En estos días recorro Israel desde el Norte hasta el Sur, y veo en las calles miles de niños con sus disfraces caminando por la calle, dirigiéndose a sus escuelas, festejando la hermosa fiesta de Purim. Escenas de la vida judía que me alegran el corazón.
Purim, la celebración donde nos disfrazamos y reimos, la fiesta en la cual festejmos la salvación del pueblo de Israel, me retrotrae al año 1970, cuando organicé en la cárcel de Shata –al norte de Israel- una fiesta de disfraces para reclusos. Al salir de la prisión, espontáneamente le di un beso a un recluso, quien días después me envió una misiva diciéndome que escribía la carta llorando ya que había sido la primera vez en su vida que alguien le había dado un beso.
Esa situación, me llevó a repensar mi trabajo con la juventud carenciada y a comprender que si yo podía brindarle a niños amor y educación, habría más posibilidades de que no terminen sus días encerrados en la cárcel. En ese momento, decidií crear Migdal Ohr, donde en el presente, miles de niños se educan, viven, alimentan y visten cada año.
Y es en Purim donde leemos el Libro de Esther (Meguilat Esther) que nos recuerda que no sólo debemos estar felices por el milagro hecho por D-s, sino que también debemos recordar a los que no pueden festejar. Dice en la Meguila que es importante “el envío –de dádivas– de parte de una persona a otra…” (9:22). De acuerdo a la Halajá, cada adulto tiene que ofrecer dos comidas a una persona y dos donaciones caritativas a dos personas carentes de recursos.
La sabiduría de la religión judía destaca que en momentos de felicidad, en momentos de alegría, debemos recordar siempre que hay personas que no pueden compartir esos momentos con nosotros, que hay personas que sufren. Nosotros, como buenos judios debemos de ayudarlos.
Jag Sameaj y recordemos siempre ayudar al prójimo
Rabino Yitzhak Dovid Grossman
Fundador de Migdal Ohr
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