¿Qué sigue?

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A escasos dos años en el poder, el señor Enrique Peña Nieto entra al segundo tercio de desempeño como Presidente Constitucional haciendo frente a la más compleja acumulación de problemas a los que se haya enfrentado un jefe de estado mexicano en más de un siglo.

Empecemos en 1910 con la Revolución para ver en los periódicos de la época el reflejo de los acontecimientos políticos según el talante de los críticos y la personalidad de los criticados. Si me baso sólo en mis recuerdos, los de tantas horas disfrutadas en la Hemeroteca Nacional de la calle del Carmen en el viejo Barrio Universitario y en archivos como los de “El Universal” y “El Nacional”, me parece que los dos mayormente agraviados por la prensa y quizá por la voz de la calle han sido los ubicados por la historia entre los próceres más acreedores a la gratitud general: Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas.

No pretendo hacer comparaciones de personajes ni de acontecimientos, porque ya lo dijo el manoseado (esta vez una más) Ortega y Gasset: el hombre es él y su circunstancia y tanto uno como la otra son siempre distintos. Es tarea de historiadores que aparecen después y a veces tarde o nunca, escrutar los viejos papeles para llegar a moralejas o conclusiones impropias de un simple lector. Me atengo sólo a mis recuerdos cada día más deshilachados. Otro manoseo: la memoria es una facultad que olvida.


Entre las publicaciones antimaderistas destacó Multicolor, revista de gran difusión, escaparate de dibujantes herederos de los tlacuilos precortesianos y del talento, entre otros, de Posada. En ella empezaba García Cabral, chango de Bucareli, enemigo acérrimo del que llegaría a mártir cuando él gozaba su beca en París.

Cárdenas estableció la educación oficial socialista, apoyó a la República Española y recibió a los refugiados, realizó la expropiación petrolera. Nada de eso era grato al capitalismo temeroso del contagio soviético, con instrumentos profundamente infiltrados por el fascismo, como el “Excélsior” de la época: “El periódico de la vida nacional”. Cárdenas era defendido de ese y casi todos los demás diarios y revistas por “El Nacional”, periódico propiedad del gobierno con magníficos redactores. Surgieron contra “el trompudo”, revistas como “Rotofoto”, de José Pagés Llergo, y “Timón”, de José Vasconcelos, sí, el mismo por cuya raza hablaría el espíritu.

Ningún presidente de este lapso escapó al insulto, ningunos tan injuriosos como los de Madero y Cárdenas. Ninguno hasta hoy.

La libertad de expresión es un derecho ganado a pulso, medida de la democracia donde se respeta. Tan valiosa que más vale su abuso que el menor ejercicio de una restricción. Por eso debe ser usada con responsabilidad, cuidando los derechos de los demás, sin confundir la opinión con el ultraje. Las acusaciones de delitos como el asesinato, el genocidio o el secuestro colectivo, por su gravedad, deben basarse en pruebas.

México ha logrado un grado de libertad de expresión sin precedentes gracias a la presión de ciudadanos y grupos organizados frente al poder político, con la gran apertura de comunicación gratuita y accesible que las modernas herramientas como el Twitter han dado a millones de personas en el mundo. En eso ni un paso atrás. En su uso difamante debe cuidarse el riesgo como el de un puñal.

En la gran manifestación del jueves pasado fueron constantes los carteles y gritos de “¡Fuera Peña!”, imputando al Presidente la culpa por la desaparición de los 43 muchachos. Nada más injusto. Baste un testimonio, el de Pablo Gómez, voz de la izquierda mexicana, miembro del Partido Comunista desde 1963, preso político de 68 a 71, diputado por el PRD, voz respetada, con credibilidad, quien afirma el viernes 21 en Milenio: “…el gran levantón de Iguala se hizo por parte de un cuerpo policiaco en funciones y bajo las órdenes de un presidente municipal del PRD, Abarca, donde otro perredista, Aguirre, estaba gobernando y era jefe de los servicios de seguridad y justicia de Guerrero. El punto más crítico de la violencia delincuencial y la corrupción del Estado se definió justamente en territorio perredista, por decirlo de manera figurada… el peso mayor de la tragedia ha caído sobre los hombros del PRD… Se sigue tardando ese partido en presentar un informe detallado de cómo llegó Abarca a ser candidato en Iguala, cómo se llevó a cabo la campaña electoral y cómo se gobernó… los gobernantes del PRD deben entregar cuentas al partido en actos de pública, libre y larga discusión”.

Tiene razón don Pablo y se aprecia su valor al defender los hechos, aunque sean políticamente incómodos.

Ante esto: ¿qué debe hacer Enrique Peña Nieto?

Gobernar.

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