Sócrates y Heidegger: dos maneras contrarias de entender y practicar la filosofía, aunque ambas radicales y equivalentes a la hora de exigir desprenderse de los prejuicios y encarar la verdad.
Sócrates, el ateniense que instaba a interrogarse a si mismo sobre cómo hay que vivir y sobre la naturaleza de la justicia, denuncio la podredumbre de la vida pública y revelo las paradojas de la democracia de su tiempo; para él, la filosofía es ante todo una invitación a la duda permanente de las propias convicciones, al antidogmatismo y al coraje individual ante los fanatismos y presiones sociales.
En el otro extremo, Heidegger hace de la angustia ante la muerte la clave de una existencia autentica; denuncia el predominio deshumanizador de la técnica y nos obliga a repensar la relación entre la filosofía y el mal.
En este ensayo, heterodoxo y polémico como todos los suyos, Glucksmann hace algo más que poner frente a frente la ironía de Sócrates y el nihilismo de Heidegger. Para este autor, la filosofía exige pensar a fondo la finitud humana y las constantes tensiones entre el individuo y la comunidad, en las que nos jugamos gran parte de nuestro destino.
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André Glucksmann (1937) ha sido uno de los pensadores europeos más influyentes del último medio siglo. En 1968 publica su primer libro, El discurso de la guerra, con el que ya adquiere notoriedad. Entonces nuevo filósofo maoísta, la peripecia ideológica de Glucksmann es bastante similar a la de los neoconservadores norteamericanos, pues empezó militando en la extrema izquierda y acabó defendiendo posiciones propias del ámbito liberal-conservador, no en vano en 2007 pidió el voto para Nicolas Sarkozy en las presidenciales francesas.
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