Los seres humanos respondemos ante los estímulos en 2 vías; una primera que tiene que ver con todo el bagaje cultural y emotivo que nos conforma, la que hipotéticamente controlamos y discernimos y otra, que se da casi como respuesta inmediata sin conciencia.
La primera es cuantificable en el sistema nervioso central; se aloja en la corteza cerebral en el hemisferio izquierdo y responde lo mismo a valores adquiridos que al paradigma de asociación lógica y lingüística.
El segundo caso depende más del hemisferio derecho, de sistemas más animales que se relacionan con afectos e impulsos que van desde la conservación de la vida, de las crías y de los afectos. En este peculiar caso el proceso mental excluye esfuerzos mentales y de verbalización.
Cuando expresamos el “Más vale malo por conocido, que bueno por conocer” estamos dejando de lado lo mismo al libre albedrío, que la acción que propicia e inhibe cualquier género de análisis, cualquier crítica y, más aún, la obligación de pensar, razonar.
Se auspicia la ley del mínimo esfuerzo, la inactividad y en suma la falta de compromiso hacia lo que la vida nos pone enfrente y hacia las repercusiones que irresponsablemente intentamos darle la vuelta a decisiones y hechos.
Cuando se hace un hábito de esta pereza mental reconstruir la capacidad de elegir, de explorar, de investigar y finalmente de ser, es una tarea ardua que comienza por actuar sobre la voluntad de algo, imposible llamarlo de otra manera, que quiere dejar de ser un ser vivo y racional, que ha transferido todo lo que su existencia implica a otros, a circunstancias ajenas y a quienes lo deformaron.
La reconstrucción, la sanación a fin de cuentas, eso es, empieza por recuperarle al enfermo o distraído al menos, la capacidad de sentir, de discernir y una voluntad que a veces le es absolutamente desconocida.
Quien deja de amarse a sí mismo, es incapaz de amar a nadie más; lo es exactamente igual para el querer, apreciar e interesarse.
El secreto radica en hacer conciencia y retomar sus instintos esenciales; dicho en forma metafórica, es dar luz a su vista; olores a su olfato; música a sus oídos; sabores a su paladar y caricias a su tacto.
Los sentidos han sido perdidos y la tarea más importante es recobrar algún espacio, cualquiera que este sea, del procesamiento de estímulos, información, experiencias que se enfrenten; dicho de otra forma es llevar de la mano al ciego.
Despertar del letargo es tú responsabilidad, lo contrario es más de lo mismo.
Intentar algo nuevo y arriesgarte es superar lo antiguo, avanzar.
Es una gran falacia y creencia limitante que aceptemos lo viejo y conocido; es imprescindible salir del inmovilismo de lo seguro; probar lo nuevo para cambiar y transformar.
Operar la reconstrucción y volver a poner en marcha los sentidos de quien los ha perdido sólo puede lograrse con el esfuerzo y aporte del enfermo en cuestión.
Estas ideas te han sido presentadas tal vez con rudeza; esta es la cruda realidad por eso me atrevo a hacerte las siguientes preguntas:
¿Qué tan ciego, sordo y mudo estás?
¿Qué tan dispuesto estás a ayudar a alguien en esas circunstancias?
¿Cuántos pueden ser ese alguien?
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