que han descartado que el asentamiento fuese un cementerio de guerra. Según sus investigaciones, aunque no puede confirmarse por completo que sean esenios, sí que presentan algunas de las características definitorias de esta secta, como que fuesen célibes. Esta comunidad judía nació a mediados del siglo II a.C. tras la Revuelta de los Macabeos contra el imperio seléucida y la influencia helenística en la región, y su existencia probablemente se prolongó hasta el siglo I d.C.

Los esenios apoyaron dicha revuelta, pero no la compartieron por completo, por lo que se retiraron al desierto a vivir una existencia ascética, aunque también se instalaron en urbes como Jerusalén. Se necesitaban años de formación y estudio para formar parte de la comunidad, así como ceder todos los bienes personales a la misma. La mayoría de ellos se instalarían en Qumrán, ciudad a la que llamaron “Damasco” (nada que ver con el Damascosirio), donde vivieron durante siglos. Otras versiones, como las defendidas por los profesores Norman Golb de la Universidad de Chicago o la doctora Rachel Elior de la Universidad Hebrea de Jerusalén, apuntan que los textos fueron escritos por sus enemigos los saduceos, que habían sido expulsados del templo de Jerusalén. Para ello, se amparan en que los propios manuscritos no nombran a los esenios en ningún momento.

Algunas fuentes han señalado que personajes bíblicos como Jesucristo o San Juan Bautista podrían haber sido cercanos al culto esenio o incluso, formar parte de él. El propio papa Benedicto XVI avalaba dicha tesis, como manifestó en una homilía pronunciada el Jueves Santo de 2008. “Parece que Juan el Baustita y tal vez también Jesús y su familia fueran cercanos a esta comunidad”, argumentó. “En cualquier caso, en los manuscritos de Qumrán hay múltiples puntos de contacto con el mensaje cristiano. No puede descartarse que Juan el Bautista viviera un tiempo en esta comunidad y haya recibido en ella su formación religiosa”.

El origen de la Biblia

Esta llamativa tesis promovida por nada menos que un papa muestra la complejidad del origen de los Evangelios. En especial, a todo lo que concierne al de Juan. Mientras que los de Lucas, Marcos y Mateos, considerados sinópticos por su afinidad narrativa, fueron escritos con una mayor proximidad temporal a la muerte de Jesús, el de Juan difiere temática y estilísticamente de los sinópticos, e incorpora otras fuentes. Por ejemplo, algunas de las que se muestran en los Manuscritos del Mar Muerto, que terminaron penetrando en la obra del último de los evangelistas canónicos.

Quizá lo más interesante de estos textos no se encuentre en su relación con la Biblia, sino en los documentos sobre sus costumbres.

En este sentido, ha sido centro de un gran debate la fecha en la que Juan data la Última Cena, que no habría tenido lugar en Pascua sino en su víspera, el mismo día que se sacrificaban los corderos para la celebración de la festividad. El papa Benedicto XVI recordaba que “los exégetas pensaron que Juan no había querido comunicar la fecha de la muerte de Jesús, sino una simbólica: Jesús era el nuevo y verdadero cordero”. Sin embargo, la solución, según Ratzinger, puede encontrarse en estos manuscritos de los esenios, que celebraban sus fiestas con un calendario diferente al oficial.

Existe también la posibilidad de que el Maestro de Justicia que fundó la congregación esenia fuese el propio Jesucristo, como han interpretado algunos exégetas. Desde luego, compartían características: a ambos se les había revelado la comprensión de las profecías, y ambos habían liderado a su pueblo. Sin embargo, el nombre de Jesús no es nombrado ni una vez en los manuscritos. Se trata, por lo tanto, de un problema de interpretación y no de arqueología. Como recuerdan muchos historiadores, lo más interesante de estos textos quizá no se encuentre en su relación con la Biblia, sino en textos como la Regla de la Comunidad o la Regla de la Guerra que nos ayudaban a entender las costumbres y normas de dicha comunidad.

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