En 1931 el Comité de Literatura y Arte de la Liga de las Naciones pidió al Comité Internacional de Cooperación Intelectual que organizara una correspondencia entre intelectuales para su publicación y para promover los intereses comunes entre la Liga y la vida intelectual. Quizá podría actualizar el potencial de una interacción entre los intelectuales sobresalientes de ese tiempo. Intelectuales de la altura de Sigmund Freud, el primer científico elegido como el hombre del año 1924 para la cubierta de la revista Time o Albert Einstein elegido en 1929. La interpretación universal de su identidad como ‘judíos sin dios’ era parte de su personalidad publica como superhéroes culturales que representaban los valores científicos objetivos y los principios humanistas unidos que trascienden ligas políticas e ideológicas.
Freud y Einstein se encontraron por primera vez en Berlín; Freud caracterizó a Einstein, diciendo: “es alegre, seguro de sí y simpático. Entiende tanto de psicología como yo de física…”opino que era afortunado porque su camino había sido más fácil ya que tenía el apoyo de muchos predecesores y había podido avanzar enormemente.
Tras un intercambio desafortunado de cartas a propósito del 50 cumpleaños de Einstein, Freud escribió diciéndole en un párrafo, “Fue la expresión de mi envidia, que no me avergüenza. La envidia no tiene que ser algo feo, puede incluir admiración con los sentimientos más amistosos a la persona envidiada. Sin embargo, tratando de decidir por que debía envidiarle, no me molestó mi ignorancia.”
Tal vez la mezcla de sentimientos de Freud se aclare en el contexto de su afán por obtener el premio Nobel y el rechazo de Einstein a darle su apoyo porque “aunque admiro los resultados ingeniosos alcanzados por Freud, vacilé para intervenir en este caso. No me pude convencer de la validez de la teoría de Freud y, por lo tanto, no pude formar un juicio con autoridad para otros.
Cuando su opinión sobre el psicoanálisis empezó a cambiar, en su cumpleaños 80, le escribió a Freud: “Hasta hace poco pude aprehender la fuerza especulativa de su pensamiento junto con su enorme influencia en la visión del mundo de la presente era. Sin estar en la posición de poder formar una opinión definitiva sobre la cantidad de verdad que contiene, no hace mucho tuve la oportunidad de escuchar algunos ejemplos, no muy importantes en sí, que a mi juicio excluyen cualquier otra interpretación que la teoría de la represión. Me encanto conocerlos, siempre es un placer encontrar una prueba del encuentro de una concepción con la realidad.”
Las observaciones de Einstein conmovieron a Freud y respondió: “Debo decirle que contento estoy por el cambio en su juicio, por lo menos su principio. Por supuesto, siempre supe que me ‘admiraba’ solo por cortesía y creía muy poco en mi doctrina, aunque yo me pregunto con frecuencia que se puede admirar si no es verdadera, es decir, si no contiene una gran medida de verdad.”
Einstein sugirió que Freud fuera su corresponsal en la tarea encomendada por la Liga. Freud aceptó su invitación “porque no quería perder la oportunidad de colaborar con Ud. No tengo simpatía por la Liga de las Naciones y no cultivo expectativas de esa organización. ”De la correspondencia dijo que Einstein escribía cosas innecesarias porque es un hombre de buena naturaleza y mundano, extravertido. No solo la “buena suerte” era la fuente de la envidia de Freud, allí estaba también la fusión de idealismo, responsabilidad social y un buen temperamento que admiraba y lo adornaba menos que a Einstein.
Cuando entregó su texto a Einstein y a los organizadores del intercambio publicado en 1932 con el título: ¿Por qué Guerra? Comentó: “Seguramente Einstein podría haber escogido un tema más productivo que la prevención de la guerra.” Einstein, por su parte, estaba complacido y agradeció a Freud: “sé que estoy siendo usado como anzuelo, el gusano que debe atraer a los grandes peces para que muerdan el anzuelo, al hacer eso, usted nos has dado un ensayo maravilloso.”
La respuesta de Freud fue cortés, pero cuando siguió la corriente de su pensamiento, su capacidad de conceptualizar tomo vuelo y se mostró en toda su diversidad. Nunca escribió solo lo que pensaba, sino escribía para pensar, su pensamiento podía ser truncado por una conclusión decisiva de forma abrupta, como si el proceso no le dejara llegar a su punto. Trata muchas cuestiones, el desarrollo del concepto de justicia, el lugar central de socialización en el desarrollo de la cultura, el balance de poder, el conflicto de intereses en la comunidad, una distinción entre guerras buenas y malas, la teoría psicoanalítica de los impulsos y una fórmula memorable que suena científica: ‘’Cualquier cosa que favorece el crecimiento de la civilización, funciona al mismo tiempo contra la guerra.” Pero en la respuesta pende una cierta lasitud, tal vez hasta cierta falta de poder que exige ser descifrada.
Después de la I Guerra Mundial, Freud escribió que descubrir la fragilidad de la civilización no impedía que después de la guerra todo se reconstruyera. No sabía de la falta de objetivo de una guerra mundial; en 31 ya sabía que hay pérdidas que no pueden reconstruirse, que nada bueno sale de su desaparición. Sabía en su interior que no tenía respuesta a por qué guerra.
De forma similar, la primera carta de Einstein también contiene más de lo que presenta. Reflexiones ingenuas entretejidas con ideas radicales como afirmar que los sistemas educativos “que se encuentran más o menos fuera de la política podrían eliminar obstáculos psicológicos que sirven de base a la guerra.”
Debemos recordar que los dos genios se escribían sin el ejemplo moderno del mal humano sin comparación: el Holocausto no había ocurrido. ¿Cómo se puede hablar del mal sin hablar del Holocausto? Como proponer una fórmula que evalué un fenómeno humano sin precedentes que es, al mismo tiempo, concreto, cuantitativo e inconmensurable. Probablemente Einstein no habría insistido en separar la política de la psicología. Después de todo, no fue la “la banalidad del mal” o la psicología las que hicieron posible la destrucción de los judíos europeos, sino el mal político e ideológico.
¿Habría sido diferente el destino de los judíos si Hitler no hubiera llegado al poder en nombre de una política en la que “judío” era un término político capital? Luego, es un error atribuir el “látigo de la guerra” a la existencia del mal metafísico o a impulsos asesinos humanos a lo largo de la historia. En este sentido, quitar el mal del discurso político y localizarlo en el campo de la psicología, el punto de partida de Einstein y su petición a Freud. No es consecuente.
El pacifismo de Einstein resulta sorprendentemente ingenuo. Su crítica social es severa y traviesa: “El afán de poder que caracteriza a la clase gobernante en toda nación es hostil a cualquier limitación de la soberanía nacional, esta hambre de poder político es apoyada frecuentemente por otro grupo… mercenario, con intereses económicos… grupos pequeños pero determinados, activos en todas las naciones, compuestos por individuos indiferentes a consideraciones sociales y control, consideran la guerra, la manufactura y venta de armas, simplemente como una causa para adelantar sus intereses personales y agrandar su autoridad personal.” Y se pregunta cómo se puede imponer un grupo pequeño a la mayoría que finalmente perdería y sufriría como consecuencia de la guerra y juzga que una minoría que controla el sistema educativo, la prensa y las instituciones religiosas puede arrastrar las emociones de las masas y convertirlas en su herramienta.
Posiblemente la clave de las diferencias entre los corresponsales se encuentre en el párrafo final de la carta de Einstein: “La experiencia comprueba que más bien es la llamada ‘inteligencia’ la que se rinde más fácilmente a estas sugestiones colectivas desastrosas, ya que la inteligencia no tiene contacto con la vida en crudo y la forma sintética más sencilla es la página impresa.”
En cambio Freud es un elitista que piensa que el papel de la inteligencia es imponer la ‘dictadura de la razón’: “Debe tomarse más cuidado en educar una capa superior de los hombres con mente independiente, no abiertos a la intimidación y deseosos de buscar la verdad, cuyo negocio seria dar dirección a las masas dependientes.”
Pero no es tan sencillo, Freud vuelve a los argumentos históricos, sociológicos, biológicos. Sobrepasa la pregunta inicial y examina los orígenes del pacifismo, sosteniendo que no es una cuestión de libre elección y descansa solamente en el intelecto o la emoción: “El hombre tiene en su interior un deseo de odio y destrucción” como si fuera una ley natural ahistórica de física. No se apresura a dar una explicación psicológica contingente con un concepto ahistórico como ‘’naturaleza humana’’. No pretende explicar la guerra con una referencia al ‘’deseo de muerte’’ y no iguala el látigo de la guerra con la violencia como tal.
Freud presenta en forma esquemática un proceso histórico y evolutivo en el que, algún día, la guerra será vista como un empequeñecimiento por razones estructurales orgánicas y estéticas: “Nosotros los pacifistas tenemos una intolerancia constitutiva a la guerra, una idiosincrasia magnificada al grado más alto.”
Sin decirlo explícitamente, Freud usa su carta para construir una hipótesis sobre la existencia de una ‘‘segunda naturaleza’’ en el hombre, de una subjetividad histórica y trasciende la biología y la psicología individuales. Es un producto histórico-cultural y el fruto de la construcción social. Solo cuando se convierta en un ‘‘pacifismo por razones orgánicas’’ podrá constituirse en la base de un repudio auténtico a la guerra.
En su respuesta Freud, el pesimista tranquilo, se muestra más optimista que Einstein. Eran Rolnik, uno de los traductores de las cartas al hebreo, en un artículo en Haaretz, fuente de este artículo, se sintió embargado por la admiración y la pena al terminar su trabajo. Admiración por una correspondencia radical, pero no ideológica, empeñada en la búsqueda de la verdad y que la famosa idea freudiana de que el crecimiento de la civilización también funciona contra la guerra sea extemporánea, en el sentido de que parece razonable que ‘’ agentes de cultura’’ de una nueva clase en la base de manifestaciones de guerra y terrorismo suicida de nuestra era: agentes que huyen de la excitación anestésica de las redes de radio sociales y crea espectáculos bañados en sangre, una realidad que no es ficticia o imaginaria; aunque su significado escapa al entendimiento, es innegable su concreción y realismo. Pena porque la historia no contuvo el aliento en respuesta a esa correspondencia que ocurrió en un momento decisivo en la historia del pensamiento moderno. Después, la vida posmoderna empezó a alejarse de lo real y entro a una condición de simulación. Es imposible exagerar la gravedad del momento en que Einstein y Freud aceptaron la invitación de la Liga de las Naciones en el verano de 1932 y preguntarse ¿Por qué guerra?
La correspondencia se publicó en Paris en 1933. En Alemania, donde el Partido Nacional Socialista ya estaba en el gobierno, fue prohibida su publicación.
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