Los niños ‘robados’ de Israel

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Sara Benguigui tenía sólo 20 años cuando se puso de parto de su cuarto hijo. Era 1956 y hacía ocho años que había dejado Melilla, su ciudad natal, para vivir con sus padres, ambos judíos mizrajíes (procedentes de países árabes), en el recién creado Estado de Israel. Al romper aguas acudió al mismo hospital en el que habían nacido sin problema sus tres primeros hijos, un centro médico gestionado por religiosos escoceses en la ciudad de Tiberiades, al norte de Israel, donde vivía con su familia.

“Lo primero que me extrañó fue que no me llevaron al paritorio sino al sótano”, explica esta mujer de 80 años a El Confidencial. “Pregunté qué hacía allá y por qué no estaba con otras mujeres que estaban dando a luz pero no me respondieron. El médico que me atendió me preguntó la edad y si ya tenía otros hijos. Y me dijo: ‘bueno, si tienes ya otros tres hijos y solamente 20 años, aún puedes tener muchos más’”, agrega.

Sara Benguigui, Sarita, como la llaman todos desde hace décadas, dio a luz a un bebé vivo. Un varón. Lo escuchó llorar y lo vio unos segundos pero no lo pudo coger en brazos porque se lo llevaron enseguida. Horas después y aún sola en aquel sótano del hospital, una enfermera vino a darle unas pastillas para impedir la subida de la leche. “Yo le dije que quería amamantar a mi hijo y que no las tomaría. Pregunté dónde estaba mi bebé, pedí que lo trajeran conmigo pero aquella enfermera me dijo sin ningún miramiento: ‘tu hijo está muerto’”, recuerda.


Sarita Benguigui tiene hoy 80 años. El médico que la asistió en aquel parto tenía razón y tuvo cinco hijos más, pero el sufrimiento de aquella desaparición sigue presente. Nunca obtuvo un certificado de defunción ni jamás le dejaron ver el cadáver de su hijo. Se marchó a su casa rota de dolor y con la impotencia de no haber podido abrazarlo.

“Creí que había muerto. Sólo les pedí que me dejaran verlo, incluso muerto, pero no lo conseguí. Eran otros tiempos, yo era muy joven, me sentí indefensa, no sabía cómo reivindicar mis derechos”, explica, en un español claro pero vacilante por la falta de práctica. Rumió su pena durante años sin sospechar que la historia verdadera podría ser otra diferente a la que le habían contado hasta que comenzó a oír hablar de centenares de niños israelíes que habían sido “posiblemente robados” en los años 50 para ser dados en adopción.

Según datos de la ONG israelí Amram, entre 5.000 y 10.000 niños habrían desaparecido misteriosamente desde la creación del Estado de Israel en 1948 hasta 1960. La ONG ha logrado documentar 800 casos y tres comisiones de investigación creadas por el Gobierno identificaron otros 1.200.

La mayoría son bebés de familias mizrajíes que fueron dados por muertos al nacer o tras una revisión médica o que desaparecían en los campos de acogida en los que se recibía a miles de inmigrantes que llegaban a Israel. En muchos casos, los padres dejaban hospitalizado al niño por un problema banal y al ir a buscarlo les decían que había muerto. Como en el caso de Sara Benguigui, nunca vieron los cuerpos ni recibieron certificado de defunción.

Los mizrajíes eran a menudo gente humilde que llegaban a Israel en condiciones precarias y sin hablar apenas hebreo. Su indefensión aumentaba debido a estas circunstancias. Muchos de los casos de estos bebés desaparecidos afectan a los yemeníes, que llegaron por millares a principios de los 50 después de largas travesías por el desierto, viajes en precarios aviones y estancias en tiendas de campaña en campamentos de acogida. Según cifras extraoficiales, es posible que uno de cada ocho niños yemeníes menores de cuatro años que llegó a Israel entre 1948 y 1954 desapareciera misteriosamente.

La abuela de Maayan Nahari formó parte de los 45.000 yemeníes que llegaron a Israel en aquella época. Antes de emprender el viaje pasó varios meses en un campo de acogida en la ciudad yemení de Aden, un lugar ya gestionado por organizaciones sionistas en el que desapareció su hijo. “Mi abuela vino a Israel pero dejó su corazón allá. Nunca dejó de hablar de su hijo. Ahora me arrepiento de no haber grabado su testimonio, de no haber hecho nada para buscar a mi tío, cuando ella estaba aún viva”, explica Nahari, que dedica hoy parte de su día a día a documentar estas desapariciones.

Su impotencia y la de otros hijos y nietos de los afectados por las desapariciones llevó a varios israelíes como ella a crear Amram en 2013 para obtener respuestas sobre aquellos niños que hoy rondarían los 60 años. “Nos toca a nosotros hoy gritar alto y claro para restablecer la verdad”, afirma Nahari.

Fueron los descendientes de los yemeníes que llegaron a Israel en aquella época quienes impulsaron la creación de la primera comisión gubernamental de investigación sobre los niños desaparecidos en los años 60. En Israel viven actualmente unos 250.000 yemeníes y hasta hoy se les considera ciudadanos de segunda categoría, aunque la comunidad lucha por defender sus derechos y por esclarecer esta parte de su pasado. Amram y las familias afectadas por estas desapariciones creen que los niños podrían haber sido adoptados por familias judías pudientes en Israel o en el extranjero. Según datos de la ONG, entre 1948 y 1960 hubo 10.000 adopciones registradas en Israel “un número extraordinario para un país tan pequeño”, afirma Nahari.
Amram libra una lucha de David contra Goliat. “Aquí no es como en Argentina, por ejemplo, donde hay una estructura” que acoge a un nieto recuperado por las Abuelas de la plaza de Mayo, cita la responsable. “En Israel sólo estamos nosotros, no tenemos formación sino voluntad. No somos psicólogos, sólo voluntarios, y ayudamos a la gente como podemos”, explica.

En sus cuatro años de andadura, Amram ha conseguido reunir a varias familias. Un número insignificante con respecto a las cifras globales, según sus responsables. Varios encuentros se han producido gracias a las fotografías y los videos de familias que perdieron a sus hijos que la ONG cuelga en su página web. “Todos los encuentros, sin excepción, se han llevado a cabo vía la sociedad civil, no gracias al Gobierno. Nosotros no podemos ir más rápido con los escasos medios con los que contamos. Tenemos por ejemplo una abuela de 104 años suplicándonos que encontremos a su hija antes de que muera. Es muy doloroso”, cita Nahari.

Documentos desclasificados

El escándalo de los niños desaparecidos cobra de nuevo fuerza en estos momentos en Israel porque el Gobierno desclasificó recientemente 200.000 documentos recogidos por las tres comisiones de investigación que se crearon desde finales de los años 60 para investigar centenares de casos y cuyas conclusiones eran mayoritariamente secretas. Lo que sí fue público es que las tres comisiones eximieron de culpa al Estado, estudiaron una pequeña parte de los casos y determinaron que muchos niños habían muerto y otros fueron adoptados pero en ningún caso esclarecieron la situación.

Para el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que estos documentos puedan consultarse a partir de ahora en internet es una muestra de transparencia que “corrige una injusticia histórica”. Netanyahu prometió que con sólo “apretar una tecla, las familias podrán saber qué pasó con sus hijos” pero para Amram y familias afectadas la realidad es otra. “Estos documentos no nos aportan nada porque las comisiones no investigaron gran cosa y los papeles están llenos de incongruencias y de vacíos”, zanja Nahari “Por ejemplo, exigieron documentos a hospitales y autoridades que jamás recibieron. Les dijeron que se habían quemado o destrozado en inundaciones y no fueron más allá, no preguntaron, no hurgaron para saber si eso era verdad. Las familias no confiaban en estas comisiones y con razón”, agrega.

​Deseosa de obtener respuestas, Sarita Benguigui se dirigió a la comisión Kedmi en los años 90 para contar su historia. “Fue la primera vez que hablé públicamente del tema. Escribí una carta pero me dijeron que no podían hacer nada”, explica. El hospital de Tiberiades donde desapareció su bebé cerró sus puertas hace 50 años y no se sabe qué destino corrieron sus archivos. “Contar públicamente mi historia sirvió para que otras personas me llamaran y me dijeran que a ellas también les habían robado un hijo. No estoy sola, somos muchos”, lamenta Benguigui.

Si el Gobierno desea realmente dar respuestas debe comenzar por desclasificar los documentos relativos a las adopciones en aquellos años, dicen los responsables de Amram. “En los documentos publicados en estos días vemos que hay nombres tachados con rotulador negro, fechas borradas… Hay un claro deseo de ocultar cosas”, explica Nahari. “Mucho ruido y pocas nueces. El Gobierno no ha admitido ninguna responsabilidad y no ha pedido disculpas, que es lo que esperan las familias. Hay decenas de madres israelíes que llevan años diciendo que no están locas y que saben que sus hijos fueron robados”, agrega.

Hasta ahora el único miembro del gobierno que ha hablado más claramente sobre el tema es el ministro sin cartera Tzachi Hanegbi, designado por Netanyahu, para revisar el material de la última comisión de investigación. El responsable admitió que es necesario encontrar una respuesta a estas desapariciones que parecen “deliberadas”. “El hecho es que hay al menos 1.000 niños desaparecidos sin tumba, sin causa aparente de muerte, sin funeral y sin existencia de un cuerpo”, afirmó Hanegbi.

Lo poco que se ha filtrado de las investigaciones de estas comisiones muestra a menudo historias increíbles, absurdas y a menudo indefendibles. Tumbas vacías, ataúdes que cargaban muñecas en vez de cadáveres o médicos que decían a las madres que sus hijos habían muerto porque tenían mocos o porque se chupaban mucho los dedos: resulta increíble pensar que estos casos se cerraran sin ninguna investigación en aquel momento. El tabú que rodea este escándalo también es asombroso. Llama la atención que no haya habido testimonios de enfermeras, médicos o testigos de estas desapariciones. Nahari recuerda que hace algunos años, una enfermera de edad avanzada habló de niños robados antes de morir. “Dijo que no quería marcharse de este mundo con ese peso en la conciencia y habló de niños robados en campos de acogida. Niños sanos que desaparecían en ambulancias. Pero luego se desdijo y explicó que tenía problemas de demencia”, recuerda.

“Yo hoy no tengo duda de que me robaron a mi hijo”, concluye Sara Benguigui. “Tengo 80 años pero me siento fuerte y cada noche le pido a Dios que me de vida para encontrarlo. Pero para encontrarlo necesito que el Gobierno dé respuestas, que nos digan dónde están, dónde los mandaron, quién organizó todo esto”.

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