“Sobreviviendo en Auschwitz – Si esto es el Hombre”, de Primo Levi

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El escritor italiano Primo Levi narró en Si esto es un hombre sus experiencias de deportado en el Lager nazi de Buna-Monowitz, cerca de Auschwitz. Escrito entre 1945 y 1946, fue publicado en 1947. El libro comienza la noche del 13 de diciembre de 1943, momento en que Levi fue sorprendido en el monte con varios compañeros por un reparto de la milicia fascista, y se prolonga hasta la mañana del 27 de enero de 1945, tras la llegada del Ejército Rojo al Lager.

Según el carácter de los episodios que se narran en el libro, éste toma forma de memorial, exponiéndose los acontecimientos cronológicamente, tal como ocurrieron, o a través de una serie de cuadros en que se exponen la vida del campo, incluyendo en los mismos tanto personajes como situaciones, o bien en forma de diario; ésta es la forma adoptada en las últimas páginas del libro, por ser las que reproducen con mayor fidelidad el precipitarse de los acontecimientos que se produjeron durante esos últimos días de cautiverio.

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Tras narrarnos cómo fue capturado por los fascistas, nos habla de su internamiento en el campo de Fossoli, deteniéndose en la angustia que sintieron los judíos al enterarse de que iban a ser deportados a Alemania; pasa a continuación a relatarnos el dantesco viaje en ferrocarril, en doce furgones completamente cerrados desde el exterior en los que durante varios días se amontonaron hombres, mujeres y niños, desde la pequeña estación de Carpi hasta Auschwitz. Interpolaciones críticas acerca de cuanto está sucediendo hacen que esta narración trascienda la crónica para convertirse en una larga meditación respecto a la naturaleza humana, estribando precisamente en esto uno de sus méritos mayores.


Llegados a su lugar de destino, se pone de inmediato en marcha el ritual del aniquilamiento, siendo enviados a la cámara de gas todos aquellos internados que no están en condiciones de ser explotados como trabajadores y, por lo tanto, en primer lugar, los enfermos, los viejos y los niños, “desapareciendo de tal modo, en un instante, a traición, nuestras mujeres, nuestros padres, nuestros hijos. Casi nadie pudo despedirse de ellos. Durante algún tiempo los vimos todavía como una masa obscura al otro lado del andén, después no volvimos a ver nada”.

Los demás fueron transportados en camiones al campo de trabajo que les había sido asignado, donde se les desnudó para luego hacerles vestir una chaqueta a rayas y calzar zuecos, al tiempo que les tatuaban un número en el brazo izquierdo. A partir de este momento, el autor deja de llamarse Primo Levi para convertirse en el número 174.517; un ser anónimo sin otra identidad que la de prisionero.

Durante el día, todos los cautivos, que según su condición llevan cosido en la ropa uno u otro distintivo (los judíos una estrella roja y amarilla, los presos políticos un triángulo rojo y los criminales uno verde), son sacados de ese campo donde se amontonan en sesenta barracones, y transportados a una fábrica de goma donde se les somete a un trabajo agotador que muy pronto acaba con los más débiles.

Pero lo más trágico de todo es que en el interior de los Lager se reproducen a escala reducida las mismas estructuras que rigen en cualquier sociedad constituida, jugando un importante papel, en relación con la supervivencia, los privilegios, las injusticias, los abusos, la habilidad y la astucia de cada individuo. Sólo sobreviven los más fuertes, por lo que la ley del más fuerte se convierte en una necesidad biológica, acentuando todavía más el grado de degradación y envilecimiento de los detenidos. Las páginas dedicadas a este aspecto de la vida en los Lager son las más trágicas, a pesar de lo mucho que lo son aquellas en que se narran la persecución y las vejaciones a que son sometidos los internados.

De este cuadro sombrío emergen figuras singulares, unas veces despiadadas y otras conmovedoras, como las de un judío llamado Schepschel, que no duda en hacer condenar a un cómplice suyo de robo para ver si así logra atraerse las simpatías de sus verdugos; o Elías Lindzin, que a pesar de medir tan sólo un metro y medio tiene una fuerza que le hace ser físicamente indestructible, estando por lo tanto destinado a sobrevivir; o el afeminado Henri, que sabe explotar a la perfección su capacidad para despertar la compasión de sus semejantes; o la de Null-Achtzehn, que en lugar de sobrevivir como los anteriores, se muestra indiferente a cuanto sucede.

Poco después de su llegada al Lager, mientras transporta una carga, Levi cae y se lastima un pie, lo que le lleva a la enfermería; en ella es testigo del expeditivo ritual con que los SS eligen a quienes han de ser sacrificados. Trasladado finalmente a otro barracón, conoce a Alberto, su mejor amigo de cautiverio, que compartirá su suerte hasta el final, y con el cual será admitido en el laboratorio, cosa que le salvaría de acabar en las cámaras de gas como tantos otros. Debe resaltarse asimismo su encuentro con Lorenzo, un obrero italiano que, sin ser prisionero trabajaba, en la misma fábrica donde lo hacía el autor, de quien se compadeció, compartiendo con él parte de su rancho, y un episodio ocurrido en octubre del 44, en el que se describe la manera como las SS, obligadas a reducir el número de prisioneros, llevaron a cabo la selección de los que debían ser sacrificados.

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