Ocho intentos fallidos: la literatura de Philip Roth en el cine

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En el cuarto episodio de la temporada con la que dijimos adiós a Mad Men, una de las series más influyentes del siglo XXI, el eterno Don Draper interpretado por Jon Hamm se recostaba en su sofá para leer El lamento de Portnoy de Philip Roth. Sabido es que en aquella serie no había absolutamente nada casual y que cualquier elemento de puesta en escena o minúsculo atrezzo tenía un alcance simbólico. Esta lectura también: era el reflejo freudiano de un personaje  buscando consuelo de su situación profesional y sentimental en la historia de un obseso sexual.

Se trata solo de un pequeño ejemplo pues la influencia de Philip Roth en la ficción audiovisual es extensísima y difícilmente rastreable, en tanto que su literatura lo ha sido para la psique norteamericana. Son muchos los creadores en los que Roth plantó una semilla que llega hasta nuestros días. El último en sumarse a reivindicar su herencia fue David Simon: el creador de The Wire  confirmaba en eneroestar preparando una mini serie de seis episodios basada enLa conjura contra América, novela en la que Roth narraba la historia de su familia a la par que analizaba la huella de las políticas antisemitas de Charles Lindbergh en su camino hacia la Casa Blanca en 1940.

Tal vez sea Simon la primera persona en romper la maldición que pesa sobre la obra de Roth en el audiovisual. El cine también se ha asomado en múltiples ocasiones a la literatura del ganador del Pulitzer y eterno candidato al Nobel, que fallecía este miércoles 22 de marzo. Pero casi nunca lo ha hecho con buen atino. Philip Roth parece haberse ido dejando una estela de autor cuya habilidad literaria respiraba un aliento inadaptable.


Battle of Blood Island

En 1960, un realizador prácticamente desconocido llamado Joel Rapp estrenó una película bélica de bajo presupuesto que pasaría a la historia como la primera adaptación de un texto de Philip Roth. Se trataba de un relato corto inédito llamado Expect the Vandals que narraba la historia de dos soldados estadounidenses condenados a entenderse tras convertirse en los únicos supervivientes de su escuadrón, arrasado en una isla japonesa en plena Segunda Guerra Mundial.

Aquella primera aproximación entre la obra del futuro Pulitzer y el séptimo arte, resultó ser una película de aire propagandístico sin ambages en su discurso sobre la necesidad de limar asperezas para hacer frente a un enemigo común. Filmgroup la estrenó como parte de un programa de doble sesión junto con otra película bélica de bajo fuste llamada Ski Troop Attack, dirigida por Roger Corman –el mítico productor y director estadounidense de serie b-. Corman, de hecho, aparecía en un pequeño papel la película basada en la historia de Roth.

Complicidad sexual

Adaptación de la novela corta Goodbye, Columbus, y primer libro del autor publicado en 1960 que le valió el National Book Award, amén de cierta controversia entre la comunidad judía. Narraba la historia de Neil Klugman, un joven de clase obrera que trabaja en una biblioteca pública y vivía con su tía. Un día conocía a Brenda Patimkin, una joven de adinerada familia judía por la que sentiría una fuerte atracción. Juntos mantendrían una relación lastrada por el clasismo y la limitada libertad sexual de su entorno.

La película, una comedia dramática sin demasiadas aspiraciones, abandonaba la sátira de la primera persona utilizada por Roth, para narrar un desencuentro amoroso que conectase con el público adolescente. Cierto es que existía una voluntad de limar, cuando no desestimar, la ácida visión del texto sobre la juventud judía norteamericana y sus contradicciones, pues trasladaba su acción al Bronx y reducía las asperezas entre sus protagonistas a una diferencia de clase. Aunque Roth rehuía de ella, esta película dirigida por Larry Peerce estuvo nominada al Oscar a Mejor guión adaptado, y sería el debut de Ali McGraw, que poco después saltaría a la fama como la Jenny de Love Story.

Portnoy’s Complaint

Adaptación de la novela homónima, El lamento de Portnoy -esa novela que le daba por leer a Don Draper-, nos mete de lleno en los recuerdos de Alexander Portnoy durante sus visitas al psicoanalista. En ellas, el protagonista desvelaba con total sinceridad sus filias sexuales, problemas con el género femenino, la cara oculta de su propia masculinidad y cómo todo ello estaba influenciado por la tradición y psicología judías.

El propio Roth renegaba de las películas hasta ahora mencionadas por menospreciar su narrativa afilada en pos de un acercamiento al gran público. Esta no es la excepción. “Los monólogos de los antihéroes narcisistas de Roth se preocupan por el desorden del deseo sexual masculino, la competitividad intelectual, el envejecimiento del cuerpo y la reflexión sobre la figura del autor. Y ninguno de estos constituye el material dramático habitual de sus películas en Hollywood”, decía el crítico Akiva Gottlieb en un interesante artículo en Los Angeles Times. Mucho menos esta comedia, que quiso emular a películas como Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar de Woody Allen o ¿Qué me pasa doctor? de Peter Bogdanovich, sin conseguirlo.

La mancha humana

La mancha humana es la tercera parte de la llamadaTrilogía estadounidense. Contaba la historia de Coleman Silk, un profesor universitario que se enamoraba de Faunia, una mujer maltratada por su ex marido. Cuando el ex en cuestión reaparecía, el alcance del triángulo de relaciones empezaba a explorar la psique norteamericana en torno las heridas de Vietnam, el prejuicio racial y el trauma no superado.

Tres décadas después de la desastrosa adaptación de El lamento de Portnoy, el séptimo arte se volvió a asomar a la literatura de Philip Roth de la mano de Robert Benton –el director de Kramer contra Kramer-, en una película protagonizada por Anthony Hopkins, Nicole Kidman y Ed Harris. Sin embargo, lo que era una reflexión política sobre el papel, se convertía en un thriller de celos y traiciones en pantalla. Amén de dejar de lado su lectura racial: Coleman Silk era un hombre negro, grande y ex boxeador de ascendencia judía, que un poco de whitewashing convirtió en Anthony Hopkins. Alguien que obviamente, no parece no cuadrar con la descripción.

Elegy

Basada en la novela El animal moribundo, que recuperaba al personaje de David Kepesh 25 años después su última aparición, narraba el romance entre un sexagenario crítico televisivo y una cubana hija de un matrimonio de ricos exiliados cubanos. Habíamos conocido a Kepesh en 1972 con El pecho, un homenaje alucinado a Kafka que convertía al protagonista en un seno femenino de 70 kilos, y volvimos a encontrarnos con él en El profesor del deseo, una novela que ya exploraba las filias sexuales que seguiría explotando en esta historia.

Esta vez, la encargada de adaptar la obra de Roth era Isabel Coixet, que conseguía traducir hábilmente en imágenes ciertas reflexiones de El animal moribundo en torno al sexo en la vejez y la intelectualización de lo carnal. Sin embargo, se embarraba en un desarrollo lastrado por su omisión del trasfondo de todos sus personajes. Aquello hacía que la química entre Penélope Cruz y Ben Kingsley brillase por su ausencia, y que los problemas de este último con Peter Sarsgaard –su hijo en la ficción-, resultasen del todo incomprensibles. Otra prueba de que la narrativa trufada de digresiones sobre el carácter y la psicología social de Philip Roth sigue sin haber encontrado nadie que las encarne.

La sombra del actor

Esto último volvió a intentarlo Al Pacino interpretando a Simon Axler en La sombra del actor, adaptación de La humillación de Philip Roth que narra la depresión de un consagrado actor al perder su capacidad de actuar, y cómo empieza a superarla gracias a su relación con una joven lesbiana interpretada por Greta Gerwig. Una película absolutamente irregular que conseguía captar la atmósfera decadente de Roth e incluso convertir a Pacino en un trasunto del autor, pero reducía todo aquello en una broma intrascendente.

Tras las cámaras estaba Barry Levinson, el responsable de títolos como Good Morning VietnamRain Man o Sleeperscuyo cine no ha sido capaz de remontar el siglo XXI a pesar de haber estrenado nada menos que diez largometrajes durante los últimos años. Su último trabajo, Paterno, volvía a unirle con Al Pacino.

Indignación

Adaptación de la novela homónima de Roth ambientada en el Ohio de los cincuenta con la guerra de Corea como trasfondo. Narra el viaje emocional de Marcus Messner, un joven judío que ha llegado a la universidad gracias al esfuerzo de su padre, un carnicero de barrio obrero obsesionado con los peligros del mundo. Una vez emprenda el curso, empezará a tener que lidiar con el antisemitismo y la falta de obortunidades de su entorno.

La culpa, en esta ocasión, parece recaer en James Schamus, autor de muchos de los guiones de las películas de Ang Lee que debutaba tras las cámaras adaptando una aparentemente sencilla novela. Sin embargo, según Leo Robson “la película se desarrolla como sucesión de diálogos tensos y socarronamente cómicos”. Para el periodista del The New Yorker: “Schamus abandona la propuesta central de la novela: Marcus cuenta su historia a partir de una neblina de morfina que confunde con el más allá, y eso dota a sus experiencias de cierta reflexión en torno al funcionamiento del destino”. Algo que sustituyendo por una excesivamente presente voz en off, convirtía la película en una propuesta mucho más vacua que su precedente literario.

Pastoral Americana

La última de las adaptaciones al cine de las novela del gran autor norteamericano suponía el debut tras las cámaras del siempre correcto Ewan McGregor. Pero la responsabilidad era demasiado grande: Pastoral Americana era la primera novela de la llamada Trilogía estadounidense, también la que le valió el Pulitzer y una novela de culto que mucho consideran como el mejor retrato de la decadencia de los valores nacionales norteamericanos antes del 11-S.

Sin embargo, lo que era un brutal retrato social de los Estados Unidos de los setenta y sus problemas económicos, políticos y raciales, se convirtió en un confuso drama familiar a medio gas. Bien es cierto que McGregor supo captar la lectura entre líneas sobre la destrucción de la idea de self-made man, pero no consiguió crear una película que acariciase siquiera el alcance de una de las más celebradas novelas de Roth.

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