París/Gaza

19 de julio; el día antes, la República festejaba su aniversario. Al costado de Montmartre, Barbès es la pequeña arabia parisina. Convocar allí una manifestación de “apoyo a Gaza” era lo que era. Inequívoco. Hacer de Gaza coartada para la guerra comunitarista, de cuya explotación viven los clérigos de la yihad en Francia desde hace un par de decenios. El despliegue de esa guerra en las periferias de las grandes ciudades ha acabado por generar guetos exentos a la legalidad republicana. Guetos en cuyo cogollo la policía renunció a imponer le ley hace tiempo. No hay vacío de poder que no se llene de inmediato. El vacío del orden republicano fue rápidamente suplido por una disciplina en el cual se simbiotizan bandas armadas de narcotraficantes y bandas armadas de soldados de Alá. Eso se congregaba en Barbès, el viernes a mediodía, pidiendo muerte a los judíos. Lo sabían los convocantes. Lo sabía el ministerio del interior. Lo sabía, sobre todo, el primer ministro, Manuel Valls, quien, como ministro de la policía, había tenido ya que afrontar eso en modo directo: no es azar que los dos políticos más populares de Francia sean hoy dos antiguos ministros del interior, Valls y Sarkozy, cuya biografía hubo de forjarse en el combate contra ese yihadismo urbano que es hoy la amenaza, por primera vez seria, a la cual se enfrentan más de dos siglos de democracia republicana en Francia.

No fue un choque entre policía y manifestantes. Fue una operación militar, comandada por hampones, algunos de los cuales completaron su formación militar en Irak y Siria. Y en cuya financiación el dinero de las mezquitas y el dinero de la heroína se confunde. Y cuyos arsenales en territorio francés, los servicios de inteligencia juzgan mucho más que preocupantes. Fue una escaramuza militar. Con los ribetes de locura que arrastran las guerras de religión, y que esta vez tomó la forma del asalto y destrozo del hospital Lariboisière, porque, para los soldados de Alá, nadie que no sea de Él merece seguir vivo.

No es nuevo. Siempre ha sido Palestina sólo una coartada para otra cosa. Lo fue, en tiempos, para los ingenuos izquierdistas que fantaseaban sueños humanitarios de socorro a favor de quienes no hubieran dudado un segundo en degollar a los estúpidos infieles que venían a halagarlos. Lo es ahora para una mucho menos ingenua banda yihadista, solidaria en el degüello de todo cuanto no se someta a esa religión bárbara que condena cualquier forma de libertad que se emancipe de Alá.

Lo nuevo es que, por primera vez, la respuesta del Estado ha sido clara. De la mano de un primer ministro socialista. Pero no imbécil. Y menos aún, suicida. Las manifestaciones antisemitas bajo cobertura de humanitarismo pro-palestino han sido prohibidas en Francia por Manuel Valls: “Francia no permitirá a los espíritus provocadores atizar no sé qué conflicto entre comunidades”. Lo cual nos dice que hay países en los cuales el oficio de político no es cosa sólo de canallas. O de idiotas.